¿A qué Suena Caracas?, por Michele Vielleville

¿A qué Suena Caracas?, por Michele Vielleville

 

thumbnailMicheleViellevilleCada día que pasa los venezolanos sufrimos, a un nivel mucho mayor, los efectos de la crisis generada por 17 años de mal gobierno y la aplicación de políticas equivocadas, de un modelo político que en ninguna parte del mundo ha tenido éxito alguno. El uso racional de los recursos escasos, intentar hacer un manejo efectivo y eficiente de las riquezas, que nos pertenecen a todos, para resolver las verdaderas necesidades de la gente, no son asuntos que realmente le interesen al gobierno y mucho menos, constituyan su prioridad. Y ello queda confirmado en la última manifestación de “sensatez económica” de la clase política gobernante, con la realización del festival “Suena Caracas”, para el cual se estima un presupuesto de más de dos millones de dólares, habiendo tanta necesidad en el pueblo venezolano.

Aún no existe una respuesta al desabastecimiento, y todavía continúan las colas, pero en medio de los embates de la “guerra económica” para este gobierno la prioridad es hacer un gasto gigantesco en un evento musical que tendrá 29 conciertos, donde se pagará a 65 artistas nacionales y 31 internacionales, para el cual se estima un presupuesto de miles de millones de bolívares; siendo ello algo totalmente innecesario, cuando se piensa que esos recursos podrían ser utilizados para acabar con el hambre en las calles, construir más escuelas, abastecer el mercado, mejorar presupuestos de las universidades y dignificar los salarios de profesores. Pero así cotidianamente procede el gobierno de Nicolás Maduro, separándose de los verdaderos intereses de la mayoría y volviéndose sordo a una realidad inmersa en la incertidumbre, que continuamente está enviando agudos sonidos del malestar.





¿Realmente a qué suena Caracas? Al llanto de millones de madres que hoy no pueden alimentar a sus hijos. Suena al lamento de miles de vidas que padecen en los hospitales la falta de insumos, sin acceso a medicamentos básicos, por culpa de un gobierno irresponsable que se ha negado a aceptar la ayuda humanitaria, haciendo que el destino de muchos penda de un hilo.

En Caracas, al igual que en el resto de toda Venezuela, sólo se escuchan las quejas de millones de ciudadanos cansados, hartos de vivir en la zozobra, sin acceso a los bienes esenciales y que no cuentan con garantías institucionales de ningún tipo. El objetivo del gobierno ha sido tratado de proyectar internacionalmente una imagen de aparente “festividad”, pero no se da cuenta que al hacerlo está al mismo tiempo torpedeando su propia popularidad y legitimidad, incrementando los niveles de rechazo a lo interno del país, hasta de aquellos que se autodenominan como sus más fieles seguidores, precisamente por ignorar los sonidos de la necesidad.

De esta forma, estamos en medio de un entorno socio-político donde las élites parecen distanciadas de la sociedad o atrapadas en sus propios discursos egoístas, con efectos perjudiciales para las propias relaciones de convivencia. Y la Mesa de la Unidad Democrática tampoco ha podido salir ilesa de ese problema. Cada vez ha  sido más difícil establecer interpretaciones conjuntas sobre el proceso de diálogo y sus resultados, por la falta de un adecuado manejo de los sonidos de la crítica internos. Por esta razón, desligándonos de aquellas posturas de sectores radicales, que han tratado de aprovechar las circunstancias para mostrar apetencias personales, generar confusión y promover divisiones, se sostiene que el ejercicio de la autocrítica no debe ser confundido con el deseo egoísta de promover fracturas a la coalición. Una vez hecha la aclaratoria, ciertamente, algunas de las decisiones resultantes de los acuerdos han despertado el rechazo de dirigentes, que las critican por no contener aquellos asuntos considerados prioritarios que hubiesen permitido acordar definitivamente un cronograma electoral, para una transición política en el país. Incluso, muchas de las interpretaciones que se hacen, sobre los resultados del diálogo, sostienen que los acuerdos adoptados en conjunto proyectaron una imagen de la Unidad debilitada, donde ahora se mostraba cediendo ante adversario político.

En este sentido, pueden ser acogidos, o rechazados esos argumentos, porque cada ciudadano tiene la libertad de hacerlo en tanto ello forma parte de la dinámica democrática cotidiana y de las interacciones normales entre los miembros de la sociedad, más específicamente de la coalición política, pues, de no ser así estaríamos actuando como el enemigo; pero lo que no puede aceptarse es tratar de jugar a fracturar la mesa, cuando las condiciones del entorno demandan de la dirigencia un uso prudente de su capacidad de influencia. Y más aún cuando el diálogo se ha convertido en un escenario de profunda lucha. Porque la MUD ha cumplido de forma estricta los acuerdos suscritos en el proceso de negociación, pero ahora se espera la manifestación de acciones concretas por parte de un gobierno derrotado, que no esperaba con que se le formularían exigencias específicas, y menos con la presión de mediadores internacionales ante la cual se encuentra. El tiempo se encargará de demostrar los aciertos de los resultados de estas últimas decisiones, aparentemente teñidas de complejidad, pero formuladas en resguardo del beneficio de todos.