Repasando a Carlos Rangel: El virus de Machurucuto, por Norberto José Olivar

Repasando a Carlos Rangel: El virus de Machurucuto, por Norberto José Olivar

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Ya decía Carlos Rangel que los ejércitos profesionales (partido militar) habían hecho naufragar las democracias latinoamericanas al sentirse amenazados por la “irradiación” de la Revolución Cubana. Difícil que semejante afirmación pase desapercibida para un venezolano de por estos días, cuando de manera visible, el gobierno cubano controla y dirige esta abyecta «hamponatocracia» chavista.

La idea de Rangel no me habría provocado mayor inquietud si no fuera por Pepe, el barbero de la familia, que en mi última visita no paraba de hablarme de la «invasión» cubana de mayo de 1967. 50 Años ya. Dice que la recuerda porque él llegaba a Venezuela, como tantos italianos entonces, en busca de pan, tierra y trabajo. Ciertamente, el hecho no es muy popular en los manuales de historia ni en la memoria colectiva. Yo apenas si tenía referencia del asunto. Y en cierta ocasión, el rector Lombardi se refirió al hecho como una cosa menor y fracasada. No obstante, revisando la pérfida Wikipedia, por pura flojera, me surgió una inquietud adicional: el Comandante Ramiro (¿Soto Rojas?) estuvo en aquellos fuegos que, puntualicemos un tanto ahora, llamar «invasión» a una docena de hombres va resultando excesivo. Lo que sí parece indudable, es que se trataba de un «grupúsculo» recién escolarizado en guerra de guerrillas que venía a incorporarse a la lucha armada venezolana, menguada y acorralada ante el avance del proceso democrático.





De la candela de Machurucuto no quedó casi nada. Al menos eso creíamos. La mayoría murió enfrentando a la Guardia Nacional, excepto el «agente infeccioso» que ha sobrevivido hasta hoy y que, contrario a lo que Rangel opinaba, ahora sí logró penetrar al partido militar. Lo dijo Moisés Naím no hace mucho: «Tristemente, las fuerzas armadas han sido subyugadas… Hugo Chávez, invita a una dictadura en bancarrota (la cubana) a que controle funciones vitales en asuntos de inteligencia, elecciones, economía, política y, por supuesto, vigilancia militar y ciudadana. Hay pocas decisiones importantes del gobierno de Venezuela que no sean aprobadas, moldeadas u ordenadas furtivamente por el régimen cubano».

Haber unido la suerte del régimen chavista al de la mortecina revolución cubana, podría tener un «final feliz». Por una parte, habremos desarrollado los anticuerpos (fortaleciendo nuestro sistema inmunológico) contra el «virus de Machurucuto» que no es poca cosa: venimos del «futuro» como dijo Reinaldo Arenas y hemos visto, demasiado bien, las «bondades» del comunismo/socialismo/revolución/etc., y nadie nos meterá ya ninguna «cabra». También le hemos mostrado al mundo la verdadera cara del proceder cubano, su modus operandi, nada despreciable tampoco si a ver vamos. El velo romántico se le hizo añicos frente a las cámaras, podríamos decir. Y como corolario tenemos la citada  idea de Carlos Rangel cuando, no con poca angustia, advertía que el peligro de las democracias latinoamericanas y de la libertad en sí misma, era la «irradiación» del castrismo y aquella peregrina teoría «foquista» expuesta por el Che Guevara. Sin embargo fue tajante en esta última afirmación: «Una nueva dictadura militar, en Venezuela, no encontrará ahora un pueblo dócil, diezmado por endemias y guerras civiles, pobre, ignorante, desorganizado y habituado a las tiranías…». Se topará, por el contrario, añade, con «una sociedad venezolana razonablemente moderna, inmensamente más compleja, politizada y habituada a ser halagada por ofertas políticas populistas, realizadas a medias mediante la liquidación acelerada del petróleo…»

Y como concluyera el rector Lombardi en la peña cafetera donde barajamos nuestras angustias ciudadanas de cuando en cuando: «La  izquierda va a sufrir por una o dos décadas el descrédito de estos años». Puede que también  lleve a cuestas la maldición de Liborio Guarulla, agrego con ironía. Como sea, no pude dejar de recordar aquel memorable libro de Jorge Castañeda, La utopía desarmada (1994), donde vemos, no sin  asombro, cómo los hechos más oscuros de la historia latinoamericana no son sino «alteraciones» de un listín de buenos y justicieros propósitos.

 

@EldoctorNo

Mayo de 2017