Fernando C. Rodríguez: Crónica de un pedo en Villa Rosa

Fernando C. Rodríguez: Crónica de un pedo en Villa Rosa

thumbnailcolaboradores-190x130La arepa de cazón desprendió una grasita rojiza que provocó su degustación animal.  Fueron cinco… no, siete empanadas y unos güisquis. La barriga se asomaba entre los botones amenazantes de la guayabera. Hace un tiempo lo hacía con cierta discreción, pero ya no. La panza ahora tenía vida propia y últimamente esa libertad es osada, orgullosa. Son rasgos del narciso glotón, que se come sus cuentos con la misma compulsión con que se chupa los dedos, ignorando los juguitos de cazón que forman un lago en su pantalón. Por allí circulan fotos comparándole con una nevera, pero tiene más acierto hacerlo con un hipopótamo bigotudo.

Hoy no tenía presiones. Cilia ya no compraba en Porlamar, esas tiendas son para los pelabolas sin dólares para hacerlo en Place Vendome o Saks fifth AvenueSí, muéranse de la envidia oligarcas pajúos. ¿Piensan en mi sobrinita y sus lentes con el logo gigante de Gucci, bronceado perfecto y el yate Onassis style? Eso es nada. Ustedes no han visto un coño.

Así que esa imagen de la primera combatiente emergiendo del centro comercial con sus quince bolsas de Zara, Vuitton y Cartier la tachó de su lista de preocupaciones. Al repasar su agenda, el día solo prometía más aburrimiento.  Entonces le dijo a Camilo que condujera despacito para no perderse los culitos que trotaban cerca del malecón, estaban ricos y quizás hasta podría zamparles una nalgadita.





Siguió rodando, rememorando la soledad del primero de septiembre, cuando Jorge le juró villas y castillos, pero al entarimarse se topó con un mazacote de borrachitos con franelas rojas, luciendo la estampa de su fallecido amante – ese que llaman el comandante -, y unos cuantos perros famélicos que ladraban con desgano.

Comenzaba a deprimirse cuando Camilo encendió la radio y sonó el reggaetón que le disparaba memorias entretenidas; esos trencitos humanos que formaba juguetón con los soldaditos en Fuerte Tiuna y que concluían a las tres de la mañana al ritmo del perreo con un general y también con el capitán.  Los escuálidos nunca entenderán que las fuerzas armadas son las de Fidel y Raúl, porque las de aquí hace tiempo que se volvieron una excusa para facturar miles de millones en equipos fantasmas o chatarra rusa; lavar dinero de los carteles y gozar con esos soldaditos que están de rechupete, con esos pantaloncitos blancos y verdecitos. Las fiestas, sí, esas fiestas serían la envidia de cualquiera de esos escuálidos de la cuarta, que ya quisieran ellos tener estas memorias. Suficiente que ya algunos hijos de esos cipayos se han colado, pero claro, a veces es la mejor forma de ponerle una carita linda a las reuniones en esos salones grandotes que hay en Wall Street.

Margarita está demacrada, poco queda de aquella isla electrizante que en ayeres remotos abrió sus brazos a yuppies de Manhattan y turistas canadienses, ingleses y japoneses.  Las casas, edificios y quioscos lucen como ancianos tistes, abandonados a su suerte. Los vendedores parecen programados por algún nerd del ciberespacio, en esas miradas no hay un soplo de vida.

El socialismo del siglo XXI ha impreso su sello en cada rincón de Venezuela; el aire mismo tiene olores y densidades que parecen mezclados con el azufre que Chávez escupió en la ONU. Y este es el éxito que los contra revolucionarios no desean ni pueden asimilar. El plan es ese, no otro. La idea magistral que el comandante esbozó allá en los noventa nunca fue construir un país. Esos son sueños de adolescentes afiebrados y una buena estrategia de mercadeo –a lo Goebbels – no más. Aquí se vino a colonizar una mina de oro para rasparse el botín y reinar eternamente sobre los escombros que son el hogar de los esclavos; garantizando que la Corte Penal Internacional jamás le vea el rostro al hombre nuevo, ese que se parece a un tal Aristóbulo, con su barco de mil pies y cuentas en Suiza… dólares, infinidad de verdes que compran cualquier juguete, incluyendo los deseos 90/60/90 de tantas carajitas enredadas con estos sujetos, los revolucionarios, sí como Merentes.

Camilo le subió el volumen a Wisin & Yandel y la adrenalina invadió su mente, haciéndole sentirse presidente. Fue entonces que dio la orden: vamos a Villa Rosa.

La tarde dio paso a la noche y la caravana prendió los reflectores. Además, Camilo le recuerda que una manada de carros, con sirenas y luces dando vueltas coloridas, son los mejores abanicos para echarse aires de poder.

La camionetota negra, igualita a las que colecciona el cavernícola del mazo, se enrumbó por la colina y pronto se divisó que a cada costado de la vía había decenas de personas, doñas de pelos grises y ojos ahuecados, armadas con cacerolas, cucharones y ralladores de parmesano.

Camilo bajó un poquito la ventana y el sonido de la calle hacía inútil la voz de Wisin y los gritos de Yandel.  Apagó el CD player y las cacerolas elevaron su protagonismo.  El barrigón que iba en el asiento trasero pensó que hasta un perreo podía hacerse con aquel sonido, rítmico, ascendente y volátil, igualito que el sonido de las tripas, solo que de hambre él nunca se moriría; esa vaina es para los mortales.  La dopamina transmitía señales eufóricas a la nuez que tiene como cerebro y tanta alegría junta hizo del sartén un tambor y del cucharón la flauta mágica que dio forma final a su alucinación.

Párate allí Camilo, que me bajo a saludar a mi pueblo, se le oyó decir al jefesote. El chofer dudó unos instantes, pero cuando el amo canta el perro obedece.  Abrochándose los pantalones se apeó en el camino de tierra para asir a su fanaticada, ansiosa de sus manos, del olor de su pachulí francés. Quizás esa y la de allá quieran tomarse unos selfies con él para postearlos en twitter y facebook y hacer de su gran popularidad la tendencia número uno de las redes sociales.

Con el anonimato que dan los bullicios, se tira un pedo.  Camina erguido para hacer valer su metro con noventa centímetros, con la imagen mental de sus tiempos melenudos, cuando se fotografiaba sin camisa – para exhibir su pecho peludo – y un cigarrillo en la boca; el latin lover que nada tenía que envidiar a Andrés García.

Ensaya una sonrisa y se acerca a Eudys Marcano, una doña margariteña que parecía muy emocionada de verle. Extiende sus brazos como lo haría Idi Amin en sus mejores tiempos. Pero lo que recibe a cambio fue suficiente para regresarlo de su viaje de Lucy in the Sky with Diamonds, y el ídolo de multitudes instantáneamente se encuentra perdido en un mar de cacerolas y voces coreando tres frases exclusivas: coño de tu madre, hijo de puta y malnacido.

Y de pronto, el galán mexicano se transforma en una mole de grasa con bigote y arrechera, un Hulk que se hace llamar presidente de Venezuela.

Eudys se apasiona y verte sobre su cacerola dieciocho años de pesares. Cada golpe que le da a esa olla es un corte de luz repentino; una despensa vacía; un hijo sin medicina y un sueño convertido en pesadilla… cada golpe de cacerola es un puñal clavado en ese delirio que llaman revolución bolivariana.

El glotón siente en su estómago que las empanadas de cazón ahora son un tiburón que se lo está comiendo vivo. Gira la cabeza casi como Linda Blair – Iris Valera en criollo – pero no encuentra ninguna mirada parecida a la de Cilia ni a la de Jorge en su mejor jalada de bolas.  Está solo, rodeado por una muchedumbre con ojos brillantes, miradas que si supiera algo de cine le recordarían al bebé de Rosemary. ¿Y por qué me pasa esto a mí? ¿Y los Claps? ¿Es qué no soy el hijo de Chávez?

Run baby, run… corre como un perro, pero dejando una humareda de pedos que solo pueden ser la estela que deja el miedo. Se tropieza con Camilo y le da un empujón con su hombro, la meta es la camioneta con luz intermitente, el faro que guía el destino de su cobardía. Ya listo para escaparse, un pajarillo diabólico se le posa en el cogote, cantándole dulcemente: ¿y vas a dejar que esa vieja te humille así; a ti…hijo de Chávez?

El ratón experimenta una metamorfosis y otra vez se siente Hulk, el hombre invencible.  Se tira varios pedos –esta vez sí manchó los boxers – y se voltea en dirección a Eudys, asestándole un odio que si tuviera dientes y volara se le clavaría en la yugular. Camilo fracasa en su intento de contenerle. Al barrigón le vienen recuerdos de su boxeo parlamentario (http://bit.ly/1ZL5pac), aquella vez que le soltó un derechazo al diputado José Simón Calzadilla, y se inspira. Eudys retrocede unos pasos, pero no son suficientes para impedir la embestida del hipopótamo. La gente se altera mucho más y ahora el linchamiento deja de ser una sospecha para mutar en certeza. Hulk lo respira y se le aflojan las piernas. Camilo y su tropa forman un anillo protector y el hombre se salva. Las camionetas son las balsas de rescate y muy pronto lo que antes fueron flatulencias ahora es el humo de los cauchos picando el asfalto y dejando solo el recuerdo.

La muchedumbre acude al socorro de Eudys y las mentadas de madre se inmortalizan en un coro que jamás dejará de sonar en aquellas tierras olvidadas de Nueva Esparta.

Unos diez kilómetros más allá, la camioneta se detiene y Camilo observa que su jefe está llorando. Le ofrece su pañuelo, pero no son gracias lo que recibe a cambio. Es una orden: Mételos a todos presos… sí a todos…

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