Luis Eduardo Martínez Hidalgo: Arribamos a San Pedro expectantes

Luis Eduardo Martínez Hidalgo: Arribamos a San Pedro expectantes

thumbnailcolaboradores-190x130La noche anterior habíamos llegado a Roma desde Montecarlo donde recibí The Bizz Award 2016, uno de los premios empresariales más prestigiosos del mundo, por mi quehacer en proyectos educativos en América y en particular por Millennia Atlantic University.

Nos encontraríamos –Larissa y yo, nuestro hijo Gustavo y una delegación de Delta Amacuro en la cual se incluían líderes del pueblo warao- con Su Santidad el Papa Francisco –Francisco a secas como lo dejó bien claro al inicio de su pontificado-.

Nacido argentino, es el primer Papa americano y el tercero en fila extranjero después que el polaco Wojty?a y el alemán Ratzinger rompieron la larga racha de casi 500 años de pontífices originarios de lo que hoy es Italia.





Son varias las veces que hemos tenido la fortuna de visitar El Vaticano, en dos ocasiones previas para participar en audiencias con Juan Pablo II y Benedicto XVI pero la emoción de encontrarnos en el centro de la cristiandad sigue siendo la misma. Ingresar a la plaza rodeada por la columnata de Bernini, pasar junto al obelisco traído a Roma por Calígula en el 37 para el Coliseo y trasladado a su actual ubicación por el papa Sixto V, encontrarnos frente a la Basílica diseñada por Bramante coronada por la cúpula de Miguel Angel y erigida sobre la tumba del apóstol Pedro a quien el propio Jesucristo encomendó edificar su iglesia, eleva el espíritu y motiva a agradecer a Dios las muchas oportunidades que nos ha dado.

El protocolo es estricto y todo es imponente incluyendo los inmaculados uniformes de la Guardia Suiza, cuerpo de élite creado en el siglo XVI para “servir con fidelidad, lealtad y honor al Supremo Pontífice y dedicarse a él con todas sus fuerzas, sacrificando incluso, si es necesario, la propia vida para defenderlo.”

De pronto el Santo Padre está frente a nosotros; tras bendecir a los asistentes, toma asiento y un sacerdote lee del Evangelio de Lucas la parábola del rico Epulon y el pobre Lázaro.

Concluida la lectura, el Papa nos habla sobre dos modos de vivir que se contraponen, la del rico, la del poderoso y la del pobre que es la de Lázaro.
Explica que la suerte de ambos cambia con la muerte; el poderoso es condenado y cuando pide piedad a Abraham, con quien se encuentra Lázaro, lamentablemente ya no es posible hacer nada.

El rico, el poderoso es condenado –y aquí Francisco pone especial énfasis- “no por sus riquezas, por su poder sino por no compadecerse del pobre”, para agregar: “La misericordia de Dios con nosotros está estrechamente unida a nuestra misericordia con el prójimo. Cuando falta nuestra misericordia con los demás, la de Dios no puede entrar en nuestro corazón”.

El Papa se levanta y se acerca, saludando primero a mi hijo Gustavo quien me hizo sentir orgulloso cuando muy aplomado le pide a Francisco que por favor bendiga a todos los jóvenes de Venezuela. Llegado nuestro turno, conversamos sobre el país y la gravísima crisis que ahora confrontamos.
Larissa entregó en sus manos al Papa un carta que resume la muy difícil situación que padece el pueblo venezolano y en la cual insistimos en la mediación de la Santa Sede en el conflicto que ahora enfrenta a la mayoría de la población con el gobierno, que textualmente indicamos “cobra ante la inminencia de una tragedia colectiva una urgencia mayor”.

Frente a nuestra delegación y sus acompañantes, el Papa expresó su preocupación y nos comentó que había enviado una carta al presidente Maduro. Un funcionario vaticano presente explicó que no solo el gobierno de Nicolás Maduro no respondió la carta sino que adicionalmente la Santa Sede se había visto obligada a suspender la visita a Venezuela de Monseñor Richard Galler, Secretario para las relaciones de los Estados, inicialmente prevista para el 24 de Mayo, que pudo haber sido el comienzo del proceso de mediación.
Luego vino el intercambio acostumbrado de obsequios; nosotros entregamos al Papa un chinchorro de curagua, que lleva su nombre, elaborado por mujeres de Aguasay y bellas artesanías del pueblo warao, Su Santidad nos regaló a cada uno de los presentes un rosario en un estuche que exhibe las armas de El Vaticano y una medalla con su esfinge, tras lo cual impartió una vez más su bendición.

Concluida la audiencia, acudimos ante la tumba de San Juan Pablo II y de rodillas imploramos por la paz y por la mejor suerte de todos los venezolanos. Allí prometimos, y lo cumpliremos, que continuaremos dando lo mejor de nosotros mismos para la reconstrucción de nuestra nación.