Jesús Peñalver: Medicina

Jesús Peñalver: Medicina

 

Dudo que alguien en Venezuela no haya padecido –y padezca- la angustia de no encontrar la medicina de su familiar y la propia. En refugios de oración se han convertido las farmacias y los hospitales un tanto igual, al tiempo que hay que ingeniárselas para cubrir los gastos funerarios, porque la muerte es el camino seguro al que nos lleva este accidente que desgobierna.

En una sociedad donde se desprecia la persona humana, Herodes puede ser cualquiera. Eso ocurre en mi país gracias a la desgracia de haber elegido a un mediocre milico golpista que con odio social inició la pesadilla que aún nos atosiga.

Criminal y terrorista es la barbarie roja que ha destruido al país, condenando a su pueblo a peregrinar de cola en cola por medicinas y comida.

No hay pan, el circo empeora, el gigante no existe, los enanos crecen en pobreza y desolación. La historia cambia. El gigante desapareció y los enanos crecen por todas partes. Porque la verdad sea dicha, es preciso ser bien enano para tener a Chávez como a un gigante.

Bien harían poniéndole su nombre a las morgues venezolanas, y a sus puertas colocar sendas estatuas del mediocre milico delirante. ¡Quedarían de muerte lenta!

El sufrimiento es una miseria y exaltarlo una perversión más. Sufrir es malo en sí mismo y punto. Así las cosas, no se cuestiona el hecho reciente de enviar ingentes recursos (contenedores) de ayuda a Haití, sino la infamia, la criminal desatención al desabastecimiento de medicinas y comida que existe en Venezuela.

Rayado famoso el del maestro Carlos Cruz-Diez en Maiquetía, por las tristezas y saudades de las despedidas, los lloros de la nostalgia, las angustias del desencuentro. Gente que se va, gente que se queda. Decisiones respetables.

¿Cómo la peste chavista explica esto, siendo que en el país muere gente de hambre y por falta de medicamentos? ¿Cómo pueden chavistas y chavistas dizque antimaduristas respaldar este crimen?

No, señor, esa distinción no existe. Esta podredumbre es la continuación agravada de la peste creada por el golpista. Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente.

Frente a las injusticas públicas, conviene denunciar todas las violencias que oprimen, explotan, aplastan y matan al hombre; y, al mismo tiempo, atacar duramente la conciencia del responsable.

No colaborar con ninguna de las injusticia, sea cual sea, y no ser nunca cómplice de ello por el silencio.

Se impone también desobedecer las leyes injustas. Ningún hombre, y con más razón aquel que defiende valores de justicia y libertad, connaturales con la democracia, debe obedecer una ley injusta.

El coraje hay que usarlo en la lucha cívica contra las injusticias imperantes, y en esto es posible que surja el miedo a perder posiciones encumbradas, hay bastante cobardía en asumir responsabilidades comunitarias y no pocos silencios ante cuestionamientos que necesitan respuestas.

Pareciera que nadie o muchos no quieren problemas. Todo el mundo se lava las manos. No hay uno que diga: “Hoy por mí mañana por ti”. El miedo nos hace viles, siendo que pertenecemos a la misma sociedad. La indiferencia es mala consejera, una pésima compañera.

Estamos en una clara y alarmante constatación de que vivimos en un desolado infierno bolivariano. No seamos indiferentes ante las injusticas particulares, ante las injusticias públicas y permanentes que nos rodean y ante la violencia.

Si notas alguna arrechera, no hagas caso, no es contigo. Es contra el silencio, la vergonzosa mudez, la tranquilidad de la indiferencia.

 

Jesús Peñalver

 

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