Juan Guerrero: ¿Estamos en guerra?

Juan Guerrero: ¿Estamos en guerra?

juanguerreroHace unos cuantos meses mi apreciado amigo, Douglas, matemático él para más señas, me respondía que en Venezuela no hay ninguna guerra. Yo, de pensar más lento, no quise contradecirle y más bien me quedé en silencio y le dije una que otra palabra. Tal vez para no herir susceptibilidades.

Pero indudablemente mi interés por el tema ha seguido y hoy, sigo pensando, con más seguridad, que en Venezuela sí se está librando una guerra. Y cada día ella se torna más sangrienta, vil y feroz. Con colmillos incluidos.

No es la guerra tradicional que mi amigo Douglas tal vez entiende. De bombardeos, pelotones, hospitales ambulantes y la cruz roja con sus camilleros en la densa nube negra, en la primera línea de combate, de las vidas chamuscadas.





Ciertamente no es una guerra declarada oficialmente. No hay invasiones ni desembarcos. Pero hay tantas similitudes, heridos, muertos y mutilados. Y es que la guerra todo lo cambia. Hasta la sonrisa por mueca, tristeza y angustia.

Y sobre manera, la guerra de cuarta generación está cargada, saturada de nacionalismo y fanatismo religioso e ideológico. Y soterradamente se mueve entre una alta dosis de superstición y ortodoxia elementales. Necesita de mentes débiles, apenas formadas en la lectura de grandes titulares, de frases célebres, y mucha, demasiada demagogia y populismo.

A mi modo de ver la nuestra es una de las tantas que serán, en el siglo XXI, las típicas guerras de cuarta generación. Con sus sistemas informáticos como puntas de lanza. Absolutamente propagandísticas. Disfrazadas con ideologías. Inicialmente marcadas por la virtualidad de las pantallas de los artefactos cibernéticos. Pero manejados por cerebros de militares y delincuentes cuadriculados y fanatizados.

Esta guerra nuestra tiene varios años y ya cuenta cerca de un cuarto de millón de muertos, por motivos violentos. Unos cientos de miles de heridos, mutilados y minusválidos. Otros pocos, linchados y quemados. Y otros más, tal vez millones, víctimas por traumas psicológicos.

Desde hace años existen desplazamientos de poblaciones. Cerca de tres millones y medio de venezolanos, la mayoría jóvenes profesionales, quienes han huido despavoridos del escenario donde se libran las batallas: abastos, mercados, hospitales, morgues, barrios, calles y avenidas, centros educativos, entre otros sitios que han sido ocupados por bandas, sean de mercenarios, OLP, pranes, guerrilleros, cocaleros y demás delincuentes.

Hay zonas en Venezuela donde el control del desplazamiento, tanto de personas como de vehículos, está dominado por organizaciones parapoliciales, paramilitares, y bandas delincuenciales.

El régimen del Estado ha cedido, por incapacidad, estrategia política u omisión (-por todas es responsable) extensas áreas, con comunidades incluidas, al control directo de estos grupos (-ocurre al sur de Guayana, al sur este de Apure-Barinas, en las fronteras de Táchira y Zulia) quienes detentan el poder efectivo y mantienen zonas como centros para la formación de su militancia.

Este evidente fenómeno es nuevo en Venezuela pero de vieja data en países centroamericanos (Guatemala, El Salvador) y en México y Colombia.

La llamada guerra de cuarta generación es la de un Estado contra su propia sociedad, a partir de individuos enclavados en los centros de poder (partidos, organismos policiales y militares, gremios sindicales, empresariales, ministerios, institutos autónomos, gobernaciones, alcaldías, entre otros) donde a sus líderes y dirigentes se les corrompe y de esa manera, bajo amenaza y extorsión, se les manipula.

Quiero equivocarme y saber de alguien que me demuestre que no es así. Que en poco tiempo esto cambiará. Pero no. La realidad, esa de la casa con la nevera vacía, y de la calle, con el fantasma de la muerte en cada esquina, me indican que vamos para peor. Que aunque salgamos de un presidente solo permitirá cambiar a un hombre.

Y esto no es cosa de uno sino de cientos, miles de individuos corrompidos que ya no quieren ni pueden, abandonar las cuotas de poder que mantienen. Porque de ellos dependen otros, y de esos otros, otros más.

Romper esa cadena inmunda de corrupción generalizada y atroz, costará más sangre, más lágrimas y mucho tiempo.

Llegamos a nuestra mayoría de edad como sociedad, nación y república. Ya perdimos nuestra ingenua sonrisa. Con la llegada de la mayoría de edad alcanzaremos la paz, una paz ¿civilizada? segura pero triste y llena de mucha soledad y añoranza por lo mejor que alguna vez fuimos.

(*) [email protected] TW @camilodeasis