Alfredo Maldonado: Una cosa es la caridad cristiana y otra la complicidad

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Debo empezar por aclarar a los lectores de La Patilla no sólo mi catolicismo a rajatabla, sino que fui alumno de los jesuitas por largos años. Sentí alegría y solidaridad cuando el jesuita Bergoglio fue electo Papa, e incluso cuando años después un distinguido venezolano fue electo General de esa orden.

Todo lo cual no significa que esté en todo de acuerdo con el ejercicio de un Papa que parece confundir sus deberes religiosos como cabeza del catolicismo mundial con sus actuaciones como jefe de Estado. El primer campanazo de alarma fue cuando me enteré que en su visita a Cuba el Papa Francisco no sólo no le hizo el menor caso a la oposición cubana, ni siquiera a las sufridas y diariamente perseguidas y apaleadas Damas de Blanco, sino que visitó a Fidel Castro en su casa, gesto sonriente que no tuvo por qué hacer. Si hizo una cosa debió hacer la otra. O ninguna de las dos.





No ha habido un segundo campanazo, pero sí varias campanillas, como en la misa.

Casi cada vez que habla este Papa suenan campanillas que llaman la atención y preocupan, al punto que algunos hablan ya de que posiblemente el Papa del fin del mundo esté preparando el terreno para consagrar y relanzar la Teología de la Liberación, propensa a la justicia social pero demasiado comprensiva con el comunismo.

Esa doctrina parte de la base netamente cristiana y correcta del rescate de los pobres, pero se enreda con la prioridad de los pobres por encima de cualquier otra acción. No se puede negar la importancia no sólo religiosa sino incluso social y económica de actuar firmemente para acabar con la pobreza, pero no es el requisito insustituible. Una cosa es ayudar a los pobres, otra asumir que sólo ellos existen y que la culpa es de todos los demás.

Francisco ha sido el único Papa que visitó al ya vetusto Fidel Castro en su propia casa, un acto personal y no diplomático, pero también el único que se ha pegado el largo vuelo desde Roma hasta La Habana dos veces, la segunda con el pretexto de reunirse con el Patriarca ortodoxo bajo la mirada tolerante de Raúl Castro.

Lo que no ha señalado nunca nuestro Papa del fin del mundo es toda la brutal barbarie establecida y ejecutada por los hermanos Castro durante casi 60 años en Cuba, ni los muertos y sufrimientos diseñados y financiados por los diabólicos hermanos en el resto del mundo, Venezuela es sólo un ejemplo trágico.

Porque vamos a estar claros, no es que se murió un tirano culpable de innumerables asesinatos, encarcelamientos, torturados y exiliados, y lo sobrevive un ángel de la reconciliación. Raúl Castro es tan responsable o más que su hermano, porque fue siempre un ejecutor sin piedad.

Lo que murió fue un símbolo, la realidad sigue ahí, férrea e implacablemente controlada por el octogenario hermano menor. El símbolo de la Iglesia es, a veces sí y otras no tanto, el Papa, pero la realidad de esa misma iglesia, más allá de él, ha sido y sigue siendo un trabajo continuo, incluyendo persecuciones, acosos y martirios, y de solidaridad con los cubanos del sufrimiento.

Mucho se habla de que Raúl Castro manejó las nuevas relaciones con Estados Unidos con extrema lentitud porque el gran tirano aunque enfermo, seguía impidiendo cambios mayores. Personalmente no lo creo. En mi opinión Raúl Castro, con una historia tan sangrienta y cruel como la de su hermano mayor, va paso a paso porque lo que está cuidando y negociando es su herencia personal, el cercano porvenir de su familia y sus principales allegados, sus herederos probables.

La herencia política y especialmente económica está lista, hace tiempo, para el relevo. Sucederá como ya pasó en Rusia tras el desmoronamiento de la Unión Soviética. Militares y altos funcionarios castristas son los que manejan las actividades y empresas del Estado, y ellos se quedarán con esa estructura, serán los próximos millonarios del Caribe. No será fácil para los hijos de los hermanos, serán incómodos para todos, ese apellido pesa demasiado.

Hay que agregar que cerca de dos millones de cubanos en Estados Unidos, ya con tres generaciones viviendo y actuando como estadounidenses, tienen entre ellos gerentes y empresarios con conocimiento, experiencia y capitales a la mano, y son importantes inversionistas y activistas potenciales en su patria de origen.

La historia de Cuba cambió drásticamente el 1° de enero de 1959, y con el retiro de Fidel Castro, derrotado por la enfermedad y la vetustez hace años, esa historia volvió a empezar a cambiar sólo que con mucha mayor lentitud.

Hay quien diga que Fidel Castro sobrevivió a varios presidentes de Estados Unidos, pero no le aguantó 3 semanas a Donald Trump. Es un chiste cruel, pero de cierta manera proyección de una realidad posible. Trump es empresario y no político profesional, y posiblemente perciba que la forma más eficiente de terminar de erosionar a la tiranía castrocomunista está en la economía. Eliminar de una vez por todas el poco eficiente embargo económico, podría inundar a Cuba de dinero y oportunidades hasta ahora simplemente imposibles, no hay que confundir el controlado y pequeño “cuentapropismo” con libertad económica. Pero el capital y los incentivos del capitalismo siempre se filtran y generan nuevas perpectivas, como ya está pasando en China, una dictadura comunista tan implacable como la cubana y más experimentada, hoy plagada de millonarios y empresarios privados.

El primer twit de Trump fue claro, conciso y contundente: “Fidel Castro is dead”. Más tarde salió un comunicado menos duro y más presidencial, pero lo importante es que Trump no parece pensar ni analizar de la misma manera que sus predecesores políticos profesionales.

El Papa debería pensar con dos direcciones al mismo tiempo, porque ambas las ejerce. El Jefe de Estado como tal, necesita analizar con cuidado las posiciones de sus colegas, de su gobierno y del de La Habana. El líder del catolicismo debería pensar en los millones de victimizados por el castrismo, sacerdotes y fieles católicos especialmente. Se comprende la prudencia diplomática, pero parece faltar la solidaridad con quienes representa ante Dios; o, más exactamente, a Dios ante ellos.

Porque, así como tuvo el gesto de visitar al asesino anciano, sus opositores perseguidos merecen gestos más claros y amparo. ¿Qué hubiera pasado con la Iglesia católica hoy dos veces milenaria si los pastores de los primeros años hubieran salido de las catacumbas para negociar con los emperadores romanos?