El problema del amor con hambre, por Jorge Millán

El problema del amor con hambre, por Jorge Millán

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Los escuchamos y hablan de lo que ellos llaman “las políticas de protección de la revolución bolivariana”. Trato de hacer un duro ejercicio de objetividad para oir sus explicaciones y prosiguen: “Basta ver los CLAP para ver que ahí hay un pueblo indiferenciado, ahí no se pide ningún requisito de ningún partido ni ninguna condición que no le permita el acceso del alimento a nuestro pueblo”. Antes de que usted, respetado lector, me pida que no los cite más porque ellos disponen de todos los medios de comunicación que controlan o compraron -afortunadamente escribo en uno de los que no se dejan censurar- permítame cerrar la cita de José Reyes, coordinador del Frente Francisco de Miranda.

Por mis atribuciones como diputado, yo investigo sus mentiras y falsas promesas con detalle, porque la realidad que yo percibo y que usted conoce, es otra. Es seguro que no le piden a nuestro pueblo un carnet del PSUV para entregarle el llamado “Carnet de la Patria”. El problema no es solo que se trata de una herramienta de control de la población, así como en las distopías de las que todos hemos leído alguna vez. El problema es el después. El día, ese día en que a un venezolano humilde se le ocurra decir en un barrio que “amor con hambre no dura”, y la osada frase llegue a oídos del funcionario -o miembro del colectivo- de quien depende la entrega de la bolsa de comida, o su inclusión en la lista de beneficiarios para la entrega de cualquier ayuda. ¿O es que creen que no sabemos que en los barrios les dicen que si tocan cacerolas no les van a dar nada? La contrarréplica es decir que nuestra frase reconoce que el gobierno da ayudas. La precariedad de la retórica que usan es directamente proporcional a su interés por servir honestamente. Son 16 años, los conocemos y bien.





Este modelo desprecia al individuo. Lo colectivista les sirve para generalizar a todos en uno solo. No les gustan los rostros, sino los colectivos.

Orangelis, Keiner Iván, Santiago y Joelvis eran niños y murieron de hambre en el estado Bolívar. Sus cuadros de desnutrición severa llegaron a tal gravedad que sus órganos sufrieron daños tales, que no resistieron. El desgarrador testimonio de los familiares a la prensa regional libre, da cuenta de la imposibilidad de comprar fórmulas para alimentarles porque “están muy caras”. El personal médico que casi trabaja solo por juramento, reveló a la prensa local que las vidas se perdieron por falta de comida. Punto. Orangelis tenía 7 meses… Su muerte, la más reciente -fue el domingo pasado- tiene a todo el país hablando de desnutrición infantil. Son nuestros mártires y son niños. Qué difícil es escribir sobre el dolor ajeno que ya es de todos, seamos padres o no. Y el gobierno aún sostiene que si les dan el carnet de la patria o una bolsa CLAP, el problema está resuelto. El problema para ellos es la guerra económica que inventaron para justificar que les ganamos la Asamblea Nacional y no resolver el desastre estructural que tiene a nuestro país sumido en la más profunda crisis. No. El problema es que una niña Pijiguao, se comió un pan de la basura que estaba envenenado y murió. Cuando exigimos el reconocimiento de una crisis humanitaria que permitiera el establecimiento del canal humanitario, lo hicimos desde la más profunda preocupación, porque sabíamos las consecuencias del aumento de la inflación y lo que ello significa para los más vulnerables. No es posible que cuando lo que está en juego son nuestros niños, en Miraflores se preocupen por el reclamo de lealtad y los ojos vigilantes del Gran Hermano.

El problema es que amor con hambre no dura, se muere.