Gonzalo Himiob Santomé: Sillas vacías

Gonzalo Himiob Santomé: Sillas vacías

thumbnailgonzalohimiobNo sé de quién es la imagen, pero creo que pocas veces una fotografía ha captado de manera tan clara y precisa la realidad de lo que es el gobierno en Venezuela. Me refiero a las sillas que esta semana dejaron vacías los ministros de la economía que, por balbuceantes razones, no acudieron a rendir cuentas de sus desastres ante el pueblo, en la Asamblea Nacional. Esos seis respaldos sin ocupar, esos seis cartelitos con nombres escritos pero sin voces que los respalden, son la metáfora perfecta de la artera nominalidad sin sustancia que vivimos, de lo que padecemos, de lo que sufrimos. El gobierno en Venezuela, a todos sus niveles, es un mar de sillas vacías, un árido desierto hecho de responsabilidades que no se asumen, de culpas siempre diluidas en pretextos, de faltas, de ausencias.

Podemos decir sin incurrir en excesivas licencias poéticas que el gobierno no es más que vacío. Eso se siente desde hace rato. Puro “plan”, pura “misión”, puro “proyecto”, puro “haremos”, puro “será”. Ni una sola buena noticia, hagamos memoria, ni una sola, ha venido desde el Poder Ejecutivo en casi 18 años. Nos atascamos en el “yonofuismo”, en el arrebato, en la rabia, en las amenazas, en el exceso, en el “exprópiese” y en las demás órdenes desmedidas y arbitrarias, pero nada se nos ha dejado en más de tres lustros que permita clarear el horizonte. Para el Poder el presente no cuenta, el pasado es excusa y el futuro “ya viene”, pero nunca llega. La promesa es norma, pero también lo es que no se cumpla.

Ese es el problema de las utopías: Son por definición irrealizables. Está llegando la hora de canjear las fichas y el saldo está en “rojo rojito”. Nadie quiere rendir cuentas de la tragedia que tanto desaforado experimento “socialista”, que solo lo es de la boca para afuera, causó. Es mejor huir, esconderse cobardemente bajo las faldas del cargo o, en todo caso, hablarlo todo bajito y a puerta cerrada, pero la regla es jamás darle la cara al pueblo. La culpa es siempre ajena, el dinero que nos dejó la increíble renta petrolera de la que disfrutamos hasta hace poco se esfumó, y cuando medio se asoma, lo hace atrincherado desde la chequera privada de algún camaleón en un banco suizo, en poder de los muy pocos que se apropiaron de nuestra plata para sus propios goces, sin pensar en nadie más, mucho menos en el país. Esa verdad se confirma en los anaqueles, que están como esas sillas: vacíos; en las farmacias también: vacías, y en nuestros bolsillos: vacíos. No hay forma de justificar la crisis. Ya no hay “gobiernos anteriores” a los cuales endilgarles fallas y entuertos. Y la “guerra económica” no es más que un espejismo. Todo el mundo lo sabe. El “modelo”, si es que alguna vez lo fue más allá de algún delirio trasnochado, fracasó.





Yo hubiera preferido un valiente mea culpa, una sincera intención de rectificación, una clara aceptación de los errores cometidos, una definida demostración de sensatez, de hombría y de coraje, pero en Venezuela el gobierno no da explicaciones. Y es que la verdad duele y los apartamentos en Brickell, Houston o en New York no los regalan, los yates cuestan mucho y más caro es aún mantenerlos “al pelo” para cada escapada, lejos de ojos aviesos, con la pechuga de turno; cada viaje en avión privado para que la vieja no moleste mucho o para que los muchachos puedan “conocer el mundo” y “tener las oportunidades que yo no tuve”, sin verse expuestos a abucheos ni a pitas de “los escuálidos”, vale un ojo de la cara y, por si fuera poco, esas tetas prepagosas, torpedéicas e inmensas que tanto les gustan a algunos no nacen en cualquier chica y no se van a poner solas: Hay que pagarlas, y luego, mantenerlas. Son juguetes muy costosos, veleidosos y de muy alto mantenimiento.

Alguien tiene que pagarlo todo, y hasta dónde yo sé ningún funcionario público en el país cobra en verdes, y lo que cobran no da para tanto. La cosa es que esos pezones abombados que ahora empiezan a asomarse desde la profundidad de la grave crisis que padecemos son solo la oscura punta de un iceberg de ineficiencia, excesos, desatinos y corrupción inmenso que desde hace tiempo quiere mostrarse al mundo entero. Por eso para muchos es mejor seguir evadiendo, seguir inventando excusas y creando culpables lejos de los propios hombros. Por eso es mejor callar.

A Istúriz yo no lo conozco, pero los que sí le conocen le atribuyen inteligencia, cultura y capacidad de diálogo. Por eso me sorprendió que justificara esas sillas vacías, ese silencio, esa bofetada a nuestra Carta Magna y a las claras competencias del Poder Legislativo, en que la “revolución” tiene trapos muy sucios que no se deben lavar en público. “Hay materias que no pueden ser dilucidadas públicamente porque arriesgamos al país” –así dijo, y parece de Orwell la cita- pero no nos dijo a cuál país (o, mejor, a quiénes en el país) pone en riesgo la movida y olvida además que el Art. 141 de la “mejor Constitución del mundo”, como la mentaba Chávez, dice que dos de los principios por los que se rige la Administración Pública, toda ella y sin excepciones, son el de la transparencia y el de la rendición de cuentas. Acá el silencio y el vacío, sobre todo cuando tienen que ver con la forma en la que se ha dilapidado nuestro dinero, que no es de unos pocos sino de todos nosotros, no aplican.

Y sí, es verdad que de haber dado la cara ante la Asamblea Nacional los ministros se hubiesen expuesto a una confrontación abierta que no solo sería con los Diputados, sino con el pueblo y con la opinión pública en general, pero si eso para Istúriz era un “show”, para esa Venezuela que sí tiene que amanecer día a día en interminables colas buscando lo que no se consigue en ninguna parte, para los padres de los niños que han muerto por no encontrar medicamentos, para los que han perdido a algún ser querido a manos del hampa con el moño suelto porque nuestros cuerpos de seguridad no tienen recursos y para los millones que no entienden cómo se pagan los apoteósicos quince años de la hija de cualquier Diputado cuando cuestan más de lo que cualquier ciudadano común ganaría en varios años era, y es, un “show” absolutamente necesario.

Pero lo más triste es la prepotencia que subyace en la excusa, el profundo desprecio a la ciudadanía que encierran tales palabras. Y es tan triste porque parte de la base de que pueblo es bobo, medio pendejo y de que, por eso y como a un muchacho chiquito y respondón, hay que ocultarle ciertas cosas para que no se altere. Así no funciona la democracia “participativa y protagónica”. Eso es cualquier cosa menos “humanismo”. Y no estamos para esos juegos.

@HimiobSantome