El pueblo donde hasta los niños se quieren suicidar

El pueblo donde hasta los niños se quieren suicidar

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Un chico del pueblo, cabizbajo frente a un ‘graffiti’ que dice: “Los niños de Attawapiskat necesitan un nuevo centro. Ahí es donde nuestra educación comienza. Líderes futuros”. Kirk Holmes & Victoria Lean / ‘After the Last River’

 

Soy Amy Hookimaw. Tengo 13 años de edad. Nací y vivo en Attawapiskat… Hay chicos de nueve, 10, 11 que me preguntan: “¿Por qué la gente no se asusta cometiendo suicidio?” o “¿Por qué toman pastillas?”… Me sentí realmente mal cuando una pequeña me dijo que ella quería suicidarse y le dije: “No lo hagas. Tu vida es preciosa y tienes una vida entera por delante”. Entonces dijo: “Gracias. Eso era todo lo que quería escuchar”… Yo misma, cuando caminaba con mis amigos por una carretera invernal, comencé a tener pensamientos suicidas. Nunca los volví a tener porque estuve hablando con mi madre acerca de eso. No sabía que se preocupaban por mí”.

El Mundo de España





MARTÍN MUCHA
@Mart1nMucha

Amy, la niña de la carta, tiene la misma edad que tenía su prima Sheridan Hookimaw cuando, en octubre pasado, con su suicidio, desencadenó un seísmo social que ha sacudido hasta al mismísimo primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Desde hace seis meses, los intentos de suicidios colectivos se suceden en la ciudad de 1.800 habitantes donde la pobreza extrema convive con una de las mayores minas de diamantes del mundo desarrollado. El sábado de la semana pasada, 11 habitantes quisieron matarse. El mayor tenía 71 años; el benjamín apenas cumplía 11. Por ellos, y por todo Attawapiskat, el primer ministro tuvo que decretar el estado de emergencia. Ocurrió el lunes, día de otro pacto suicida con 13 chicos involucrados, incluyendo uno de apenas nueve años. Sólo entre marzo y lo que va de abril, más de medio centenar de vecinos intentó seguir los pasos de Sheridan.

Tenía una sonrisa pizpireta, jugaba con su móvil cotidianamente, se sentía desolada. Sola en un pueblo de casi 2.000 habitantes, entre belleza y miseria, entre caminos de hielo y un río que canta al pasar. Entre el bullying y la melancolía. A 90 kilómetros una mina de pura riqueza. Con la muerte de Sheridan afloró todo: la desolación por estar en un condado que Canadá había olvidado, donde los niños quieren que les presten atención, donde la tasa de paro alcanza al 70% de la población, el alcoholismo destroza hígados y familias. Y el racismo, siempre la discriminación por el color de piel. Una pandemia que maquilla a medias un tuit de Justin Trudeau: “Las noticias son desgarradoras. Vamos a seguir trabajando para mejorar las condiciones de vida de todos los pueblos indígenas”.

Attawapiskat es una First Nation [léase primera nación], una comunidad de nativos, de primeros americanos. Es el epítome de un mundo abandonado: el de los 1,4 millones de aborígenes canadienses, el 4% de la población. Una paradoja terrible en el país con la clase media más rica del mundo [más de 75.000 euros de ingresos para una familia de cuatro miembros].

En el pueblo de Amy y su difunta prima Sheridan, los nativos están sentados sobre un edredón de piedras y metales preciosos. En su territorio está una mina, la de los De Beer, los todopoderosos amos de los diamantes en el mundo, que produce no menos de mil millones de euros anuales. Dos mundos.

Esta situación la vivió -y filmó- de cerca Victoria Lean. Llegó en 2008 junto a su padre, un reputado ecotoxicólogo que iba a analizar el impacto ambiental de la excavación, inaugurada justo ese año. La directora de cine guía a Crónica en este viaje a la dolorosa verdad de Attawapiskat. Ella, durante los últimos cinco años, ha pasado hasta 80 días registrando su cotidianeidad. El resultado es el documental After the last river [después del último río], un retrato de unas diferencias sociales inéditas en el primer mundo… “El que todos los canadienses deben ver”, como ha dicho un crítico. Podríamos añadir que todos deberíamos ver. Relata lo que pasa cuando se deja abandonadas a las minorías. “Nadie ha escuchado la verdadera historia… Nosotros no somos ricos. Solo la tierra es rica”, dice a la cámara un poblador con la piel bronce y llena de arrugas. Es la gran contradicción.

-¿Por qué hasta los niños se quieren suicidar en Attawapiskat? -pregunto a la cineasta.

-Para entender lo que está sucediendo, tiene que entender la lucha de la comunidad, todos sus rostros. Hay hacinamiento, falta de empleo, mala educación, fondos insuficientes… Es lo mismo desde hace décadas. Nada ha cambiado para ellos.

-Y los niños se sienten solos. Los leo en sus mensajes en redes sociales.

-Hay una marcha para tomar conciencia sobre el suicidio incluso en medio de la película…

Esta semana han acudido cinco expertos de emergencia para tratar a los que han intentado matarse. Hay reuniones en grupo, se apoyan mutuamente. Por Facebook, por Whatsapp. Es una pandemia que ha llamado la atención del planeta. Una de las protagonistas es Sheridan Hookinaw, la mártir del condado… Stephanie, su madre doliente, escribía el jueves este mensaje a sus seguidores: “Hoy en la reunión fue muy emotivo cuando hice un discurso acerca de mi hija. Ella se quitó la vida el 20 de octubre de 2015. Mi bebé sufrió una gran cantidad de problemas médicos, ella sufría. Padeció bullying, pero ella siempre me dijo que todo iba bien. Estoy muy orgullosa de que hoy nuestros jóvenes hablen y tomen conciencia del suicidio”.

En su fortaleza interior, no deja de pensar en su pequeña. “La echo mucho de menos”, suelta cada vez que recae en la melancolía. Fue un golpe terrorífico para Attawapiskat. Esta comunidad ya había padecido graves crisis previas. La primera, en 2011, fue por la vivienda.

LA PRIMERA VÍCTIMA. El suicidio de Sheridan, en octubre de 2015, marcó a la comunidad. Desde su fallecimiento, Attawapiskat ha padecido más de 100 intentos de quitarse la vida
LA PRIMERA VÍCTIMA. El suicidio de Sheridan, en octubre de 2015, marcó a la comunidad. Desde su fallecimiento, Attawapiskat ha padecido más de 100 intentos de quitarse la vida

“Las personas residen en tiendas de campaña, en chozas, en remolques”, comentó abrumada Nycole Turmel, del partido NDP, de centro izquierda. En pleno invierno, bajo cero, sin calefacción, tampoco electricidad. Al año siguiente, la jefa de la comunidad, Theresa Spence, madre de cinco hijos, comenzó una huelga de hambre para denunciar las carencias. Y los males siguieron creciendo. “Los problemas se ligaban a la falta de liderazgo, la mala gestión financiera y a la idea de que las comunidades remotas no son simplemente viables. Mientras tanto, hay explicaciones históricas y estructurales… Creo que es una comunidad prometedora, pero a su gente se le ha negado el acceso a los recursos, la educación y su propia tierra”, explica Lean.

Pero nada los golpeó como el fin de Sheridan. Demostró que los niños se estaban viendo muy afectados por lo que sufrían los adultos. Ahora, la carta que ha escrito la prima de la niña suicida conmueve a todo Canadá.

Su relato acerca de lo que le estaba pasando a esta población aborigen, recogido por la cadena APTN, logró que hasta el primer ministro Trudeau respondiera por Twitter a la adolescente el miércoles: “A Amy y a los chicos de Attawapiskat. Por favor, que sepan que nos preocupan mucho y que estamos trabajando duro para ayudarles”. Victoria Lean cree que no todo se resume en la misiva.

-¿Ha leído la carta?

-Sí. Pero no llegaría a una conclusión sobre toda la comunidad en base a ella.

-Attawapiskat es otro mundo… Con una mina millonaria dentro y sus pobladores son tan pobres. Una contradicción en uno de los países más ricos del orbe.

-De hecho, es un lugar de muchas paradojas. Nunca vamos a ser el país que se supone que debemos ser hasta que encontremos una manera de entender y cambiar nuestra relación con las Primeras Naciones [las comunidades nativas].

-¿Siente que la gente en el pueblo es particularmente infeliz?

-Creo que hay una gran cantidad de personas fuertes, valientes, que se han enfrentado a cientos de años de opresión sistémica. El peso de no tener un hogar o una escuela básica o agua potable les afecta… Cómo se puede ser feliz cuando no tienen las necesidades básicas para la vida de su familia.

En medio de la nada

Para entender la lejanía del pueblo, su aislamiento, basta describir el itinerario para llegar a Attawapiskat. Durante la mayor parte del año, solo se puede ir por vía aérea. Se vuela de Toronto, la ciudad importante más cercana, para ir a Timmins. Son 1.100 kilómetros y es la primera escala. De allí, son otros 550 km más al norte. El coste de un vuelo, a tarifa regular, supera los 1.300 euros. Sus protestas solo llegan a las autoridades cuando ocurren desgracias.

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