Diálogo sí, pero calle también, por Carlos Tablante

Diálogo sí, pero calle también, por Carlos Tablante

thumbnailcarlostablanteQuiero comenzar recordando el escalofriante saldo de la violencia política en Latinoamérica: Colombia, luego de medio siglo y más de 200.000 muertos, está negociando la paz. Guatemala hizo lo mismo después de un genocidio que eliminó a más de 100.000 indígenas. En El Salvador, luego de 11 años de guerra y 80.000 muertos, los adversarios optaron por la paz. En Sudáfrica, lograron superar el abominable apartheid con acuerdos políticos y el extraordinario papel de Mandela, reconocido por todos. En Ruanda, 800.000 personas fueron asesinadas a machetazos pero al final víctimas y victimarios tuvieron que reconciliarse. Estados Unidos y Cuba, después de vivir casi sesenta años en un conflicto que puso al mundo al borde de una guerra atómica, decidieron hacer las paces. Vietnam derrotó al gigante EEUU en una sangrienta guerra de dos décadas, mientras las partes enfrentadas negociaban en París.

Siempre hemos creído en el valor del diálogo. La Unidad democrática venezolana quiere el diálogo, pero el verdadero. Venezuela vive un momento demasiado grave para cederle más tiempo a este régimen incompetente y corrupto. A diario mueren venezolanos por falta de medicinas, por desnutrición o en manos del hampa.

Con el sabotaje que hizo el oficialismo a las reuniones preparatorias y separadas de República Dominicana – que no eran más que la continuación de un proceso de mediación iniciado en Caracas por los ex presidentes Zapatero,Torrijos y Fernández – quedó claro que el régimen lo que desea es ganar tiempo. Nada más.





La comunidad internacional ha expresado de diferentes maneras y por distintas vías, su profunda preocupación por la situación límite que vive Venezuela. Desde el Grupo de los 7 países más desarrollados, pasando por la Unión Europea y John Kerry – con el apoyo a la mediación de Zapatero -, hasta el propio Papa, han pedido a Maduro que reconsidere su intransigente posición y dialogue. Todos esos esfuerzos son importantes y merecen el agradecimiento de los venezolanos.

Para la oposición democrática expresada en la MUD, un verdadero diálogo debe tener agenda y objetivos claros y sobre todo, compromiso de ambas partes. La oposición ha colocado unos requisitos previos mínimos sobre la mesa para iniciar el diálogo: Que se escuche la voz de la mayoría de los venezolanos y se realice el Revocatorio; que se libere a todos los presos políticos y termine la persecución ilegal de dirigentes políticos, sociales y gremiales, estudiantes, periodistas y medios; que se atienda con urgencia a las víctimas de la crisis humanitaria por falta de de alimentos y medicinas y que se respete la Constitución y la Asamblea Nacional.

La respuesta del régimen hasta ahora ha sido negar todo: Representantes del poder ejecutivo y del electoral aseguran que el Revocatorio no va, es decir, privan a la mayoría de los venezolanos del derecho constitucional de revocar el mandato de un presidente que no sirve. No sólo no liberan a los presos políticos sino que aumentan la lista. No dan respuesta al desabastecimiento de comida y medicinas pero tampoco permiten la ayuda internacional que han ofrecido varios países y la propia comunidad venezolana en el exterior. Todos los días violan la Constitución Nacional e irrespetan al poder popular expresado en la Asamblea Nacional. Resulta obvio entonces que el que no quiere dialogar es el régimen.

Maduro quiere llevar a Venezuela al abismo de la violencia, donde él y la élite civico militar que lo acompaña, tienen ventaja. O por lo menos es lo que creen. Sin embargo, olvidan que el pueblo está bravo y que ya perdió el miedo, como lo demostró en diciembre votando mayoritariamente por el cambio y mas recientemente estampando su firma para solicitar el Revocatorio. Olvidan que la tropa que envían a las calles a reprimir a sus compatriotas, es pueblo. Se olvidan que los que queremos cambio somos mayoría.

A pesar de todo los obstáculos que colocan Maduro y su entorno, los demócratas debemos insistir en el diálogo. Al mismo tiempo, tenemos que ser pro activos. Elevar nuestra voz de protesta anta las injusticias y los atropellos a los derechos humanos en la calle, en las infames colas, en las instituciones públicas, en las comunidades. Con serena templanza democrática pero con persistencia y determinación. Todos los días y en todas partes. Hacer sentir el malestar que sentimos ante la incompetencia del régimen, por la impunidad que protege a delincuentes y criminales, frente a los abusos de poder, por la corrupción de la casta que desgobierna. Como lo han venido haciendo miles de venezolanos en todo el país, con perseverancia, con reciedumbre y sobre todo, sin miedo. El cambio es indetenible.