Oswaldo Páez-Pumar: Las cosas claras

Oswaldo Páez-Pumar: Las cosas claras

Si hubiéramos tenido una revolución todas las explicaciones se simplificarían. No fue así. Aquí en Venezuela la guillotina no decapitó Borbones, ni extinguió a los Romanov, ni los seguidores de Chiang Kai Shek emigraron a Taiwam, ni se fusilaron batisteros. Ni siquiera somocistas.

 

Por la bondad del sistema electoral democrático tomaron el poder político e iniciaron la marcha para apropiarse del poder económico. El objetivo es el control total. Expropiaron y destruyeron empresas y ahogaron otras. La situación económica que vivimos no es el resultado de desacertadas decisiones originadas por la ignorancia o la incapacidad. Desde luego que hay ignorancia e incapacidad a los más altos niveles, pero el plan, el diseño socialista está escrito hace ya muchos años y persigue lo que estamos viviendo. La revolución debe arrasar.





 

La diferencia estriba en que las revoluciones arrasan desde el primer momento y logran el control total, mientras que el chavismo y su socialismo del siglo XXI para poder alcanzar el control, debía destruir lo que permanecía intacto porque no la hubo. Sin guillotina, ni paredones, era imposible esperar que no hubiera resistencia.

 

Con la revolución llega la miseria propia de la guerra. Recordemos que los organismos internacionales han detectado en Venezuela niveles de escasez propios de una situación de postguerra. Sin embargo, curiosamente llega tarde. Una cosa es la escasez propia del momento de la transición que permite abrigar esperanzas de que desaparezca; y otra muy distinta estarla viendo venir poco a poco, paso a paso. Es totalmente al contrario del ejemplo tan manido de la rana que se cuece lentamente.

 

La posibilidad de una rectificación económica no existe. Para el usurpador y su combo sería tanto como desandar el camino de estos 17 años; por eso hay que  propiciar la renuncia, que es “la salida”, para poder enderezar el rumbo. La capacidad de mentir  del régimen no está agotada, pero si su credibilidad. Tampoco está agotada la capacidad de agredir, pero una cosa es guillotinar o fusilar cuando todavía se desconoce lo pésimo que puede ser la gestión del bien colectivo y otra muy distinta después de haber quedado expuesta la incapacidad. Los colectivos ya dejaron de responder, se sienten traicionados; y el ejército regular, salvo algunos jerarcas enchufados, padece lo mismo que la población y no está dispuesto a asumir la responsabilidad de la represión. Ayer se inició el décimo octavo año del régimen, boqueando.

Caracas, 3 de febrero de 2016