Polarización en Venezuela: los que luchamos y los que devastan, por @MichVielleville

Polarización en Venezuela: los que luchamos y los que devastan, por @MichVielleville

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El concepto de polarización política ha sido utilizado por propios y extraños, para intentar aproximarse al complejo oficio de hacer interpretaciones sobre problemas políticos fundamentales que ocurren en la cotidianidad. Pero las dificultades conceptuales que han acompañado a su definición han conducido a muchos “analistas” a hacer un uso indebido del término, o peor aún, a no saber decodificar su verdadero significado ni poder identificar las relaciones políticas esenciales que definen a este importante fenómeno.

Al respecto, el politólogo Giovanni Sartori ha sido uno de los pocos autores que mejores aportes ha hecho a la reflexión y al estudio científico de este fenómeno político. En su famoso texto “Partidos y sistemas de partidos” escrito en 1976, presentó una definición y las principales bases teóricas de un problema político que todavía no ha perdido vigencia, ni ha dejado de tener protagonismo en la realidad política contemporánea. En una sociedad tan compleja como la venezolana se hace cada vez más necesario llevar a cabo el ejercicio de la explicación de sus dificultades a la luz de herramientas conceptuales precisas. Justamente, el concepto de polarización política se convierte en el instrumento más apropiado para arrojar luces sobre nuestros principales conflictos y desafíos como sociedad.

En este marco, según Sartori, se habla de polarización cuando existe una distancia en las estructuras ideológicas que se desarrollan dentro de la dimensión política, que hacen irreconciliables los procesos de consenso. Esto quiere decir que, en tanto existe un espacio en la comunidad, los grupos políticos se enfrentan ideológicamente a partir de aspectos de la política en general, como también a partir de principios y aspectos fundamentales. Vale destacar que la ideología, como concepto en Sartori puede ser vista desde dos perspectivas: primero, como participación muy emotiva en la política; o segundo, como una mentalidad particular de las comunidades para concebir y percibir la política. Siendo esta última la que mejor define el fenómeno a analizar.
Las relaciones entre los distintos grupos que hacen vida política en el sistema político venezolano se pueden caracterizar por un alto nivel de polarización; esto quiere decir que en ellas es muy común identificar una distancia, o brecha ideológica bastante acentuada que dificulta la posibilidad de diseñar espacios para el entendimiento, o para el desarrollo de un clima adecuado para la estabilidad y la convivencia política. De esta manera, una mirada acuciosa a los rasgos predominantes de la cultura e identidades políticas de nuestro entorno, devela los principales factores que se han convertido en agentes encargados de profundizar las distancias. Y entre ellos, el Gobierno de Nicolás Maduro sigue figurando en todas las listas como principal responsable.

En efecto, Maduro es el culpable de dividir el país en dos polos: entre los que creemos en las instituciones democráticas como mecanismos para preservar la convivencia y quienes ven las instituciones democráticas como instrumentos exclusivos para conservar el poder.

Maduro es el causante también de que hoy exista una visión de país dividida, por un lado, entre quienes creemos en un modelo de gobierno democrático como actividad constitucionalmente consagrada para civiles, y quienes sostienen que la mejor forma de gobierno es la tutelada por militares.

Maduro se ha encargado de dividir y fracturar a toda una sociedad, entre quienes consideran como valores fundamentales la libertad, la autonomía y la solidaridad, y quienes son capaces de renunciar a su independencia por migajas, en medio de la resignación al aceptar pasivamente una esporádica bolsa de comida, que denigra toda su calidad de vida y que los condena a la eterna esclavitud.

La superación de esta brecha y el establecimiento de una cultura democrática en Venezuela pasan por el desarrollo de un proceso de cambio político profundo, mediante el cual puedan ser sustituidas democráticamente las figuras políticas encargadas de modelar ese comportamiento social. La restauración de los valores verdaderamente democráticos, el rescate de la institucionalidad, de la auténtica democracia, sólo vendrán de la mano con la convocatoria a unas elecciones, libres y justas, en condiciones de una competencia democrática transparente. Sin duda, impedir ese deseo colectivo será renunciar a los medios pacíficos para resolver la crisis; frenar esa voluntad general será dar un salto al vacío.

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