A 70 años del suicidio de Hermann Göring, ¿quién le dio la cápsula de cianuro?

A 70 años del suicidio de Hermann Göring, ¿quién le dio la cápsula de cianuro?

Goring

“Göring hanged”. Los diarios de todo el mundo tenían listo ese titular hace 70 años para informar que habían sido cumplidas las sentencias de muerte dictadas por el Tribunal Internacional de Nuremberg contra los jerarcas nazis. Si bien eran once los ex dirigentes del Tercer Reich, políticos y militares, condenados a morir en la horca por las atrocidades cometidas, claramente el Reichsmarschall iba a llevarse todas las portadas.

Por Nicolás Gilardi

Pero Göring se anticipó un par de horas a su ejecución y logró burlar al verdugo, quitándose la vida en su celda con una cápsula de cianuro minutos antes de las 11 de la noche del 15 de octubre de 1946. “Elijo morir como el gran Aníbal”, escribió en una de las tres cartas que dejó, encontradas más tarde.

La pregunta de cómo hizo para conseguir el veneno, cuando supuestamente estaba bajo estrictas medidas de seguridad, se la hicieron los aliados en ese momento –sin respuestas seguras– y los historiadores a lo largo de los años. En el medio aparecieron fabuladores en busca de fama, diciendo que le habían entregado la cápsula de cianuro a Göring. Pero, ¿alguno de ellos dijo la verdad? ¿Cómo llegó el veneno a manos del Mariscal del Aire nazi?

Caída en desgracia y detención

Göring, quien supo ostentar numerosos cargos durante el nazismo, entre ellos la dirección del plan cuatrienal y la conducción de la Luftwaffe, era claramente en el juicio de Nuremberg el exponente máximo de lo que había quedado de las ruinas del Reich.

Adolf Hitler, Joseph Goebbels y Heinrich Himmler se habían suicidado y Martín Bormann estaba desaparecido. Por lo tanto, Göring era el nazi de más alta jerarquía que quedaba para rendir cuentas de uno de los capítulos más negros de la humanidad. A decir verdad, su estrella se había ido apagando lentamente en el último tramo de la guerra. El fracaso de la Luftwaffe, con las ciudades alemanas arrasadas por los aviones enemigos, los desaciertos de sus decisiones y su adicción a la morfina –producto de una vieja herida de guerra– lo alejaron del centro del poder.

Incluso en el epílogo del conflicto bélico fue removido de todos sus cargos y arrestado por orden de Hitler, luego de un desafortunado telegrama que envió a la asediada cancillería de Berlín, ofreciendo asumir al frente del gobierno en caso de que el Führer se viera imposibilitado de seguir al frente del Reich. La sugerencia del Reichsmarschall pegó casi tan fuerte como las bombas soviéticas en la otrora imponente cancillería. Hitler, enfurecido, lo degradó de todos sus cargos y lo hizo detener.

Luego de la caída de Berlín, Göring dejó atrás a sus guardias y se entregó a los americanos, quienes en principio lo trataron cordialmente, e incluso llegó a dar una recordada rueda de prensa. Esto fastidió al alto mando aliado, que rápidamente cambió las condiciones de su detención de cara a lo que sería el juicio más famoso de la historia. El líder nazi entró a prisión derrotado, mal de salud y pesando 120 kilos. El duro régimen al que fue sometido por el comandante de la prisión, el coronel Burton Andrus, hizo que Göring bajara 35 kilos. Andrus ordenó que de a poco le redujeran las numerosas medicaciones que tomaba y gradualmente Göring fue recuperando la buena forma y su vivacidad.

Su imagen cambió notablemente desde el día en que entró a la prisión y decidió asumir, en base a su fuerte personalidad, el liderazgo de los patéticos restos de la dirigencia nazi. Incluso por momentos Göring llegó a poner en apuros a los fiscales aliados durante las numerosas sesiones del proceso. De todos modos, esto no le alcanzó a Göring ni al resto de los acusados para convencer a los jueces que no estaban al corriente de los crímenes nazis y del Holocausto. El antiguo mariscal del Reich fue encontrado culpable de todos los cargos y el 1 de octubre de 1946 fue condenado a morir en la horca, al igual que otros diez acusados. Las sentencias se iban a cumplir dos semanas después.

Muerte y misterio

El 15 de octubre de 1946 no fue un día más en Nuremberg. Era la antesala de jornada de las ejecuciones, que se iban a llevar a cabo la madrugada del 16. Los prisioneros habían notado caras nuevas, ruidos y movimientos en la prisión. Estaban armando los cadalsos en el gimnasio.

Cuando el doctor Ludwig Pflüker, un alemán que asistía a los reos, ingresó a la celda de Göring para darle sedantes como cada noche, el último le hizo un par de comentarios que lo llevaron a pensar que estaba al tanto de lo que se venía. “No hay dudas que preparan algo”, fue una de las frases que escuchó el médico. En sus memorias, Pflüker dijo que sustituyó los sedantes por un placebo para evitar que Göring entre en un sueño profundo, ya que poco después debía ser llevado al patíbulo. Pero esto nunca ocurrió. Minutos después, a las 22.44, aproximadamente dos horas antes de la sentencia, el ex número dos de Hitler, observado permanente por la mirilla de la puerta de la celda por el soldado Harold Johnson, mordió la cápsula y poco después murió. Fueron vanos los intentos por reanimarlo.

¿Göring siempre tuvo la cápsula en su poder?

Fue una de las primeras teorías. Göring escribió tres cartas, fechadas el 11 de octubre. Una estaba dirigida al coronel Andrus, otra a la Comisión de Control de las potencias vencedoras y la tercera a su esposa, la actriz Emmy Sonnemann. En la primera, dijo haber tenido el veneno “siempre” con él, que mediante una artimaña la escondía en una percha al desvestirse y que luego la ponía en sus botas cuando concurría a las sesiones. Una versión difícil de creer por los exhaustivos y arbitrarios controles a los que era sometido. Tal vez su argumentación estaba orientada a que nunca se sepa quién le facilitó la ayuda.

Un periodista y un general de las SS

El primero en asegurar que había suministrado el veneno a Göring fue un periodista austríaco que cubría el juicio: Petermartin Bleibtreu. Este dijo que logró ingresar en la sala del tribunal cuando estaba vacío y que pegó la cápsula en el habitual asiento de Göring con goma de mascar. Una versión disparatada.

El segundo fue un antiguo general de las SS, Erich von dem Bach-Zeleweski. Según su narración, se cruzó con Göring en un pasillo de la prisión y le pudo dar una pieza de jabón, que contenía el veneno. Los dichos de Bach-Zeleweski fueron tomados como ciertos en los años 50. Con el correr de los años su historia perdió crédito.

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