El martirio de ser vecino de las colas

El martirio de ser vecino de las colas

En La Castra permanecen barreras humanas sobre los comercios de la zona. (Foto/Jhovan Valdivia)
En La Castra permanecen barreras humanas sobre los comercios de la zona. (Foto/Jhovan Valdivia)

La sana convivencia escasea en el entorno de las colas. En San Cristóbal, esperar horas por productos regulados puede implicar la invasión de propiedad privada, la ruptura del silencio y la paz, el bloqueo a fachadas de comercios y hasta la aparición de peleas y discusiones publica La Nación.

 Por Daniel Pabón

Los relatos de los vecinos afectados son comunes, desde la Unidad Vecinal hasta Pueblo Nuevo, desde La Castra hasta Pirineos, desde Barrio Obrero hasta Las Acacias. Viven con los frentes de sus casas llenos de vasos de café, servilletas sucias, pañales usados y hasta botellas plásticas con orines. Les cuesta sacar los carros de sus estacionamientos.





Madres con bebés de brazos tienen que llevarse a casa los pañales sucios. (Foto/Jhovan Valdivia)
Madres con bebés de brazos tienen que llevarse a casa los pañales sucios. (Foto/Jhovan Valdivia)

“La convivencia aquí en la comunidad cambió totalmente, se perdió todo”, comparte un habitante de la Unidad Vecinal que hasta ha sido amenazado por denunciar este problema. En torno al PDMercal de la zona, describe, decenas amanecen en vigilia y los escándalos son su despertador habitual, aunque a veces ni dejan dormir.

En un cartel se lee que, desde el 29 de febrero, en ese módulo atenderán solo a los 4.500 hogares de sus 10 sectores adyacentes. Por eso Esperanza Salas perdió el viaje. Su constancia de residencia y recibo de servicio público revelan que viene de Pregonero a buscar pañales para su bebé, el que carga en brazos y al que cambia en plena acera.

Prohibido el paso

Frente al PDMercal de La Castra está la venta de pijamas de Beatriz Chacón. Es martes por la mañana y una columna humana impide entrar al negocio, ahora enrejado. “Siempre se sientan ahí, algunos a fumar”, relata la propietaria, que hace pasar a los clientes por una puerta lateral. No será por mucho tiempo: cuando acabe el inventario, cerrará.

Al lado queda un taller mecánico que, aunque está abierto, labora a portón cerrado. Trabajadores explican que los clientes deben llamarlos por teléfono cuando se aproximan, para que les despejen el portón. “Si mantenemos abierto toda la gente se mete, porque aquí hay sombra”, indica Sergio Balduz.

Entre quienes esa mañana obstaculizaban el paso se contaban habitantes de Rubio, San Antonio y Ureña, todos molestos porque un aviso daba cuenta de que, desde ahora, en ese mercado público solo atenderán a los habitantes de las nueve comunidades geográficamente más próximas a La Castra.

Por Las Acacias, vecinos del supermercado de la zona también lamentan que las personas que acostumbran hacer colas se atraviesen todos los días en sus estacionamientos, sin dejarlos salir. “Desde las 8:00 de la noche paran las motos y nos trancan. Esto colapsa”, constata Erick Rodríguez. Las madrugadas allí suelen ser bulliciosas.

También suele haber gritería nocturna a las afueras del Abasto Bicentenario de Pirineos, en una vía pública que mutó de pacífica y solitaria a sucia y concurrida. “Da dolor cómo nos dañaron la urbanización”, asegura Thais Molina. En los frentes de las casas cercanas, cada propietario tiene que salir a limpiar lo que otros ensucian.

No solo son residencias, sino también comercios los que resultan afectados por esta dinámica. En un restaurante de Barrio Obrero cercano a un supermercado prácticamente las personas trancan un acceso que ni siquiera pueden lavar por las mañanas.

Lo curioso, y en lo que también coinciden las víctimas silenciosas de las colas, es que para los vecinos más próximos a ellas no suele haber chance de aprovechar y comprar. “Como hay mafias que controlan puestos, números y listas, uno se levanta a las 5:00 de la mañana, se asoma a la ventana, y ya la fila dobló la esquina”, contó un habitante de la Unidad Vecinal.

Filas nocturnas siguen prohibidas

La prohibición de hacer colas en horarios nocturnos se mantiene, recordó Luis Osorio, prefecto del municipio San Cristóbal. Sin embargo, calculó que la mayoría, casi 90% de quienes persisten en estas prácticas, son revendedores de productos de primera necesidad.

En el caso de la capital, el funcionario subrayó un tema que han detectado especialmente en tres cadenas de supermercados: motorizados llegan de madrugada, amenazan o amedrentan a la gente y meten a ciertas personas de primeros en las colas. Entre 1.000 y 2.000 bolívares cuestan estos cupos. Incluso tienen cuentas en redes sociales y de mensajería para, de forma descarada, revender productos escasos a precios especulativos.

Con frecuencia en la Prefectura reciben denuncias de vecinos sobre afectaciones a la convivencia, producto de estas colas nocturnas y madrugadoras. También han hecho visitas a los sitios señalados. Osorio invitó a formalizar estos reclamos, ofreciendo garantía de confidencialidad. “Solo con la denuncia podremos emprender los procedimientos de ley y acabar con este flagelo. Necesitamos del apoyo y colaboración de todos”, exhortó.

Una feria de comida improvisada. Eran siete los puestos informales que el miércoles pasado ocupaban en línea recta media cuadra de Pirineos, frente al Abasto Bicentenario. La variedad incluía pasteles, empanadas, café y jugos.

Antonio Díaz, uno de esos siete, trabaja en varias colas desde hace más de dos años. “Cuando no hay aquí, me voy para Makro, Garzón o Cosmos”, se pasea. Lo considera rentable, pues le deja más de un salario mínimo en ganancias. Eso sí: le exige estar allí a las 6:00 de la mañana y, paradójicamente, lo obliga a comprar productos revendidos para llevar a casa. “Me toca así, porque si me voy a hacer cola entonces no puedo trabajar”, sopesa.

Hasta siete informales ofrecían desayuno frente al Bicentenario. (Foto/Omar Hernández)
Hasta siete informales ofrecían desayuno frente al Bicentenario. (Foto/Omar Hernández)

Las colas echan raíces. Han permitido el florecimiento de oficios como este de la venta itinerante de desayunos. “Nosotros nos trasladamos para donde hayan colas”, indica Liseth, encargada de uno de tres tarantines que se instalan y desinstalan por toda San Cristóbal, conforme observen multitud ansiosa por productos regulados.

Desde hace mes y medio, cada mañana Liseth llega a Las Acacias a las 6:00 (o antes, si se puede) cargada con toldo, calentador, mesa plástica, bombona, caja de cartón con las empanadas, termos de café, jarras de té y banquitos. Y así hasta las 3:00 de la tarde.

“Esto tiene ventajas y desventajas; cuando hay bastante cola nos beneficia a nosotros y cuando no hay no nos da la base”, indicó José Pernía, uno de los últimos que esa mañana se había instalado en Pirineos.

“La venta mía depende de la mercancía que haya en el PDMercal, y no siempre hay”, admite María Suárez, una de los tres vendedores de pasteles y empanadas que rodean esa sede estatal en la avenida principal de La Castra.

Los consultados promedian entre 70 y hasta 150 las ventas diarias, entre pasteles y empanadas, a razón de entre 100 y 150 bolívares la unidad. Esto sin contar el café, a 100 el grande. Es decir, un buen día de colas y sancristobalenses necesitados puede arrojar ingresos por alrededor de 20 mil bolívares.

En la avenida Guayana la movida es otra: “Se cuidan motos, cascos y chalecos”, indicaba el jueves en la tarde un aviso dispuesto junto a una hilera de motocicletas.

Pero otros oficios más oscuros rondan, como fantasmas, por las colas: en la Unidad Vecinal un comprador habló de los vendedores de puestos: “Los primeros 100 números los agarran los bachaqueros y luego les ponen precio”, contó, bajo reserva de su identidad.