Gustavo Tovar-Arroyo: Caín y Abel, venezolanos…

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La palabra despedazada

La primera bala que disparó Hugo Chávez contra un venezolano en el golpe de estado del 4 de febrero de 1992, hasta asesinarlo, marcó una era de saña y aborrecimiento cuya brutalidad nos rompió como nación. La sangre derramada manchó el vientre de nuestra Eva primordial: Venezuela.





Años más tarde los estragos de aquella calamidad están esparcidos por todas partes: en nuestra política, en nuestra economía, en nuestra cultura, en nuestra sociedad.

La palabra “nuestra” está destrozada.

Caín

Madre, paraíso o diosa, a Venezuela había que amarla por sobre todas las cosas. Y a sus hijos, los venezolanos, nuestros hermanos, también.

Con la llegada engañosa de la buena nueva del chavismo, el “amaos los unos a los otros”, la hermandad, derivó en un horror de balas, gas lacrimógeno, encarcelamientos, torturas, insultos, expropiaciones, disparos a la cabeza, cinismo y perversión. Su resentimiento mató nuestra hermandad, fue el fin del amor.

Era obvio, como lo ha hecho desde que el barro original nos hizo Humanidad, desde el Principio de las eras hasta nuestros tiempos en diferentes partes del mundo, Caín había resucitado en Venezuela.

No supimos ver, o más bien, no quisimos ver las marcas de su maldad.

Abel

Se podría comprender la ingenuidad del primer Abel de todos los tiempos: ¿cómo chingados se iba a imaginar que su propio hermano lo iba a asesinar en un paseo campestre por los suburbios del Paraíso?, lo que no se puede comprender, aceptar ni mucho menos perdonar, es la ingenuidad de los Abeles venezolanos con varios miles de años de conocimiento y experiencia después de aquel mítico primer acontecimiento de traición.

Lo expreso no sólo por aquellos que, como Rafael Caldera, no supieron ver en Chávez, Cabello, Ameliach, Arias Cárdenas, Carreño –esos Caínes venezolanos– lo asesinos en serie que eran; o por aquellos ignorantes de la Palabra de Dios, que viviendo en la extrema pobreza espiritual vieron en sus balas fratricidas una esperanza y hasta votaron por él; lo digo especialmente por los que después de tanta destrucción, dolor y muerte, fueron a dialogar con Caín y negociaron –ellos mismos lo llamaron “negociación”, no yo– con él, la muerte de la esperanza de cambio en Venezuela.

Me pregunto: ¿ingenuidad o complicidad?

Los cómplices de Caín y los signos de un nuevo tiempo

A estas alturas es harto inútil hablar de ingenuos en Venezuela. Los hay chantajeados, extorsionados, amaestrados, secuestrados y amenazados, también comprados –que es otra manera capitalista de decir “negociados”–, pero no ingenuos. El chavismo, repasémoslo, es una peste, todo lo que le atañe lo infecta.

Recordamos aún con vergüenza y en mi caso con una desoladora tristeza, lo reconozco, porque a ambos los apreciaba profundamente como verdaderos hermanos –me excusa el primer Abel y la fraternidad que lo llevó de paseo con Caín por los alrededores del Edén–, como William Ojeda y Ricardo Sánchez, vendieron su ideales y sueños.

Fue obvio, surgía una nueva casta, el nuevo tiempo no estaba signado exclusivamente por Caín, lo estaba también –pero encubiertamente– por sus cómplices.

Las sagradas escrituras lo advertían hace miles de años: “El pecado está a la puerta. Te seducirá la codicia”.

Palabra de Dios.

La extirpe venezolana de Caín: el chavismo

No sabemos para qué regresó Manuel Rosales a Venezuela. Quizá pensó (¿ingenuo?) en una pronta liberación que no se dio. Sufrió el horror de la prisión política, vivió ese infierno postmoderno que es el helicoide. Felizmente salió, hecho que celebramos, nunca debió estar en el exilio o preso, al menos no por razones políticas.

Su extraña liberación fue negociada por Timoteo Zambrano, otro de la casta que encubiertamente anda por el mundo buscando –hay pruebas públicas y privadas– que se perdone al chavismo de los males que ha causado, que se le levanten las sanciones mundiales que la civilización le ha impuesto. No sabemos qué lo motiva, pero a estas alturas ¿seguiremos siendo ingenuos?

Otra vez, el nuevo tiempo nos muestra su vil egoísmo, su carencia de ideales y sueños, negocia el Revocatorio, la voluntad del milenario pueblo de Amazonas, la hambruna, el diluvio, la peste y sus plagas, la injusticia y el crimen, negocia la urgencia de una nación por sanar de una vez por todas la despedazada palabra “nuestra”, negocia a los Abeles de Venezuela y su imploración republicana por salir de este apocalipsis en democracia.

La extirpe venezolana de Caín: el chavismo, se impuso.

Los desterrados hijos de la Eva Venezuela

Escribo desde una frustración que se alarga entre dudas e incertidumbres. No me incomoda hacerla pública. La mayoría de los venezolanos estamos igual. El diálogo se convirtió en una atrocidad más para los Abeles de este tiempo.

Hemos perdido la ruta de la libertad. Fuimos negociados, no sabemos exactamente por qué, pero lo fuimos. Sin embargo, lo confirmo, no todos los “Abeles” se fueron de paseo con Caín al diálogo. No todos los desterrados hijos de la Eva Venezuela fueron cómplices. No lo hizo Leopoldo López, ni María Corina, ni Antonio Ledezma, tampoco la hicieron la mayoría de los partidos de la Unidad. Ni tú ni yo. Sólo pocos, muy pocos. Sobran los dedos de las manos para identificarlos.

La palabra “mayoría” está viva. Y crece. Y se alía con la palabra “nuestra”. Y forman unidas una palabra hermosa: Venezuela, que está dispuesta a sacar a patadas a los mercaderes –esos Caínes– de nuestro templo.

El Abel venezolano no ha muerto, está en ti.

¡Lucha!

@tovarr