José Alberto Olivar: La  trampa del saqueo

José Alberto Olivar: La  trampa del saqueo

Los más recientes acontecimientos inducidos por el gobierno de Nicolás Maduro, ponen de manifiesto, no una torpeza, sino una abominable estrategia de subyugación que no tiene límites. En aras de conservar el poder, quienes lo detentan  en el marco del Estado Cuartel que nos oprime desde hace casi 18 años, han demostrado que están dispuestos a todo, sin que medre en ellos la más mínima expresión de piedad. Es mucho lo que tienen que perder, negocios y prebendas que jamás en sus años de pobretones, pensaban ostentar y que ahora que lo disfrutan, no están dispuestos a soltar bajo ningún concepto. Pensar que están dispuestos a negociar una salida pacífica es cosa de gente medianamente civilizada, con estos tipos enquistados en el poder, es otra dimensión del asunto, por cuanto se trata de delincuentes esquizofrénicos.

Mucho se ha comentado de la aparente locura de sacar de circulación el billete del otrora bolívar fuerte 100 y del recule anunciado desde el puesto de comando presidencial. En torno a esa maniobra hay mucha tela que cortar y lo aparentemente brutal puede resultar la más afinada jugada financiera delictiva que hasta ahora se haya puesto en práctica. Pero de eso ya habrá tiempo para dilucidar.

Lo que viene a cuento, es la reacción de la gente, del común que instintivamente atesoró en su morada, una cantidad más o menos significativa de reserva de efectivo en la mayor denominación posible, para sobrevivir a la trágica situación que todos conocemos. Ante la incertidumbre inducida, la gente salió a tratar de salvar su rudimentario patrimonio. Pero la premura pudo más que la voluntad de aguantar callado, otro maltrato más.





Ciudad Bolívar, nominal capital política del gran estado homónimo, abandonada por la desidia de propios y extraños, marcó una pauta que causó sorpresa en algunos. Una ola de saqueos, hizo trizas negocios, sobre todo de origen asiático, que durante buena parte del año, se mantuvieron plenamente abastecidos en medio de la escasez. Arroz, azúcar, pasta, harina de trigo y demás productos de la dieta diara, era posible verlos y medianamente adquirirlos en los negocios que proliferaban en la antigua Angostura.

Nada de precios regulados, tal vez, las etiquetas reflejaban la realidad de una dinámica que desde las alturas del poder se pretende ocultar. Pues bien, Ciudad Bolívar, inscribió su nombre por encima de otras localidades que de una u otra forma han reproducido en pequeña escala sus propios sacudones. Llegado el día final de la sádica jornada de retornar en las taquillas el numerario desmonetizado, la gente se obstinó y alzó su voz. Y lo primero que hizo fue romper la vidriera bancaria, para luego saciar su impotencia acumulada en demás locales de bajo calado.

Así las cosas, el saqueo a locales chinos donde había lo que en otros no se dispensaba, desató la adrenalina colectiva. Un toque de queda oficioso, ha pretendido controlar la ira popular. Pero cabe preguntarse, ¿esos saqueos son el reflejo del hambre que tanto se ha puesto de manifiesto en los últimos meses? o por el contrario, han sido la excusa perfecta para controlar con más efectividad la inconformidad de las masas.

Ahora que los chinos no estarán para satisfacer aunque a precios reales, la demanda de la población. Qué será de los mismos vecinos que enceguecidos por el oportunismo de siempre, saquearon los negocios donde sí había lo que se necesitaba.

Es evidente que el régimen potenciará los CLAP como única salida para satisfacer el hambre consumista de la gente, y la condición será la sumisión absoluta que el sufragio refrendará. Los recientes saqueos dirigidos al objetivo equivocado, no hace más que beneficiar al régimen, le facilita el trabajo sucio que viene aplicando.

Quienes se alebrestan, pensando que lo ocurrido, es señal del fin inminente, pueden estar equivocando la apuesta. Y muy por el contrario, no hacen más que caer en la perversa trampa de un régimen que no tiene el menor escrúpulo. El engaño descarado al papa Francisco es la mejor prueba de su constitución maligna.