Las marcas invisibles del acoso escolar en Venezuela

Las marcas invisibles del acoso escolar en Venezuela

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Llamémoslo Lucho. A sus nueve años, es un niño plenamente sano. No debería importar que sea narizón o moreno, que use lentes de montura o que siempre calce el mismo par de zapatos negros en buen estado. No debería, pero está dándole tanto relieve a estos señalamientos que se resiste a ir a la escuela, publica La Nación.

Sus padres trabajan y no tienen con quién dejarlo. Le insisten y lo llevan hasta la puerta del aula. Lucho quisiera ser el último en la fila de la pared, para resultar invisible al grupo de niños que a diario le inventan sobrenombres y razones para darle “lepes” en la frente.





Sus compañeritos se convirtieron en los agresores que le esconden el morral, que le mojan con el agua del bebedero y que en Facebook hacen mofa de la nariz, de la piel, de los lentes, de los zapatos. Tal vez por eso, Lucho un día exteriorizó con palabras sus marcas invisibles: le confesó a un docente que su vida no tenía sentido.

En otro colegio de San Cristóbal, el centro de burlas del primer año de bachillerato era Gabo (nombre ficticio), por su condición neurológica especial. Contrario al caso anterior, el joven se sentía valorado, por lo menos tomado en cuenta, a pesar de que el grupo lo reconocía desde el menosprecio y la ofensa. Su madre optó por retirarlo de la institución.

Lucho y Gabo sufren de “bullying”, ese anglicismo tan de moda que tecleado en Google arroja casi 80 millones de resultados. Se llama acoso escolar y, de acuerdo con la definición de Cecodap, se trata de una conducta de persecución física o psicológica que realiza un alumno contra otro, al que elige como víctima de repetidos ataques.

“Esta acción, negativa e intencionada, sitúa a las víctimas en posiciones de las que difícilmente pueden salir por sus propios medios. La continuidad de estas relaciones provoca en las víctimas efectos claramente negativos”, teoriza la ONG.

Es curioso, pero en consultas privadas de psicólogos de San Cristóbal no reciben tantos casos, como evalúa una profesional en ejercicio. “Van muy poco. Lo que puede tratar el especialista es el efecto del acoso escolar al ser humano, pero ocurre que el afectado no es quien generalmente expresa ayuda, sino que por el contrario lo calla”, explica.

Públicos: 

acento en las apariencias

En entornos educativos públicos de primaria la intimidación viene dada más por la apariencia física, contra los niños más introvertidos y hasta por diferencias de modelos de celular. El breve listado lo construyeron tres profesores que laboran en sectores populares y de clase media de San Cristóbal donde, aseguran, esta es una realidad tan cotidiana como el desayuno o el recreo.

Lucy Márquez es docente de una escuela en el barrio 23 de Enero. Con casi dos décadas de experiencia en las aulas, afirma que cada año se consigue con casos de este tipo. Esa pericia la asiste para caracterizar al niño o adolescente acosador: le gusta llamar la atención, le coloca sobrenombres a los compañeros, les quita las cosas y a veces les pega.

La maestra sabe que, en el fondo, se trata de un alumno con carencias. Por eso ha optado por tomarlos más en cuenta para calmarles esa ansiedad. Usualmente los elige como secretarios o jueces de paz en el salón, o bien los inscribe en talleres de valores. También complementa la estrategia pedagógica llamando al representante para conversar e indicarle alguna lectura.

En el caso de primaria, Márquez observa patrones de acoso escolar más acentuados en los años de los extremos, en primer y sexto grado. Especialista en psicología infantil, la docente diferencia que ahora hay más casos que antes. En esto influyen el apogeo de las nuevas tecnologías y las modas, considera.

Privados: es marcado el clasismo

En entornos educativos privados de bachillerato, ahora llamado educación media general, el acoso se expresa habitualmente hacia los hijos de padres con menos ingresos económicos, que no viven en urbanizaciones de clase media alta, que no lucen marcas afamadas de libretas o zapatos y hasta los que no tienen el corte de cabello de moda. Así lo esbozaron tres docentes.

Luis (nombre ficticio a petición de la fuente) es directivo de un colegio privado de San Cristóbal donde conviven hijos de personalidades políticas y de comerciantes informales. Afirma que perciben una suerte de “apartheid” hacia los adolescentes de clases populares y que, incluso, ha incursionado el rechazo por razones político-partidistas.

Para minimizar el acoso, en instituciones como esa insisten en explicar el valor de la igualdad frente al otro y en razonar que la crisis económica nacional ha colocado a todas las familias, sin excepción, a moderar los gastos. “Nos basamos en la necesidad de aceptar al compañero, sin importar cómo vista o cuál sea su apellido”, señaló Luis.

Con más de 30 años en la educación, el directivo compara que antes de que se acentuase la crisis económica el acoso escolar solía ser aún peor. Habría bajado la intensidad, argumenta, porque la mayoría ha entendido que en el país cuesta a todos por igual encontrar los alimentos, los útiles, los textos y hasta la tela del uniforme.