Una mirada incisiva a la seducción del discurso político, por Cristina Barberá

Una mirada incisiva a la seducción del discurso político, por Cristina Barberá

En relación a la reciente victoria del candidato republicano Donald Trump en Estados Unidos recojo muchas reacciones de sorpresa para espanto o para júbilo, aunado a una aguda descalificación a sus electores llamándoles de ignorantes y estúpidos. Más allá de las visiones políticas y los efectos de este evento en lo nacional e internacional que ya interesantísimas reflexiones ha convocado de expertos, o mi opinión personal sobre el resultado, quisiera aprovechar para tomar esto como punto de partida de esta reflexión y aproximarme desde otro lugar, invitándolos a transitarlo conmigo en estas líneas.

Recordando el arrollador apoyo popular que conquistaron figuras como Hitler, Lenin, Chávez y ahora Trump, entre otros, surge la pregunta obligada ¿Por qué los discursos de odio y totalitarios tienen tanto éxito y son tan seductores a la masa?

Trataré de responder a esta cuestión desde mi área de conocimiento, entendiendo que tiene limitaciones y que esta no es una respuesta absoluta, más bien un nivel de comprensión alterno esperando sea de alguna utilidad al lector.

Este tipo de discursos deben su éxito muy en parte a que tienen el efecto psíquico de expropiar y des­?responsabilizar al sujeto de su participación en la realidad individual y colectiva que le afecta. En psicoanálisis lo llamamos Identificación Proyectiva. Lo “malo” está en el otro, algo que en un nivel le es propio al individuo se proyecta en otro lugar (persona, partido etc) quedando el sujeto o el grupo con una sensación ilusoria de bienestar y de no “tener nada malo” en sí, siendo entonces que la única manera de posteriormente sustentar esta ilusión sería continuar proyectando ad infinitum.

La polarización política cuando es profunda pone en escena la “tirada de pelota a la cancha del otro” de forma magistral. Un grupo acusa al otro de lo que está mal de forma total, nadie se responsabiliza de su cuota, la pelota salta de mano en mano. ¿Qué queda después de la expropiación? Escasez y anaqueles vacíos, valga la analogía en relación a la actualidad nacional. Un vacío que detiene el crecimiento.

Así mismo cuando todo “lo malo” queda ilusoriamente de un lado, todo lo “bueno” queda del otro, creándose el terreno fértil pero vacuo para el surgimiento de líderes ilusorios enzarzados como figuras salvadoras mesiánicas y dueñas absolutas del camino único reparatorio del mal.

Pensemos tal vez en un ejemplo más íntimo, una relación típica de víctima­? victimario y su articulación con des­?responsabilizarse. Tomemos para este fin la muestra de una pareja en la que existe violencia de género. La mujer es maltratada por su esposo. Sin justificar al agresor, si esta mujer no consiguiese pensarse, reconocerse en su cuota de participación en esta historia, entendiéndose esta como su elección de pareja, estaría condenada a identificarse únicamente con la posición de víctima y su auto­?agresión indirecta, vía la escogencia singular de este hombre, quedaría velada. ¿Por qué sería esto tan difícil de asumir para ella? Simple, porque le resulta muy dolorosos asumir su propio aspecto victimario y maltratador. Si no alcanza a reconocerlo y darle sentido probablemente termine nuevamente siendo víctima de ella misma en una futura elección de pareja.

¿Qué tan frecuente se escuchan cosas como “ella siempre se busca tipos iguales”? Espero con esto se entienda la gravedad y seriedad de lo que intento trasmitir. La violencia, “lo malo”, será entonces sólo del marido si es que llegase a tomar distancia de éste, o en otros casos esta pobre mujer podría llegar a justificar los ataques de su esposo con el clásico “yo lo provoqué”, auto­?agrediéndose así nuevamente sin darse cuenta. Queda, retomando nuestro
planteamiento inicial, expropiada de su responsabilidad en toda la historia. El marido por su parte probablemente puede también des­? responsabilizarse bajo esta premisa, “ella me conoce y me provocó”, siendo entonces que él nada tiene que ver con lo que ocurrido.

Muchas veces me he preguntado si la metáfora de mujer maltratada nos es válida para pensar a Venezuela.

Si Venezuela como cuerpo social y cultural se ubica entonces en el mecanismo antes descrito, en la identificación proyectiva, estamos entrampados. La culpa siempre va a ser de algún objeto (figura, movimiento) que se preste a tomarla en nuestra ecuación mental social y poca responsabilidad y participación tendremos en lo que nos ocurre. Perdemos la oportunidad como la mujer descrita de apropiarnos de nuestras elecciones y decisiones, de nuestra historia.

¿Por qué el chavismo tuvo tanta acogida? Parte de los ingredientes necesarios para que estos discursos mesiánicos y totalitarios calen en la masa son la frustración excesiva y con ella el resentimiento. Esto deja hambre voraz de
reconocimiento y reparación. ¿Por qué Venezuela estaba y está tan frustrada, tan resentida? ¿Cuál es nuestra participación en esto?

Tal vez ayude a esta reflexión entender a la política y sus figuras como representantes condensados de una problemática social amplia que está por detrás. Podríamos entonces pensar en los políticos como la gestación de una matriz social. ¿Nuestra clase política actual qué refleja de nosotros como cuerpo social? Acaso, ¿Una mujer maltratada? ¿Qué sería lo que le corresponde a esta mujer para salir de este círculo vicioso? ¿Esperar que su marido cambie? ¿Justificar que lo provocó cuando protesta? Esta metáfora nos muestra lo atrapados que podemos estar como sociedad sin darnos cuenta. De ahí lo necesario de madurar como ciudadanos, conocernos y reconocernos, así gestar y parir nuevos representantes tal vez.

En este sentido celebro escuchar nuevos movimientos políticos que más allá de quedar seducidos en el sistema proyectivo “La culpa es de estos o aquellos”, o proponerse como alternativa mesiánica, presentan un discurso con propuestas de libertad coherentes, libertad valga acotar que a pesar de ser un derecho no por esto es gratuita, requiere mucho esfuerzo y madurez para conquistarse. En este sentido proponen un discurso responsabilizador de transformación ciudadana profunda esde lo cultural­?social, dejando de ser Venezuela tan sólo una víctima impotente de sus gobernantes. ¿Un reflejo de una ciudadanía que comienza a madurar? Amén. A ellos mi profundo respeto; me refiero específicamente al nuevo Movimiento Libertario de Venezuela, Rumbo Libertad.

Utilizo tantas veces la referencia a la seducción pues existe un placer inherente a entregarse a la proyección pues alivia culpas e introspecciones incómodas. En este sentido también es pertinente el llamado de atención, especialmente a estas nuevas propuestas, a estar alertas para no morder el anzuelo.

No es tarea fácil. Ciertamente conseguirán seguidores si el discurso se viese atrapado en la identificación proyectiva por los motivos antes expuestos, pero ¿no se estaría repitiendo aquello que queremos transformar?
Para este fin es muy importante pensar reflexivamente y elegir bien nuestras palabras. Cuando nos veamos desbordados y fijados en insultos, descalificaciones y acusaciones a modo de evacuación y señalando “al culpable de todo” es momento de detenerse y cuestionar sino hemos sido otra vez seducidos por ese placer proyectivo que nos debilita y nos hace retroceder.

Muy importante es discriminar el discurso en cuestión, fértil para la des­? responsabilidad e involución, de la legítima crítica y denuncia, tan necesaria para avanzar y crecer, entendiéndola como una registro genuino y necesario de la realidad. Llamar a las cosas por su nombre es vital en lo personal y social, más aún en estas horas de Dictadura; por ejemplo lo acabo de hacer al decir Dictadura y no gobierno ineficiente. Parecería una sutileza del lenguaje mas pensemos un momento qué diferentes posturas convocan ambos términos, pues derrocar una Dictadura exige estrategias y acciones muy diferentes a las necesarias para corregir un mal gobierno. Sino llamamos a las cosas por su nombre corremos el riesgo de negar la realidad y esto tiene un alto costo por donde se mire; podemos caer en un silencio sumiso, complaciente que reniega lo que es llevándonos por otra vía al mismo callejón sin salida de quedar despojados de nuestra responsabilidad ciudadana. Así mismo quedar hipnotizadoscon “líderes” y apoyarlos sin cuestionamientos como ya expuse en otro texto.

Como se ve no es tarea sencilla evolucionar como sociedad, crecer exige mucho esfuerzo y auto­?observación sincera pues la frontera en que la denuncia se vacía y se monta en un discurso totalitario y desvinculante es resbaladiza y seductora.

Nuestro proceso de maduración como ciudadanos requiere que estemos vigilantes a estas tentaciones y resbalones por más calmantes y prometedores que se vendan. Es menester de la mujer maltratada Venezuela revisarse y por doloroso que le resulte asumir su cuota de responsabilidad hoy y ahora para así poder tomar posturas acordes, coherentes y responsables con nuestra actualidad e historia. Esta cuota tiene que ver con nuestro trato al otro, con nuestros valores éticos, con la defensa de nuestros derechos y deberes de forma firme y crítica.

Es hora de gestar y parir una transformación del discurso, de asumir profundamente nuestra responsabilidad. La pelota está en nuestra cancha.

Cristina Barberá González

(Médico Psiquiatra/Psicoterapeuta Psicoanalítica)

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