Robert Gilles Redondo: Venezuela en el abismo

Robert Gilles Redondo: Venezuela en el abismo

thumbnailRobertGillesRodondoUno de los efectos morales o psicológicos de la feroz arremetida que el régimen de Maduro y Cabello ha tenido contra la voluntad expresada el 6 de diciembre de 2015 con la consiguiente instalación de una Asamblea Nacional abrumadoramente opositora es la pérdida de la certeza. Aunque todo pueda parecer predecible, nada lo es. Aunque existan límites que supuestamente nadie se atrevería a quebrantar, se quebrantan.  Antes de la demolición de la democracia en Venezuela teníamos confianza en nosotros mismos como sociedad y sabíamos cómo hacerle frente a las amenazas de nuestra libertad, fue así como sucedió abril de 2002, el paro de 2003, la negación de la reforma en 2007, la misma victoria no cobrada de 2013, las protestas de 2014 y más acá en diciembre pasada con la paliza que sufrió el régimen en las elecciones parlamentarias, todo ello muestra de un pueblo indómito que se negaba a perderlo todo. Hoy pareciera que el drama nos carcome y aplaza el hacerle frente a la pesadilla, quizá sin darnos cuenta que son estos los días definitivos en el que debemos darlo todo para recuperar el todo que perdimos.

No con ello pretendo juzgar las luchas dadas desde la Asamblea Nacional, única institución con carácter democrático de proceder y accionar que tiene el país. Pero sí se debe acusar al conformismo colectivo, el país llegó al abismo. El temible abismo que tanto se nos advirtió.

No hay comida, frase corta pero indescriptible que merece ser repetida: no hay comida. No hay medicinas, el que se enferma está condenado a muerte. Tenemos la inflación más alta del mundo. Los índices de violencia son insuperables, no porque lo dice una certera estadística sino porque en Venezuela no tiene ningún tipo de valor la vida. Tenemos también la peor economía, el que tenga ojos vea como fue desmontado el aparato productivo, empezando por la propia PDVSA y demás empresas expropiadas a lo largo de estos penosos 17 años.





Y frente a este indescriptible abismo en el que se encuentra Venezuela, el colapso final del régimen, al cual ya estamos asistiendo, vaticina consecuencias tan dramáticas y dolorosas que es mejor no pecar de melodramático profeta del desastre.

Un colapso que viene desde adentro. La utopía socialista del siglo XXI naufragó en el vientre mismo de la revolución que degeneró en un movimiento populista y totalitario de mafiosos y delincuentes. El otrora expresidente de la Asamblea, teniente Diosdado Cabello, hombre de absoluto poder, dirige –a semejanza de Pablo Escobar- el “Cartel de los Soles” que gangrenó al Estado y a la Fuerza Armada Nacional. A él le secundaron los sobrinos de Cilia Flores, detenidos actualmente en Estados Unidos, y los recurrentes casos de militares y funcionarios públicos involucrados en el tráfico de drogas. Sin hacer mención detallada del desfalco que se le hizo al tesoro nacional que es una de las principales causas de la miseria de hoy.

La respuesta de nuestro país frente a esta dolorosa y casi alucinante historia de principios del siglo XXI parece ahogarse en la necesidad de perder sus días en las interminables filas para comprar comida o para recorrer cientos de farmacias hasta adquirir algún medicamento. Sin contar que sólo dos días de la semana son laborables y que la violencia no permite extender la vida en la calle más allá de las seis de la tarde, aunque no hay horario para perder la vida. Más esta respuesta no puede seguir ahogándose, en esta pleamar de consignas, propuestas y contrapropuestas, debemos unir criterios y presionar sin más demora la salida del narco-régimen. Sea cual sea la estrategia de la dirigencia, hay que escuchar los gritos que piden movilización en la calle. Hay que fortalecer la propuesta de un gobierno de transición y unidad nacional, si es el revocatorio vamos allá pero siempre y cuando su realización sea este año. Si no hay revocatorio habrá que plantearse sin dudas la calle sin retorno. Este compromiso debe asumirse públicamente, incluso sea cual fuere la suerte del revocatorio y sin que se piense en un diálogo.

Un diálogo a estas alturas parece ser una ilusa coartada de quienes les conviene ganar tiempo. Respecto a Maduro y Cabello debe aplicarse la consigna aquella de que “con terroristas no se negocia”. El diálogo en este punto del camino puede ser una trampa mortal que sólo alargaría la tragedia. La rendición del régimen debe ser incondicional, por vía constitucional y pacifica sí, siempre y cuando también se acepte el derecho a la rebelión (artículo 350) o al deber de restaurar el Estado de Derecho (artículo 333).

Todos, excepto el régimen, apostamos por la salida menos traumática porque las pasiones se encuentran en su punto más álgido, pero si al final resulta que la vía electoral no se puede transitar ¿qué haremos? ¿Conformarnos con los lapsos constitucionales y adquirir las cuotas que a modo de consuelo dará el régimen en las elecciones de gobernadores?  Obligar al régimen a rendirse implica tomar conciencia que la conditio sine qua non es la salida de Maduro. No puede haber otro objetivo, desviarse de él es muy peligroso para la nación.

Ojalá el espurio Presidente que está usurpando el poder supiera que realmente quien garantiza la paz del país en este momento es la oposición. Pero esa paz se puede perder, las condiciones humanitarias de la sociedad parecen no dar para más. Este es el sentimiento sombrío que la conciencia de tantos hombres y mujeres de buena voluntad. La paz de Venezuela es esencial pero su estado es muy precario. Y ojalá el pueblo no quiera perderla en el desespero.

La salida de Maduro debe ser inmediata. Nadie tiene el derecho de seguir tentando el destino de Venezuela. Negarse al revocatorio o suicidarse disolviendo la Asamblea Nacional sería una grave irresponsabilidad histórica tan grande como negarse a recurrir a la calle que al final y con toda seguridad solo abrirían inmerecidas heridas a nuestra nación.

Robert Gilles Redondo