La mentira mayor, por José Zepeda

La mentira mayor, por José Zepeda

thumbnailjosezepedaResulta perverso que se necesite la mentira para perdurar en el poder. No me refiero aquí a la mentira, llamémosla habitual de algunos políticos, tampoco al mentiroso patológico ni mucho menos al compulsivo. Estamos en Venezuela ante una modalidad local de viejos totalitarismos que combina tres elementos principales: la mentira sistemática, la mentira persecutoria y la mentira victimizante. El discurso al servicio de la alteración de la realidad para presentarla de forma que genere réditos que no tendría de otra forma. He aquí algunos ejemplos que ilustran el caso.

Mentira ideológica.

La argumentación central se basa en la agresión del imperialismo norteamericano respaldado por la oligarquía local y los traidores a la patria venezolana, sin dejar por fuera a los acólitos europeos, subvencionados por el gobierno de los Estados Unidos.





Tan indemostrable como soterrada intervención, pagado con moneda verde, explicaría la falta de alimentos, la crisis económica y el malestar social. En esta estrategia, la actuación del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, obedecería a órdenes de la Casa Blanca y más que seguramente a los de la CIA. Para peor, ahora se ha sumado la mayoría de la región a los planteamientos de Almagro.

La autovictimización, creíble en la década de los 70, años de la Doctrina de la Seguridad Nacional y promoción de las peores dictaduras por parte del gobierno estadounidense, hoy no convence a nadie. La Casa Blanca renunció explícitamente a esos métodos en América Latina. El presidente Barack Obama fue personalmente a declararlo a la región. En  Buenos Aires dijo que esperaba que el gesto “también ayude a reconstruir la confianza que se pudo haber perdido entre nuestros dos países”. Y concluía “es un mensaje de principios que tengo no sólo para la Argentina, sino para el hemisferio entero”. El 2016, no es el de 1973 en Chile. Es alentador que los venezolanos abran cada vez más los ojos y sepan hoy, en carne propia, que toda tiranía se monta sobre el peor de los nacionalismos y el fomento del odio al que piensa distinto.

La mentira del golpe de Estado de la oposición.

Causa pudor tener que explicar que tal eventualidad es inviable, salvo que creamos que podría darse el caso, el primero en la historia de la humanidad en la que civiles desarmados, partidarios del diálogo, venzan al poder militar de la Fuerza Armada de la República Bolivariana de Venezuela.

La mentira de los poderes del Estado.

El gobierno de Miraflores es cautivo involuntario de sus propias leyes porque nunca se planteó que podía perder el apoyo popular que tuvo durante tantos años. Principalmente la lucha de Maduro es hoy en contra del pueblo que dizque que representa. Su capacidad de maniobra se sustenta en que de los cinco poderes del Estado cuatro están en manos del gobierno: Ejecutivo, Justicia, Tribunal Supremo Electoral, Poder Ciudadano. Su capacidad de maniobra, por ahora, es mucho mayor que el de la oposición, que solo tiene mayoría en la Asamblea Nacional. Eso en términos objetivos. En cuanto al apoyo popular el deterioro oficialista es inocultable.

Por todo ello la oposición es un colectivo enjaulado. La puerta de la jaula está abierta, pero en la salida está un sujeto con una tea al rojo vivo, azuzándola para evitar que salga, para que pierda la compostura, para que dé pasos en falso, para que actúe de tal manera que se justifique agredirlo.

La mentira de las firmas para el revocatorio.

El gobierno asegura que hay irregularidades porque aparecen firmando, entre otras, personas fallecidas. Ciertamente, quien otro que el gobierno las ha puesto allí para deslegitimar el empeño. No parece creíble que los recolectores de firmas hayan tenido tratos con variantes escatológicas. Esta y otras tácticas son de manual leninista, la famosa exacerbación de las contradicciones. Con palabras diferentes, aumentar al máximo la polarización social, el desabastecimiento, el asalto a los supermercados para enrumbarse hacia dos objetivos: militarizar y declarar hacia adentro y hacia afuera que no están dadas las condiciones mínimas para hacer el referendo revocatorio. Ganar todo el tiempo posible para hacer realidad aquello de que “la revolución no se negocia”.

La gran mentira con la crisis humanitaria.

La falta de alimentos, la falta de medicamentos, pone en riesgo muchas vidas. Sin embargo, El Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela declaró inconstitucional la llamada “Ley especial para atender la crisis humanitaria en salud”, que aprobó la Asamblea, porque la norma usurparía competencias del Ejecutivo en las relaciones exteriores. ¿Por qué la descalificación? Porque reconocer la crisis humanitaria es reconocer el fracaso. Tan simple y cruel como eso. Salvar la cara a costa de los desvalidos, de los necesitados. Ha llegado muy lejos el gobierno de Nicolás.

¿Sabe usted para qué alcanza el sueldo mínimo en la Venezuela de estos días? Para cuatro kilos de carne. No es propaganda en contra, sino constatación de circunstancias invivibles.

En la otra vereda, la de la oposición, se ha ido imponiendo la sensatez de la vía constitucional para encarar la crisis, respaldada por manifestaciones callejeras. La gente no puede ni quiere quedarse de brazos cruzados. Si hay algo que criticarle en este episodio a la oposición es la indisimulada actitud de algunos próceres más preocupados en destacar para perfilar su futuro personal que priorizar la superación del momento amargo que vive Venezuela. No entienden que en esta hora no hay espacio ni tiempo para egos soliviantados, lo esencial es sumar fuerzas para un cambio democrático.

Y, a pesar de todo, la salida constitucional, referendo revocatorio mediante, es la única razonable para la crisis venezolana. Maduro, así lo entienden cada día más chavistas, se ha transformado en un obstáculo para crear las condiciones que eviten el enfrentamiento fratricida, conduzcan a la superación de esta coyuntura ominosa y creen un espacio democrático de convivencia nacional en el que quepan todos. Cuanto antes mejor hay que implementar la reconstrucción económica y política para apaciguar los ánimos justamente soliviantados de la población, que pide cosas elementales que hoy parecen imposibles: democracia. paz, seguridad, institucionalidad, acceso a la alimentación y a la salud.