Alfredo Maldonado: Le naufrage de la gauche

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La Francia orgullosa de su historia, que se siente adalid de la democracia et la liberté -incluyendo l’egalité et la fraternité-, y líder de la Unión Europea, no las tiene todas consigo en medio de una colosal crisis económica y social.

Empecemos por recordar que esas ideas de república, democracia e igualdad nacieron en aquella Francia de monarquía remota, nobleza perezosa, proletariado miserable a extremos africanos y una burguesía educada que se debatía entre aguas extremas. Fueron los intelectuales franceses y algún que otro noble quienes descubrieron, analizaron y difundieron aquellas ideas que para Versailles eran pura y simple traición.





Pero fueron los estadounidenses blancos, hijos y mietos de ingleses, quienes primero las adoptaron y las pusieron en práctica, y firmaron su independencia el 4 de julio de 1776, trece años antes que los parisinos tomaran una desvalida e intrascendente Bastilla y estallara la muy famosa, descoyuntante, asesina y sangrienta Revolución Francesa. Diez años después los estadounidenses ya escribían su primera novela -reconocida como tal- “The Triumph of Nature”, fundaban la Universidad de Georgetown en la hoy Washington, el líder libertador George Washington era electo como primer Presidente de Estados Unidos.

Entonces estalló la masa en La Bastille, la monarquía no entendió nada y le cortaron la cabeza, aparecieron y se guillotinaron unos a otros los extremistas y diez años después los franceses, hartos de desorden, ya tenían otro tirano encima, sólo que éste no venía de las rancias y bastante inútiles familias de la nobleza europea, sino de la isla italiana en manos francesas, Córcega. Napoléon Bonaparte era general victorioso y popular, se adueñó del poder en Paris, se hizo Primer Cónsul, se lanzó a conquistar l’Europe, se coronó emperador -es decir, como Luis XIV pero por sus propias manos-, se equivocó con la ferocidad de las estepas rusas y terminó muriendo prisionero en una islita en medio del Atlántico.

Del otro lado los estadounidenses tenían sus propias guerras; derrotaron a los insistentes ingleses y se echaron a conquistar en base a audacias personales todo lo que estaba tierra adentro y no pararon hasta poner los pies en el Océano Pacífico, buena parte de México incluída.

Francia languideció entre reyes mediocres, gobiernos débiles y guerras que perdía con los alemanes, hasta que finalmente, a mitad del siglo XX, con la ayuda estadounidense pudo consolidarse bajo la mano fuerte y sin piedad del general De Gaulle. Y, claro, con oleadas de dólares derramados por el estadounidense Plan Marshall, hasta que finalmente creó la Unión Europea aliada con su invasor eterno, Alemania.

Unida, Europa prosperó mientras el poderío militar estadounidense congelaba los imperialismos soviéticos. Europa es hoy en día la tercera gran potencia mundial, libre de los temores soviéticos, y ahora se encuentra con que surgen potencias con problemas sociales pero vigorosas que crecen sin parar y empiezan a imponer condiciones. Mucho se habla de la colosal China, pero ahí están también la India, Malasia, Indonesia, para sólo citar tres además de Japón.

Y entonces la tradicional izquierda política europea empieza a gemir. El socialismo francés se hunde de la mano de Holland, el socialismo español está en sus peores tiempos con un electorado decepcionado y líderes de segunda categoría, la socialdemocracia tiene oportunidades, pero Merkel, erosionada, sigue siendo número uno. Con menos seguidores, pero ella sigue siendo la principal líder.

En Chile quizás si regresa Lagos algo pase, pero es una nación clara en sus objetivos y progresa por sí sola. En Perú la centroderecha está en el poder navegando sobre una creciente prosperidad, en Bolivia y Ecuador la izquierda en el poder se mete con los medios, pero deja mas o menos tranquila a la iniciativa privada. En Argentina la centroderecha de Macri avanza con tropezones hacia la recuperación mientras va moliendo al kirtchnerismo, Brasil es un caos pero es difícil que el populismo de Lula Da Silva regrese, la corrupción los ahoga. Colombia ha sido siempre un país conservador, Uribe hizo la guerra y la ganó, y quien fuera su ministro de defensa, Santos, hace la paz un poco a la fuerza en medio de una nación en crecimiento.

Y entonces llega Donald Trump.

No es la derecha estadounidense, es el concepto de tiempos atrás, de megapotencia capaz de vivir por sí misma, America First. Primero los estadounidenses, europeos después y lejos los demás. Primero carreteras, puentes, autopistas y empleos para los workmen típicos bebedores de cerveza que viven de viejos orgullos y sólo aspiran al sueño americano -empleo, vivienda, auto y cerveza. Los negros piensan igual, sus problemas de discriminación los han venido solucionando poco a poco, aunque el racismo siga mas o menos bajo cuerda. Ni red necks ni negros quieren que el país se les llene de hispanoparlantes más de lo que ya está.

La vieja Europa es eso, un mundo de tercera edad que sólo quiere su comodidad, necesita jóvenes inmigrantes y los está dejando entrar controladamente para ocuparse de trabajos que los burgueses europeos no quieren hacer, esto no es nuevo. Estados Unidos y Rusia están en los dos extremos europeos, Rusia ya se ha ido imponiendo en el conflictivo oriente medio y norte de África, mientras el mandatario israelí Netanyahu se lleva bien con Vladimir Putin y Donald Trump. Con Trump puede venir un G-2, Washington y Moscú repartiéndose lo que puedan.

A China le queda lo demás, y tiene tiempo ya siendo muy activa en África y América Latina, India apenas empieza a hacerlo. Pero ambos son mercados gigantes por sí mismos, con sólo ir sacando millones de sus habitantes de la pobreza tienen mucho para crecer.

Las izquierdas están fuera de moda y de criterios, enredadas, buscando recuperaciones que las realidades de los pueblos complican. Síganle la pista a los españoles PSOE y PODEMOS. Los españoles jóvenes protestan, los catalanes conspiran por una independencia difícil, pero el Partido Popular y Mariano Rajoy, soso pero inteligente y terco, se consolidan. Ni siquiera cuando la corrupción de gente de su confianza le estalló en la cara, Rajy ni el PP perdieron votos, al contrario.

En Venezuela, entre tanto, sólo hay una izquierda incompetente, tánto que a pesar de la suavidad izuierdosa del Papa argentino, topan con la Iglesia venezolana, que ya es la verdadera oposición dura. La izquierda venezolana es el pasado, sólo que no terminan de entenderlo.