Alvaro Valderrama Erazo: Octavo domingo del tiempo ordinario “Ciclo A”

Alvaro Valderrama Erazo: Octavo domingo del tiempo ordinario “Ciclo A”

ThumbnailAlvaroValderramaErazo1

No pocas personas, familias, pueblos y naciones, acechados por problemas, enfermedades, o por la pobreza, agobiados por situaciones críticas o coyunturales, tienden a creer experimentar la sensación de haber sido abandonadas por Dios.

Especialmente en los momentos difíciles, todos somos propensos a perder parte de nuestras fuerzas o la totalidad de ellas y a vernos imposibilitados o casi imposibilitados de levantarnos.





Tal es el caso del Sión, manifestado en la primera lectura del profeta Isaías, que leemos en la Liturgia de este Domingo. Pero la respuesta del Señor es clara y contundente: „Yo no te olvidaré“ (Isaías, 49,14-15).

Esa misma frase pronunciada entonces por Dios a través del profeta Isaías y que es firmemente creída por Sión, nos es pronunciada también a nosotros, especialmente en estos tiempos difíciles de nuestra historia patria venezolana.

En tal sentido nos invita salmista en el (Salmo 61,2-3.6-7.8-9ab) a no vacilar y a poner el descanso de nuestra alma en Dios, porque solo Él es nuestro alcázar y la roca de nuestra salvación.

A quienes tenemos oficios de responsabilidad espiritual sobre nuestros hombros, nos invita el apóstol San Pablo, en su carta a los Corintios (4,1-5) a no buscar algo distinto a ser vistos por la gente como servidores de Cristo y como fieles administradores de los misterios de Dios, ante quien deberemos dar cuentas.

Jesús nos invita en el Evangelio según San Mateo (6,24-34) a llenarnos de fe y a sabernos hijos de Dios para ser concientes de la importancia que ello supone.

El Señor nos muestra en su santo Evangelio la figura de los pájaros, que son alimentados por Dios, aun cuando estos no siembran, no siegan y no almacenan. Del mismo modo nos muestra la belleza que –sin hilar- revisten los lirios del campo.

Con ellos quiere Jesús hacernos entender la necesidad de buscar primero “El Reino de Dios y sus justicia”, ya que, “el mañana nos traerá su propio agobio”.

No es casualidad que Jesús busque hacernos entender el Santo Evangelio a través de nuestras propias experiencias, contrastando nuestras vidas humanas con las demás criaturas que nos rodean.

Pero el mensaje del Evangelio no podrá ser entendido por nosotros y mucho menos asimilado o puesto en práctica, si aún contrastando nuestras vidas con la de aquellas criaturas, inferiores a nosotros, no logramos querer ver a nuestros semejantes como hijos de Dios y como hermanos nuestros.

Por supuesto que nosotros, los hombres, sí que estamos obligados, desde el mismo momento del pecado original a trabajar para ganar, con sudor y fatiga nuestro propio sustento y no a esperar, como los pájaros, ser provistos de los bienes alimenticios sin nuestro esfuerzo diario.

Lo que Jesús nos enseña, no es precisamente la renuncia al trabajo y al esfuerzo justo y necesario para vivir de acuerdo a la dignidad que nos da el ser Hijos de Dios. No.

El Señor busca hacernos entender que es menester, no ignorar la finitud de nuestros días en éste mundo.

No escuchar sus enseñanzas nos llevaría, por ende a hacer caso omiso a ellas y a poner todas nuestras fuerzas y empeños en el egoísmo de querer ganarlo todo para este mundo, que es perecedero.

Ahora bien, tenemos que estar muy atentos a la forma y estilo de las enseñanzas de Jesús.

En el santo Evangelio notamos que el Señor, por una parte dirige sus palabras a sus discípulos, pero que posteriormente las dirige también a las demás personas que lo siguen y lo escuchan.

De allí el cuestionamiento del Señor sobre el sinsentido de querer buscar a toda costa, enriquecernos en esta vida perecedera, para terminar perdiéndolo todo, -inclusive la vida eterna-, con la muerte inminente, que nos acecha en cada momento.

Esto debería traernos a la reflección, especialmente a nosotros , los venezolanos.

No son pocos quienes se han enriquecido a lo largo de nuestra historia con los heraldos de este país rico, por naturaleza pero despojando sin piedad de sus riquezas.
En los últimos cincuenta años, se ha despojado con ambición egoísta a generaciones completas, de los bienes que Dios, en su designio amoroso y justo planificó desde la creación y puso a disposición para el bien de todos sus hijos en esta tierra.

Está claro que Jesús nos invita a esforzarnos y a trabajar para vivir dignamente en el lugar de vida que Dios nos ha regalado.

Pero el Señor nos invita a buscar –primeramente- el Reino de Dios y su Justicia, precisamente porque somos hijos y en consecuencia herederos de su Reino.

Por eso es tan necesario que escuchemos -y no ignoremos- la voz y la palabra de Dios, que nos habla a cada uno, en lo particular pero especialmente a todos, como habitantes de un mismo país y miembros de una misma iglesia.

Si Dios – que es justo y misericordioso- desaparece de nuestras vidas, si su palabra no es escuchada por nosotros, podría venir entonces la descomposición automática. Y como consecuencia, el caos se apoderaría de nuestra vida espiritual y social, como ya, por experiencia sucedió en no pocos países del mundo.

Busquemos primero el Reino de Dios y su justicia. Amén.

Feliz Domingo, día del Señor!