El Disneyworld de la Biblia: Donde ver morir a Jesucristo cuesta 50 dólares

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Thomas Hegenbart

 

A 10.000 kilómetros de Jerusalén existe otra Tierra Santa con templos de cartón piedra y el ratón Mickey de vecino, publica El Mundo de España.

Por José María Robles
@josmrobles





Ver morir a Jesucristo sólo cuesta 50 dólares. Es casi la una de la tarde en el primer parque temático del mundo dedicado a la Biblia y el actor Les Cheveldayoff agoniza con el cuerpo embadurnado de sangre de mentira. La humedad de Orlando (Florida) hace sudar al nazareno y al grupo de creyentes que asiste a la puesta en escena con emoción, respeto y el móvil listo para el selfie. Es el momento culminante de la crucifixión y a nadie parece importarle que el lugar histórico donde sucedieron los hechos, el monte Calvario, a las afueras de Jerusalén, esté a más de 10.000 kilómetros. O que la función vuelva a comenzar en apenas dos horas y media. El hijo de Dios resucita dos veces al día en un recinto que únicamente cierra sus puertas todos los domingos y lunes, el Día de Acción de Gracias, Navidad y Año Nuevo.

«Ir a Orlando y no visitar The Holy Land Experience es perder un día de vacaciones», asegura la puertorriqueña Elizabeth M. en la web de TripAdvisor. Como ella, los autores de las imágenes que figuran sobre estas líneas llegaron al 4655 de Vineland Road, atravesaron el pórtico de piedra de la entrada como si emprendiesen un viaje en el tiempo y presenciaron la Última Cena y el Vía Crucis, las dos representaciones que ofrece en su programa de Semana Santa el parque cristiano. Lo que encontraron allí fue un particular misticismo, mucho sentido del espectáculo, eso que en EEUU Unidos llaman edutainment (entretenimiento educativo) y la misma peregrinación al centro de la fe que ciudades como Sevilla, Cuenca o Zamora reviven en sus calles cada año entre el Domingo de Ramos y el de Resurrección.

En los 60.000 metros cuadrados de The Holy Land Experience conviven las lanzas de romano y las sillas de ruedas, las túnicas de color arena y las gorras de béisbol, los manuscritos originales hallados en el Mar Muerto y los micrófonos inalámbricos de telepredicador. Más museo viviente que centro de interpretación, el parque parece pensado para el turista procedente de los estados del cinturón de la Biblia (de las dos Carolinas a Arkansas), para quienes no se fían de volar a Oriente Próximo para celebrar in situ su credo o para aquellos a los que gastar unos días en familia en el vecino Disney World les resulta espiritualmente insuficiente. ¿Acaso es comparable abrazar al ratón Mickey y subirse a una montaña rusa con adentrarse en una réplica del Santo Sepulcro y otros lugares importantes en la Pasión como el Huerto de los olivos y el camino a Emaús?

La pasión de Cristo se representa dos veces al día. Para unos, el recinto es lugar de peregrinación. Para otros, una mala copia de los espectáculos de Las Vegas

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«Hace aproximadamente 2.000 años sucedió un acontecimiento milagroso: Dios se hizo hombre, habitó entre nosotros y redimió a la Humanidad con su muerte y resurrección. Creemos que esta revelación es crucial. Nos proponemos demostrar las verdades vivas de la Biblia de manera innovadora, a través de exposiciones artísticas, números musicales o dramatizaciones y presentaciones didácticas», ofrece la organización como declaración de intenciones.

Fue en 1989 cuando el escritor y editor Marvin Rosenthal, de confesión judía, adquirió el terreno donde hoy se levantan las 43 instalaciones de The Holy Land Experience, a las que anualmente acuden cerca de medio millón de visitantes (el parque no ofrece datos actualizados al respecto). El propósito de Rosenthal era acercar a los cristianos al origen de su credo y familiarizarlos con las raíces hebraicas, lo que empezó a propiciar con la inauguración del recinto en 2001.

Un año más tarde abría sus puertas el Scriptorium, el edificio menos de cartón piedra de todo el recinto. Allí se exhibe la colección Van Kampen de objetos relacionados con la Biblia, la cuarta más importante del mundo. Incluye los mencionados manuscritos, primeras ediciones de la Biblia y otras antigüedades.

Al otro lado del lago están el Gran Templo, con sus columnas a prueba de sansones, el Tabernáculo (santuario itinerante de las 12 tribus de Israel durante su éxodo por el desierto) y un rincón que evoca la partición de Moisés del Mar Rojo… con un tiburón blanco dibujado con estilo hiperrealista.

No queda lejos el bautizado como Mercado de Jerusalén. Allí se ubican las tiendas de recuerdos, donde los dependientes son capaces de hacer sonar un cuerno de carnero con tal de colocar su mercancía, y los restaurantes. Los nombres de unos y otros locales resuenan a los testamentos: Los tesoros de Salomón, El salón de banquetes de Ester… Incluso los menús tienen forma de rollo de pergamino y brindan platos expresamente pensados para los fieles, en los que no falta el pan de pita.