Contravoz: La mala novia, por Gonzalo Himiob Santomé

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Alguien me comentó en estos días, a propósito del diálogo y de los resultados verificados hasta ahora, que estábamos por llegar al “yo te lo dije” más contundente, y a la vez lamentable, de toda nuestra historia. No porque de plano, como lo reclaman algunos, fuera lo correcto negarse a dialogar, que no lo era antes ni lo es en ninguna democracia, sino porque las condiciones mínimas que tenían que darse para que el diálogo rindiese buenos frutos no estaban, y ahora menos lo están, dadas.

Por Gonzalo Himiob Santomé / @HimiobSantome





Si nos vamos a los hechos, tratando de evitar valoraciones viscerales sobre lo que ha acontecido hasta ahora, lo único positivo que puede atribuirse al diálogo, y cabe decir que se estaría siendo generoso, pues no hay que desconocer el trabajo que durante meses tenían ya adelantado sus familiares y los respectivos abogados defensores, es la liberación de unos muy pocos presos políticos. Hasta el momento en el que escribo estas líneas, solo seis de un universo inicial de 111 habían logrado la libertad, de los cuales solo uno, el diputado Rosmit Mantilla, obtuvo libertad plena, aunque eso no supuso la finalización de la causa contra él. La verdad es que todos los liberados siguen sometidos a proceso penal o, lo que es lo mismo, la persecución contra todos ellos continúa.

A esta dura constatación sumémosle que mientras aquellos eran liberados, lo cual se celebra, pues eso es ciertamente preferible a la cárcel, así fuese tal libertad en condiciones desfavorables, otros tantos, quizás menos notorios, menos mediáticos, eran en paralelo encarcelados, lo que concluyó en que las cifras de la prisión política siguen virtualmente iguales, mientras que nada se ha hecho, y ni siquiera se les menciona, en relación a los miles de personas que aún tienen abiertos expedientes penales por causas políticas, y que siguen en una precaria y limitada libertad, ni en relación al tema de los exiliados, a los que tampoco se les nombra ni por asomo. Esta es la consecuencia de dejar, además de forma inconsulta, la representación en el diálogo de los presos, exiliados y perseguidos políticos en manos de gente que no conoce ni tiene credenciales ni experiencia en materia de DDHH.

No se ha logrado que se le ponga fecha al revocatorio ni a una, negada de plano por los oficialistas, elección general, incluyendo la presidencial anticipada. No se ha logrado que se respete a la AN, pues diversos actores oficiales siguen ejerciendo contra ésta acciones de todo tipo, el TSJ sigue avalando todos los exabruptos del Poder Ejecutivo y cuanto dislate se imponga contra el Poder Legislativo y, para mal mayor, se obligó a la AN a aceptar que de alguna forma sí estaba en “desacato”, cuando los que desacatan la Constitución y la soberana voluntad del pueblo son el Poder Ejecutivo y el TSJ, y desde hace rato. Tampoco se ha logrado que se termine de abrir un canal humanitario que abastezca a la población, a precios normales y accesibles, de las medicinas y alimentos que necesita para subsistir con dignidad.

¿Qué pasó? Más allá de las excusas, de los ruegos a destiempo por una paciencia ciudadana que ya está en rojo, y de una que otra bravata prepotente de quienes se duelen por los cuestionamientos válidos que reciben, la verdad es que el grupo de la MUD que se prestó a dialogar con el gobierno, con el aval de unos mediadores, Vaticano incluido, que parecen más “mirones de palo” que contralores y facilitadores, se abrió de piernas tempranito y apostó de entrada todas sus fichas a cambio de nada. La MUD le dio apurada a su contraparte todo lo que pedía, que pese a las argucias y los disfraces no era otra cosa que un poco más de tiempo, sin recibir a cambio más que promesas muy difusas y amenazas muy concretas. Maduro solo quería que el RR quedara en el congelador hasta que ya, incluso llevándolo a cabo, el oficialismo quedase atornillado en el poder hasta el 2019, quería que la AN descartara declararlo en abandono del cargo y también quería, bajo el eufemismo de la “convivencia en paz”, que la calle y las protestas contra su gobierno se enfriaran, y todo eso lo logró apenas se aceptó dialogar con él, sin que él hubiese cedido sino en unas pocas libertades, las suficientes para “montar el paro”, como decimos acá, y nada más.

Así las cosas, ¿para qué mantener, desde el gobierno, la farsa? Si ya el poder obtuvo lo que quería, ¿cuál es, para Maduro y sus adláteres, el incentivo para seguir negociando y cediendo? Más allá del mantenimiento, de cara a la comunidad internacional, de una falsa careta de pretendida amplitud y generosidad democrática, ninguno. Por eso juegan a los “ofendidos” cuando la AN propone investigar hasta qué punto el narcotráfico ha llegado en las esferas del poder, por eso están tan “sensibles de piel” y tan prestos a levantarse de la mesa ante la menor “afrenta” opositora. Están como la mala novia que ya no te quiere, que te insulta, te maltrata y te pone los cuernos hasta con el heladero, pero que no hace más que criticarte y encontrarte defectos inexistentes para justificar que la relación se acabó, que ya no da más, pero todo por tu culpa ¿No me lo creen? Respondámonos, con total honestidad, solamente dos preguntas: Si el diálogo, por las razones que sea, se acaba hoy mismo, por ejemplo, ¿quién, entre el oficialismo y la oposición, podría proclamarse victorioso? ¿Cuál de los dos bandos podría decir, sin duda alguna, que ya obtuvo lo que quería?

Esa es la queja ciudadana, que incluso recogen algunos sectores de la misma MUD e importantes personajes de la misma, como María Corina Machado, los representantes de VP y Henrique Capriles. ¿Sentarse a dialogar? Por supuesto, pero sin dar todo por nada y con la espada en la mano y la armadura puesta hasta que tu contraparte no dé muestras claras, significativas y ciertas de querer resolver los conflictos de verdad y en paz ¿Aún se puede? ¿Vale la pena? ¿Estamos a tiempo? Quedan en ustedes, mis lectores, las respuestas.

@HimiobSantome