El tabú de la Unidad, por Robert Gilles

El tabú de la Unidad, por Robert Gilles

thumbnailRobertGillesRodondoGeorges Clemenceau, le tigre, decía que el hombre absurdo es el que nunca cambia. Y en efecto, lo absurdo está condenado a no transformarse ni para bien ni para mal. El fanatismo religioso, por ejemplo, es absurdo y por ese mismo hecho está condenado a no cambiar. Lo absurdo se combate, pues, de raíz. No pueden existir paliativos. Esto se puede aplicar de cierto modo a un tabú que, según el Diccionario de la Real Academia Española, es la «condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar».

El tema del tabú viene a esta reflexión por las declaraciones que en días pasados rindió el Secretario Ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), señor Jesús Torrealba, donde afirmaba que los objetivos de 2016 no se habían realizado por falta de unidad, lo cual sirvió posteriormente para que muchos comenzaran a cargar contras quienes hemos sostenido firmes críticas sobre el proceder de la MUD en relación a la urgente salida de la tragedia que asola a Venezuela.

Lo primero que debe decirse es que la unidad no es, no puede ser y al fin no es un dogma infalible, mucho menos una conditio sine qua non, porque en la política es necesaria la discrepancia, la polémica. Si así no fuere la política perdería su sentido, su misión y se convertiría en una simple empresa donde “los jefes” toman decisiones desde su junta directiva. Por eso no es válido alegar que la falta de unidad impidió la salida del dictador Nicolás Maduro del poder que detenta de forma ilegítima. Tampoco puede satanizarse a quien está disintiendo de la MUD en esta hora crucial.





No hay falta de unidad. La inmensa mayoría del pueblo venezolano está convencido que hay que salir de Maduro y demoler, cuanto antes, al régimen chavista que hizo del Estado un ente fallido y forajido, y de la Nación una tierra de nadie, con la agravante de una crisis humanitaria y económica sin precedentes en el Hemisferio, casi que sin poder compararse a Haití. Una prueba inequívoca de ello fue la apabullante victoria en las elecciones del 6 de diciembre de 2015 que, después de diecisiete años, logró imponerse sobre el cerco fraudulento del Consejo Nacional Electoral. El plebiscito que significó aquella elección fue el mensaje más claro que desde el año 2002 había dado el país, aunque deberá anotarse también el referéndum de la reforma constitucional en 2007 cuyo resultado también fue un punto de quiebre del régimen.

La unidad política no puede ser entendida como un absoluto. Esto tiene que dejarse muy claro siempre. Y quien se arroga el título poseedor de la unidad no puede, políticamente, convertirlo en excusa por o pretexto de.

Maduro y el régimen anacrónico que representa sobrevivió a 2016 por mengua y anarquía de la dirigencia opositora, debemos asumirlo con valentía histórica. La crisis agravada de este año que recién se acaba de ir situó al dictador en una posición tan débil como nunca antes la tuvo el chavismo, al extremo de haber aceptado e impulsar la mediación de la Santa Sede en un proceso de diálogo en el que se participó aun sabiendo que estaba condenado a muerte. El país que se movilizó en defensa de su Asamblea Nacional, órgano que prometió solucionar muchos problemas en seis meses, tenía claro el panorama y había asumido con gallardía su responsabilidad. Una prueba fehaciente es la Toma de Caracas. Pero se vaciló en la toma de decisiones y se invocó la unidad para enfrentar el desafío de un referéndum revocatorio que en modo alguno era viable por el mismo carácter agónico de la “revolución”. Una vez superado este tramo el país quedó desorientado. Las esperanzas se disolvieron y a la evidente cruzada de brazos surgió ese proceso de diálogo que dejó como resultado, entre otros, la liberación de Manuel Rosales, cuyo deleznable lugarteniente, Timoteo Zambrano, se empeñó de forma servil en jugar light y a favor del régimen, vociferando inaceptables críticas contra la comunidad internacional que ¡al fin! había vuelto sus ojos sobre nosotros después de tantos exhortos. Fuera de este dudoso y ensombrecido resultado no hay nada nuevo, todo sigue para peor. Las cárceles tienen a los PRESOS POLÍTICOS, otras patrias a los exiliados, los cementerios a los que no tuvieron medicinas ni comida ni seguridad y los venezolanos a un país desintegrándose, con la amenaza temeraria de esos fantasmas que pareció que dejamos enterrados con la pacificación que hizo Gómez en aquella Venezuela que seguía desangrándose después de la injustificada y desquiciada Guerra Federal del siglo XIX.

Entonces, era justo, cuando menos había derecho, a criticar airadamente el proceso de diálogo. Como también era necesario advertir que en la estrategia del “doblarse para no quebrarse” se estaba capitulando.

El seguir creyendo que por vías convencionales saldremos de este ominoso proceso nos seguirá atrapando y entrampando en las mil y una argucias que el régimen hará para sobrevivir a su propio final. Difícilmente estos delincuentes volverán a medirse en elecciones, salvo que ocurra un acuerdo nacional y se den las condiciones para que la MUD pueda hacerse de unas cuotas de poder que le den tiempo extra para definir una ruta clara de lucha en 2019.

La falta de coraje para movilizar de forma efectiva al país no puede llamarse falta de unidad. Ni la unidad puede ser un concepto para un reductio ad absurdum de la urgencia de decir ya basta y ponerle fin a esta tragedia venezolana.

Es el momento en que se deben articular de forma coherente e incluyente a todos los sectores para ya ponerse de pie y presionar la salida de Maduro. Sin dejar de apelar a la poca conciencia que queda en algunas conciencias uniformadas.

Robert Gilles Redondo

@robertgillesr