Colombia tuvo una relativa estabilidad política —desde el Frente Nacional—, gracias a la democracia que arbitró las diferencias pero al descalificarla logran introducir la otra democracia, la de “si pierdo, pateo el tablero”, la democracia controlada de Chávez, la de Mussolini, la de Fidel Castro (1992): “nunca más perderemos una elección”, la de raigambre fascista (y comunista), que Hitler llamó “la dictadura del número”, la democracia directa de Gaddafi, la democracia popular de Stalin; o sea: el voto no cuenta.
El castrismo ganó este round. Ha inoculado el veneno de la polarización en la sociedad urbana de Colombia. En adelante y como en Venezuela, las pasiones y los slogans “morales” (no el voto) arbitrarán la política y, poco a poco, herirán a la institucionalidad democrática en el corazón. Lamentablemente, Colombia avanza sin pausa y sin prisa hacia la “democracia” del socialismo del siglo XXI.