Norberto José Olivar: Odio a los poetas

Norberto José Olivar: Odio a los poetas

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Siempre me ha caído en gracia la Rosa de la Teoría de Budapest de El mal de Montano. Esta simpatía me viene por el odio que ella profesa a los poetas. Se dedica a inducirlos al suicidio. Solo valora la prosa y cita a Leopardi para silenciar cualquier réplica: «Todo se ha perfeccionado después de Homero, excepto la poesía». Y si todavía así el poeta se negaba al suicidio, hacía hasta lo imposible para arrastrarlo a la prosa. O asesinarlo, en caso extremo.

 





Como sea, da gusto tener noticias de alguien más que odia a los poetas. Yo lo confesé en público, no hace mucho, con la esperanza de que sacando de mis entrañas esa porquería, a la vista ciertos respetados bardos y de tantos supuestos lectores de poesía, acabaría sanando de mi patológico encono. Esto ocurrió, por cierto, cuando presentaba un poemario, una noche de lluvia y calor sofocante, en la biblioteca pública, porque alguien que ignoraba por completo mi ojeriza a estas gentes, pensó que yo era el adecuado para oficiar semejante rito. Pero nada pasó esa noche, o digamos que nada salió de mis adentros esa noche de lluvia y calores terribles, sigo odiando a los poetas y a la poesía casi tanto como odio a las iguanas. La razón de esta saña tan rara es que la poesía es excluyente, solo se revela ante unos pocos privilegiados, enchufados líricos, mantuanos de la literatura, lacayos del imperio de las letras. Es un maldito género de la alta burguesía, no solo desde su condición creadora, sino también desde la disociada clase lectora: es una manifestación de acceso absolutamente restringido, como bien diría la señora Adela Cortina.

 

II

Pienso en todo este embrollo luego de leer Ese fracaso que es la poesía, uno de los últimos post del maestro Rafael Cadenas, en un blog dedicado a curar textos ajenos que, finalmente, acaban siendo suyos. Puede que en mi retiro me dé por curar las novelas de los otros, sobre todo, puede que me apropie de Piedra de Mar, o de El mago de la cara de vidrio, por ejemplo. En fin, volvamos al asunto propuesto, si es que algo he propuesto en estas líneas impropias, subrayando un extracto del blog del maestro Cadenas que es, o era, un texto de Crespo (1969): «Confieso que me preocupa más la poesía como dimensión que como forma específica y la mengua de ambas creo que va unida a la crisis del hombre… el mundo se aleja cada vez más de la poesía y parece dirigirse a la creación de sociedades de seres desindividualizados».

 

Dice Crespo, o Cadenas, que la poesía no tiene residencia fija. Es como decir que, en el mejor de los casos, va y viene; pero la advertencia del texto de Crespo, o Cadenas, es de que nos está abandonando. Se está yendo. Esos abandonos a veces toman su tiempo, pero en revolución no se sabe ya nada. Y me pregunto, dando vueltas en mi cuarto, ¿cómo puede un poeta, en estado de sentida alarma ante la desindividualización que le espanta, vivir y convivir en un proyecto de sociedad que aspira a destruir lo individual en el sagrado nombre del colectivo? ¿Y hacer de lo colectivo esa dimensión que la poesía parece ir abandonando más aprisa que de costumbre? De modo que sin poesía, entiendo, la metafísica puede convertirse en espacio absoluto de la comuna. Y vivir, felizmente, del trueque y el rentismo. Y dedicarnos, en reelección indefinida, al género del acróstico ditirámbico de la revolución.

 

III

He visto varias veces al maestro Cadenas entre las mesas de la librería El Buscón. He tenido el impulso de abordarlo, de preguntarle cuál es el secreto de la poesía, pero cierto pudor me paraliza. Lo espío de lejos. En silencio. Noto un brillo que deslumbra en los ojos de Carla, la encargada del local, mientras atiende al poeta. Le saluda trémula, con veneración de lectora. Y desde mi escondite de libros apilados, pienso que quisiera ser poeta, al menos por un día. Poeta de verdad. Y que los ojos de Carla brillaran igual al verme. Recuerdo que una vez me dijeron que para lograr convertirme en poeta tenía que vivir borracho, y lo hice, y casi me destrozo el hígado sin que me quedara, en compensación, un verso decente. Luego probé con las drogas, y las calamidades se duplicaron, casi quiebro mi frágil economía doméstica y seguía sin acabar una estrofa presentable. Luego viví un tiempo en una colonia gay donde me prometieron el principado del parnaso, y solo conseguí que mi mujer se divorciara de mí, alegando razones impronunciables. Desde entonces solo anhelo acumular todo el poder posible para expropiar esa misteriosa riqueza que tienen algunos. Soy un resentido de la poesía. Un hombre sin talento para ella. Un hijo de estos tiempos sin lírica.

 

@EldoctorNo