Norberto José Olivar: Teoría de la estupidez

Norberto José Olivar: Teoría de la estupidez

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Según Canetti, nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Estoy pensando que Canetti no pensaba, de verdad, en todos los hombres. La literatura, por ejemplo, es precisamente el deseo de ser tocado por lo desconocido que, luego, ya deja de ser desconocido. Pero es cierto que a la mayoría no le gusta ser perturbada por lo que no conoce. Pienso en mi madre que evade cualquier cosa que le pueda hacer creer algo distinto a lo que ya aprendió a creer. O en mi padre, gran lector de casi cualquier cosa y que, al final, no se deja tocar por nada ni por nadie. Puede que le teman más al cambio que a lo desconocido, aunque conociendo a mi padre, lo más seguro sea que le dé cierta pereza cambiar de opinión. Cambiar de opinión, lo acepto, da pereza, pero no hacerlo es una estupidez.

 





II

En su conferencia Sobre la estupidez, Musil dijo que cualquiera que ose hablar sobre ella, corre el peligro de sufrir toda clase de perjuicios y acabar siendo un insufrible petulante. Entonces no hay que andar por ahí diciéndole a la gente que es estúpida si se quiere que esa gente esté contenta con uno. Y pienso que aquí radica el problema central de los protocolos democráticos: los estúpidos votan, pero no eligen. Ahora hay que señalar quiénes son los estúpidos. Los teóricos de la ciudadanía nos dan una pista: estúpidos son aquellos que no son ciudadanos. ¿Y quiénes no son ciudadanos? Pues aquellos que están esperando a que otro se encargue de ellos. Es decir: el pueblo. Nada más humillante, entonces, que ser pueblo y no ciudadano. Esta es una teoría propia que, como bien intento día a día no ser tan estúpido, a lo mejor la vaya cambiando también según vaya domando mi propia estupidez. Pero sin duda, el ciudadano está protegido por la ley; el pueblo, en cambio, por la buena voluntad del que lo manda. Una estupidez mayúscula encomendarse a los buenos deseos de alguien que no se conoce en verdad, pero que la despreocupada militancia en la cómoda estupidez torna lo auténticamente desconocido en la certeza de lo que, ciertamente, no se ve.

 

 

 

III

La poesía es un buen antídoto contra la estupidez, lo dice Musil. Un pueblo sin poesía es botín para los crueles. Por eso no hay que fiarse de los poetas que se ven tan a gusto en los actos oficiales. De los que escriben en los despachos gubernamentales. De esa poesía que se hace pueblo. La poesía es un don republicano. La fidelidad de la poesía es consigo misma. Y el parnaso es el más alto sitio de la ciudadanía. De modo que el poder odia a los poetas verdaderos. A la poesía. Por supuesto, otros  la odiamos de a gratis: o puede que por simple temor a lo desconocido. Quizás tenga razón Canetti en señalarnos a todos como miedosos.

 

IV

Por último, Paul Valéry nos advierte que buena parte de la estupidez va emparejada al deseo embriagante por la disipación. Y los crueles «empoderados» lo saben y lo explotan. Así que toda esta cuestión se reduce, dice Valéry, a una amarga pregunta: «¿podrá la inteligencia humana salvar primero al mundo y luego a sí misma?» Lo dudo…

 

@EldoctorNo