Caracas suena y Valencia se llena de colores, por Judith Sukerman

Caracas suena y Valencia se llena de colores, por Judith Sukerman

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Algunas cosas tienen en común el alcalde de Caracas Jorge Rodríguez y Miguel Cocchiola, alcalde de Valencia. Ambos, siendo autoridades electas para gobernar dos de los municipios más importantes del país justo cuando atravesamos la más pavorosa y profunda crisis económica, social y política de nuestra historia, han decidido sin pudor alguno destinar ingentes fondos públicos a intentar distraer a la gente de sus agobiantes problemas. Ni siquiera podemos hablar de que se trata de la antiquísima política romana del “pan y circo”, pues evidentemente solo se ocupan de entretenernos con mucho circo para que no les reclamemos el pan.

Con cargo a nuestros impuestos, se prepara en Caracas, una nueva edición del festival “Suena Caracas” mientras que en las calles del norte de Valencia, proliferan coloridos y costosos murales que junto a la colocación de la monumental y mil millonaria escultura del maestro colombiano, Edgard Negret, contrastan con las toneladas de basura acumuladas en todo el municipio; el aumento de los índices de delincuencia, los profusos huecos en las calles, con el reclamo de los trabajadores públicos por los retrasos en el cumplimiento de sus reivindicaciones salariales y en especial, con la pobreza generalizada de nuestra gente.

Todas las alcaldías están atravesando graves problemas financieros. Son las primeras entidades públicas en solicitar ayuda al gobierno nacional para poder honrar pasivos laborales y cumplir con servicios básicos como seguridad ciudadana, alumbrado público y recolección de basura. Sin embargo, con inmensa preocupación e indignación observamos, como este par de burgomaestres caen en populismos y clientelismos antes de atender lo que realmente le conviene y necesitan las ciudades que “gerencian”.





Quizás parte de la ciudadanía pueda estar de acuerdo con tales dispendiosas actividades, pero es obligación del alcalde actuar por el bien común de su ciudad. No se puede tener un pueblo con todas las necesidades básicas insatisfechas y gastar en decoraciones y fiestas.

Por supuesto no estamos en contra de las fiestas, de las ferias y mucho menos del arte y la cultura. Al contrario, entendemos que estos son bienes del espíritu, que lo enaltecen y regocijan; pero creemos, en primer lugar, que en tiempos de crisis es necesario dar prioridad a lo que beneficie a la mayoría. Se debe priorizar la solución de problemas de las comunidades; la satisfacción de necesidades de servicios básicos. Y luego, cuando se vayan a realizar gastos en festejos y actividades culturales, se debe estudiar y proyectar el tipo inversión que beneficie a la ciudad; determinar qué fiestas y actividades pueden atraer visitantes al municipio, al igual que mantener o rescatar sus valores artísticos y culturales. Es necesario que toda inversión pública al respecto, responda a un plan serio y riguroso que realce el turismo y el disfrute de la ciudad; y que pueda redundar en fuentes de empleo e ingresos y no, que responda a caprichos, improvisaciones y gustos de unos gobernantes transitorios.

Con casi tres años de gobierno, luego que Jorge Rodríguez triunfara electoralmente proclamando “Caracas te quiero” y que Cocchiola hiciera lo propio prometiendo una “Valencia 100% limpia”, ni el amor por la ciudad capital, ni el aseo en nuestra ciudad industrial se ven por ninguna parte. Al contrario, es evidente en ambos municipios el desgobierno reinante, la falta de gestión, la improvisación y hasta la falta de dirección. En Valencia, continuamos sin saber cuál es el modelo de gestión que tiene el gobierno municipal. Somos testigos de muchos anuncios, de declaraciones de buenas intenciones pero sin fechas ni proyectos específicos. Y en ambos casos retumba el silencio cómplice sobre los terribles errores y abusos del gobierno nacional.

Debemos cambiar estas formas de gobierno. No podemos seguir permitiendo que se nos cobren impuestos, cada vez más altos, para financiar antojos de gobernantes que encontraron en la función pública un espacio para enriquecerse. Está claro que desmantelar esa clase de política clientelar no es, ni será tarea fácil. Necesitamos mucha conciencia, compromiso y presión ciudadana, para al menos generar la vergüenza de quienes administran los recursos públicos y lograr que estos sean invertidos con sensatez.

@judithsukerman / [email protected]