Norberto José Olivar: Entonces, la revolución se termina

Norberto José Olivar: Entonces, la revolución se termina

thumbnailnorbertojoseolivarEn 1935, Paul Valéry conferenció sobre aspectos que, en su criterio atormentado, observaba en los distintos terrenos de la cotidianidad: «un desorden cuyo término no puede uno imaginarse», decía. Y para colmo, soltaba en añadidura, «la interrupción, la incoherencia y la sorpresa, entendidas como condicionantes naturales, agravan todo aún más». De manera que, concluye Valéry en aquel Balance de la inteligencia ante un auditorio no muy metido en cintura, que cualquier convicción es, ciertamente, mortífera.

II

Si no hay convicciones, las posibilidades son infinitas. Creo que esa era la única convicción de Paul Valéry. Es cierto, también, que la escuela y la casa son fábricas de estas mortificaciones. Un hombre sin convicciones está a la intemperie, piensa uno. Pero una buena convicción sería asumir todas las convicciones posibles. Podríamos, a la vez, intercambiarlas. Prestárnoslas. Y de tanto pasárnoslas acabarían en casa ajena, olvidadas a veces, traspapeladas otras, pero siempre habrá alguien que nos preste o regale una. Y el día menos pensado conseguimos la que se nos había extraviado. Y puede que nos guste más o que nos riamos de ella. Lo bueno es que las convicciones no se roban. O al menos, sería algo muy raro. No hay registros históricos al respecto.





III

Kamo no Chomei escribió, en 1212, Hojoki. Ocho siglos antes este autor tuvo el mismo espanto que Paul Valéry. Pensaba que todos los actos humanos eran insensatos y se quejaba, a cada rato, de su suerte: «¿Qué tiempo tan inmundo y pecaminoso me tocó vivir para presenciar tantas miserias». Chomei no se refería a una decadencia política o cultural específicas; sino a calamidades naturales: incendios, terremotos, epidemias. Pero más que una lista de catástrofes y muerte, Chomei lo que lamenta es la imposibilidad de restablecer el orden y la tranquilidad de la vida cotidiana. Sin vida cotidiana no se vive. Ese era su malestar. Esa era su convicción. Y ya vemos cuán mortífera puede resultar. Quizás, si no tuviera ninguna, podría haberse sentado a escribir su poesía maligna sobre los cadáveres que iba encontrando en las calles, producto de la hambruna, las enfermedades y la calamitosa natura. Después de todo, la poesía no está muy lejos de la muerte.

IV

No sé si la vida cotidiana, entendida como lo hace Chomei, pueda considerarse una convicción. Supongo que sí. Una convicción puede ser casi cualquier cosa. Entonces la vida cotidiana requiere cierto orden. La convicción requiere cierto orden. Chomei está a ocho siglos. Valéry a ochenta años. Pero tocan nuestra realidad. Nos hablan. Y escuchando, consigo un dato curioso acerca de Hojoki: la versión que tengo viene de Mérida, con una presentación firmada por un ex alcalde de origen revolucionario si no entiendo mal. Al parecer, un revolucionario que ha empezado a extrañar cierto orden y por eso será vapuleado con generosidad. Puede que yo esté completamente equivocado, pero como no se trata de ninguna convicción, la verdad, me importa poco lo que sea que explique esta rareza. Pero este asunto de la necesidad de un urgido orden, me hizo recordar un maravilloso ensayo de Lionel Jospin (2015), El mal napoleónico, que cito como cierre de esta deriva quejumbrosa: «La revolución es breve. Si no, no es más que una estéril agitación. Rompe el orden antiguo y se abre a un nuevo mundo. Es un acelerador del tiempo: colma las expectativas, deshace los hábitos y altera los puntos de referencia. Pero el ímpetu de la revolución crea un vértigo y, en su propio seno, un día nace el deseo de una vuelta al orden. Entonces, la revolución se termina».

Esto también parece una convicción. Un convencimiento. Y hasta una mortificación.

@EldoctorNo