Venezuela vibra, está en la calle, por José Luis Monroy

Venezuela vibra, está en la calle, por José Luis Monroy

thumbnailjoseluismonroyHola que tal mi GENTE, Venezuela  vibra, despierta, se mueve a través de la participación cada vez más frecuente de sus ciudadanos. Está en la calle, en las conversaciones del café, en las sobremesas en cada casa. La sociedad está cada vez más politizada y dispuesta a tomar medidas ante la deficiencia de una clase política que parece apostar más por la desazón que por la esperanza, por la demagogia y el revanchismo electoral antes que por la generación de propuestas concretas.

Y esto, propuestas concretas, es lo que obtenemos de una nueva generación de ciudadanos que hacen política de manera activa sin asumir etiquetas, la sociedad civil está en la calle y ya no quiere más tarimas como la del pasado sábado en Chacao, la gente quiere es otra cosa, y hay que reconocer el valor de María Corina Machado que se paro y dijo ya basta de tarimas y discursitos, y llamo a otra acción ¿hasta cuándo lo mismo politiqueros de oficio?  Es que hasta toldos identificados con los partidos políticos tenían en la av. Francisco de Miranda ¿cómo se les ocurre tal irrespeto a la gente?

No deja de ser paradójico el surgimiento de la preocupación cívica en un país en el que el civismo ha dejado de ser una de las prioridades del régimen actual. Y no se trata de rendir honores a la Bandera, conocer el Himno Nacional o alimentar el patrioterismo con soflamas que citan a próceres despojados de toda humanidad. El grado de civismo en una sociedad no es sino la medida de la autoestima colectiva, la conciencia de que el bienestar colectivo se refleja necesariamente en el propio, y la consecuente voluntad de conseguirlo a través de acciones concretas.





Es difícil imaginar una situación más favorable para los partidos políticos,  la ciudadanía comprometida debería de nutrirlos, de convertirse en la savia viva que los renueve y los justifique. Lamentablemente esto no es así. Los partidos en general, y los políticos en especial, han perdido el respeto de una sociedad que identifica y condena sus fallos y sus corruptelas, sus tratos por debajo de la mesa, su inefable nepotismo. Las promesas de cambio que nunca se cumplen.  Agravio tras agravio que alejan al ciudadano común de aquellos que  deberían de representarle e, indudablemente, no lo hacen, no piensen que por que el 0,5 % de cada estado fue y validó a algunos partidos es que los quieren mucho, que va señores, en las últimas manifestaciones está demostrado que la gente no está pendiente de ningún partido y sus contantes llamados a elecciones, ya la gente no quiere elecciones de nada, la gente lo que quiere es que se vaya la tiranía.

Venezuela está en  una encrucijada, a un momento decisivo en la construcción de una democracia que se juega su credibilidad de cara al futuro. ¿Cómo conciliar la imperiosa necesidad de consolidar el proceso democrático con la decepción reinante en estos días? ¿Cómo lograr que la ciudadanía vuelva a creer en la política? ¿En quién recae la responsabilidad de lograrlo?

La respuesta se antoja evidente. Los políticos que, con su ambición desmedida han truncado la vocación de servicio en codicia pura, difícilmente podrían generar el interés del ciudadano de a pie en la procuración del bien común. Al contrario, la motivación que despiertan se traduce en la mera imitación de las prácticas de corrupción y el afán por el beneficio económico inmediato, el logro de prebendas y arreglos, al menos dudosos, con los distintos grupos de poder. El cambio no vendrá de los políticos tradicionales, de los que arrean gente, de los que en medio de este desastre andan haciendo primarias entre ellos, sin pensar primero en salir de la dictadura, de  los de discursos inflamados. A estos ya los conocemos y sólo despiertan el repudio de la sociedad entera. Y es en este momento cuando la sociedad está en la calle pidiendo un cambio que no se logró colocando 112 diputados en la AN, pues llego entonces la hora de la gente, de la sociedad civil, de los ciudadanos de a pie, quienes entonces les tocará tomar  el toro por los cachos.

¿Cómo podemos lograr que los políticos  escuchen?  ¿Cómo llamar su atención, y despertar su acción, sobre los problemas que son evidentes, importantes y urgentes?

¿Cómo conseguir que nuestra clase política se haga responsable de sus acciones? ¿Qué podemos hacer para que cumplan con sus promesas? ¿Seguiremos creyendo en los vendedores de espejitos que nos aseguran cambios basados en legislar sobre la ética personal? ¿Constituciones morales provenientes de quienes se rodean de bandidos?  ¿O vamos ahora a creer que tenemos que recoger unas firmas para destituir a los magistrados? No señores diputados, que recoger firmas un cipote, ustedes están allí en la AN para que hagan el  trabajo de destituirlos,  hasta cuando dándole chance a la tiranía, la idea de recoger firmas contra el TSJ de la dictadura es absurda, hacer una marcha hacia la defensoría del pueblo es perder el tiempo, allí no hay nada que tratar, es parte de la dictadura.

¿Cómo podemos cambiar la cultura del recibir por una cultura del hacer?

 

¿Cómo permear la preocupación, de unos cuantos, sobre la Venezuela  del futuro, hacia la inmensa mayoría que sólo se ocupa del presente inmediato? ¿Cómo fomentar el concepto de responsabilidad social entre quienes han vivido inmersos en un sistema que no contempla la responsabilidad en absoluto?

La solución no puede ser no hacer nada. Son temas que debemos discutir, y resolver, para poder planear un Estado sólido y con viabilidad a largo plazo. Porque Estado no es simplemente un sinónimo de gobierno, ni de ciudadanía. Es un concepto incluyente, amplio, que implica necesariamente la colaboración entre sociedad y gobierno para poder conseguir sus fines. No es tiempo de individualidades ni de esfuerzos heroicos. Es momento de colaboración y asunción de responsabilidades: es de esperarse que, más temprano que tarde, los ciudadanos entiendan que, para que sus esfuerzos fructifiquen en el tiempo, deberán de revertirse de la institucionalidad y gregarismo que sólo pueden brindar los partidos políticos, quienes deben entender que, sin ciudadanos, no son sino terreno yermo, porque sólo a través de la inclusión de la sociedad en la vida política puede entenderse la realización del bien común como un fin último. Porque es en el momento en el que comienza la búsqueda del bien común, y no cuando llega a realizarse, cuando las sociedades prosperan y dejan atrás sus problemas. Y de esto último, señoras y señores, vaya que tenemos urgencia.

@joseluismonroy