Jesús Ollarves Irazábal: Que suenen las campanas otra vez

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Los regímenes totalitarios siempre han caído en la tentación de reprimir la disidencia, lo cual supone una práctica oprobiosa que incluye la violación de los derechos humanos.

El nacionalsocialismo alemán sigue siendo una referencia contra el olvido. Los nazis soñaban con establecer una religión nacionalista y pagana. Hitler y sus seguidores percibían a la Iglesia Católica como un obstáculo. De hecho, miles de católicos sufrieron persecución, encarcelamiento y martirio. En marzo de 1933, monseñor Bertram empieza a denunciar ante el presidente alemán, Paul von Hindenburg, los actos ilegales perpetrados por los nazis contra instituciones y bienes de la Iglesia, y pide su amparo ante los ataques. En enero de 1934 el cardenal Pacelli, Secretario de Estado de la Santa Sede, denunció el encarcelamiento de sacerdotes por el régimen nazi.
En Venezuela, el artículo 59 de la Constitución de la República establece, la libertad de culto. Es un derecho que solo admite restricciones legítimas relacionadas con la preservación de la moralidad, la decencia o el orden públicos. Sin embargo, ciertos grupos religiosos, que han criticado al gobierno, han estado sometidos a persecución y discriminación. Y ello no es legítimo: por el contrario, es inaceptable pues constituye una violación de derechos humanos.





¿Cómo olvidar aquel diciembre de 2008 y enero de 2009, cuando aparecieron pintados los muros de Caracas y otras ciudades con consignas antisemitas?

¿Cómo olvidar aquella madrugada del 30 al 31 de enero de 2009, cuando unos pistoleros devastaron la sinagoga de Tiferet Israel, la más antigua de Caracas, y permanecieron en el edificio durante varias horas; y además, saquearon las zonas administrativas y los archivos y llenaron las paredes de inscripciones antisemitas?
Lamentablemente esta historia de persecución parece repetirse, al mejor estilo nazi. En esta oportunidad la victima son los católicos. El 29 de enero, un grupo de personas vinculadas al oficialismo cercó e invadió la iglesia San Pedro Claver, en Caracas, interrumpieron la misa y obligaron a los presentes a escuchar un discurso político contra la Conferencia Episcopal Venezolana. Con ello se violó la libertad religiosa, que implica la posibilidad de manifestarla individualmente y en privado, o de manera colectiva, en público, en el círculo de aquellos que comparten la fe.

¿Y por qué contra la Conferencia Episcopal Venezolana? ¿Acaso porque el clero venezolano se ha convertido en portavoz de la angustia de la mayoría de los venezolanos por la agudización de la crisis que deteriora, cada día más, la calidad de vida de los ciudadanos, hasta el extremo de tener que comer de la basura o morir en los hospitales por falta de medicamentos e insumos?

Más cerca que la Alemania nazi, geográfica, temporal y culturalmente, los venezolanos tenemos otra referencia de las represalias contra la iglesia: el martirio del padre Arnulfo Romero. El cantautor panameño Rubén Blades resumió e hizo más popular la historia:

El padre condena la violencia
sabe por experiencia que no es la solución.
Les habla de amor y de justicia,
de Dios va la noticia vibrando en su sermón.

Al padre lo halló la guerra un domingo de misa,
dando la comunión en mangas de camisa.
En medio de un padre nuestro el matador
y sin confesar su culpa le disparó.

Y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez
estaba el Cristo de palo pegado a la pared.
Y nunca se supo el criminal quién fue…

“Suenan las campanas otra vez” advierte Blades y los venezolanos podríamos (deberíamos) hacer coro, con fundamento en la política sistemática de represión a la disidencia, que ahora ha convertido a la iglesia en blanco de sus disparos.

Estas prácticas aberrantes, que pueden conducir a asesinatos selectivos, violan la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, que constituye uno de los elementos más esenciales de la identidad de las personas y su concepción de la vida. Se trata de una conquista lograda con el transcurso de los años, intrínseca a la idea de pluralismo, que hoy, nuevamente, es pisoteada.

Es previsible que la situación empeore por los efectos perniciosos de la impunidad de este tipo de violaciones.

Sin embargo, ante la lenidad de las instituciones obligadas a investigar, juzgar y sancionar este tipo de atropellos, es necesario dejar registro del oprobio y actuar cívicamente… para que no se olviden los desafueros cometidos en la Venezuela de 2017, al mejor estilo d los nazis y de los bárbaros que azotaron Centroamérica. El amedrentamiento, que por lo pronto se ha expresado en la incursión violenta de militantes del oficialismo en una misa caraqueña, amerita que suenen las campanas otra vez. Y no como redobles luctuosos, sino como señales de alarma que convoquen a la movilización ciudadana por la defensa de sus derechos.