Juan  Guerrero: Ajuste de cuentas 

juanguerreroLos tiempos de la intolerancia y la barbarie están marcados por el discurso de la banalidad, hecha poder de Estado.

Recuerdo por estos días a mi amigo Anzio, el carpintero de Asís, pueblo del poeta Francisco y de su amada Clara, la hermosa niña de ojos luminosos.

En su momento conversamos sobre aquellos dramáticos tiempos del fin de la Segunda Guerra Mundial. Sus comentarios me han quedado grabados en mi mente como una dolorosa película, entre sarcástica y de cuadros fílmicos de intensa brutalidad.





-Y es que los colgaron de los postes, árboles o les cayeron a palo limpio, “Mio caro amico, Giovanni”

-Indudablemente que fueron creados los tribunales de Nüremberg. Allí se juzgaron y sentenciaron a varios de los jerarcas del régimen nazifascista, quienes daban órdenes para ejecutar a inocentes. –Pero a los colaboracionistas, a quienes operaban y realizaban los actos de crueldad infinita. A esos los colgamos. Les caímos a golpes, a pedradas. Los sacamos de sus mansiones, de sus palacetes, los ubicamos en sus casas de campo. Hasta allí llegamos. Fueron días dolorosos para todos. Unos, porque sabíamos que era una pura y simple venganza. No tiene otro nombre. Otros, porque el dolor acumulado ya no se soportaba. A más del hambre y las demás carencias.

-Mi padre me contó que a varios torturadores los desollaron vivos. Les llenaron el cuerpo con sal y los arrastraron por las calles del pueblo. Otros fueron amarrados de los árboles. Les colocaban miel, y por las noches se escuchaban los desgarradores gritos mientras los perros y ratas se los comían vivos.

-Toda la gracia, el sentido de la vida inocente y bucólica se nos fue. Esa vida grácil de los años de niñez y juventud de varias generaciones, quedó sepultada entre esas y otras dantescas imágenes de una guerra que nadie quiso, ni supo cómo comenzó ni cuándo terminaría.

Mi amigo Anzio murió a mediados de los años ´80s. Iba de pueblo en pueblo, en la región de la Umbría, buscando cachivaches, cruces, púlpitos, retablos y otros muebles antiguos. Así, a más de sus propias historias, conoció otras más, de sus paisanos. También yo supe de aquellas que me contaron los ancianos sobrevivientes en la plaza del pueblo donde viví, en Perugia, y en el mercado.

Ahora, leyendo los testimonios del libro Perdigones en la cédula (Funpaz, 2016) de varios ciudadanos que fueron detenidos, torturados y encarcelados. No puedo más que pensar en aquellos a quienes se les violaron sus más elementales derechos humanos.

Y no son tanto las torturas a los detenidos. Es la humillación, la vejación y las continuas torturas psicológicas a sus familiares. Desnudar a las madres, esposas, hermanas, hijas, mientras los guardias observan. Ponerles a saltar para despistar cualquier material que se encuentre entre sus partes íntimas. Filmar, fotografiar esas y otras escenas.

O como cuenta una madre mientras es detenida con su hija, menor de edad, que las guardias nacionales con acento cubano, gritaban que “llegó carne fresca” en alusión a ellas y otras más, mientras los guardias comentaban que tenían varios meses sin tener relaciones sexuales. Miradas lascivas, frenesí en el rostro sudoroso mientras los labios de esos seres de verde dejaban salir impúdicas frases.

Cuenta una de las reseñas: “Al llegar al sitio (…) los guardias les gritaron (…) “mujeres les traemos diversión. Les traemos carne fresca. Les tenemos sifrinitas.” “Al tiempo, una funcionaria de tono cubano, insistió en el enfermizo llamado “mujeres vamos a divertirnos”. Esa funcionaria cubana, alta y morena, se dirigió hasta la camioneta. A la primera que bajó fue a Carkelys. En ese momento la muchacha era menor de edad.”

“La halo por el cabello. La tiró de espaldas contra el piso. Como la joven le vio la cara la cubana la golpeó fuertemente con el casco.

“Por un parlante, la funcionaria cubana repitió a unos masculinos “aquí hay carne fresca”. –“Tráemelas una por una, tengo meses sin meterlo-, fue la aberrante respuesta.”

“Al salir del Destacamento 47 (-conocido en Barquisimeto como centro de tortura) se dirigieron a un Centro Diagnóstico Integral (CDI), donde la orden de los directores a los médicos era no atender a ningún herido de las guarimbas.” (Pág. 24)

Por estas y otras muchas historias, no creo que en Venezuela pueda aplicarse en los primeros 8-10 meses, de un cambio del actual régimen, un sistema de justicia que aplique sentencias bajo parámetros amparados, tanto en la Constitución nacional como en otras estructuras jurídicas, como el Estatuto de Roma o aquellos contenidos en la Corte Penal Internacional.

Mientras ocurra esa transición, en esas primeras horas, días y quizá semanas. Los linchamientos se van a generalizar. Los saqueos, desvalijamientos e incendios a mansiones, fincas, hatos y demás bienes de los colaboracionistas (patriotas cooperantes) serán la noticia de un escándalo internacional. Y será esa “banalidad” lo que ocupe y otorgue al populacho sentido de justicia en una sociedad donde el liderazgo, de todo tipo, está ocupado en otros menesteres. Los jerarcas del régimen negociarán su cabeza. Pero los operadores, ejecutores directos de atrocidades, de segunda, tercera, cuarta jerarquías, familiares y amigos, esos están ubicados y no podrán salvar su pellejo.

La historia, “Mio caro amico, Anzio” parece que se repite de tanto en tanto. Y en nuestro caso, esa trivialidad farandulera mostrada en el horror de los días por venir, terminará de quitarnos la inocencia para acceder a una vida ciudadana un poco más cercana a los rostros fruncidos de las sociedades adultas.

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