Luis Alberto Buttó: Enemigo interno

Luis Alberto Buttó: Enemigo interno

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

Vergonzosa y desafortunadamente para el espíritu de la democracia y la tranquilidad de las personas, la concepción de enemigo interno ha permanecido incólume en la mentalidad de ciertos círculos de poder latinoamericanos desde mediados del siglo pasado. El concepto de enemigo interno tiene sus raíces fundacionales en la abominación constituida en el nacionalsocialismo encabezado por el psicópata en mala hora nacido en Braunau am Inn. Uno de sus más prominentes exponentes, el despreciable ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, resumió buena parte de la esencia de tan bastarda definición al puntualizar que a los oponentes debe considerárseles elementos integrantes de la suma amorfa donde al individuo de carne y hueso, con nombre y apellido, se le niega toda condición humana diferenciadora, se le anula como persona y se le subsume en unívoca categoría infamante, para lo cual siempre se encuentra el adecuado vocablo denigrante: raza inferior, gusano, apátrida; verbigracia.

En la práctica cotidiana, la acción estatal y gubernamental nutrida de la idea de enemigo interno, conduce al uso deliberado, sistemático e indiferenciado (en lo que a destinatarios se refiere) de la violencia proveniente de la institucionalidad dominante. Certeza de la existencia del enemigo interno de por medio, en escalada, la conformación y operación del poder se manifiesta en el aplastamiento de las libertades políticas y civiles asociadas con la modernidad. Así las cosas, se persigue al disenso, se deniega la justicia, se impide la material expresión de la acción política opositora, se aplastan los intentos de reivindicación laboral, se desoyen los reclamos de la ciudadanía, se encarcela y maltrata y así sucesivamente hasta que el Estado Totalitario corona con éxito y sin pudor su faz espantosa. Es el propio Estado en guerra, enfrentado a los habitantes de la tierra donde mal ejerce la autoridad.   

En estos confines del planeta, llamados genéricamente Iberoamérica, tener a mano la carta del enemigo interno a derrotar, para jugarla en cualquier momento cuando la permanencia del poder lo requiera, siempre fue patente de corso para cometer desafueros y tropelías al margen de la ley, valga el pleonasmo. Para decirlo en otras palabras: inexistencia del Estado de Derecho, descriptor a partir del cual se torna evidenciable el ajusticiamiento de la democracia. En estas circunstancias, la paranoia no encuentra límite alguno: se llega incluso a la paroxismal conducta de inventar ex nihilo a dicho enemigo interno, so pena de no encontrar justificación alguna para lo inaceptable. Criticar, rechazar, no comulgar con el sistema político y el modelo económico impuesto, es motivo suficiente para ganarse el epíteto de sospechoso y ser tratado como tal. Al final de la jornada, tal como la historia se encargó de corroborarlo, la persistencia del concepto de enemigo interno realiza el horrible acto de magia mediante el cual una nación entera termina convirtiéndose en el inmenso gulag constantemente soñado por quienes temen, a la par que aborrecen, la diferencia.

Cierta regla de oro que opera en las relaciones de pareja, bien puede aplicarse a la relación entre gobernantes y gobernados: dime cómo me ves y sabré, a ciencia cierta, el trato que de ti puedo esperar.   

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3

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