Ignacio De Leon: Poder que no se ejerce se atrofia

Ignacio De Leon: Poder que no se ejerce se atrofia

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El paralelismo histórico entre la Venezuela insurreccional y revoluciones que marcaron la historia de la Humanidad es asombroso, pero pocos lo han notado. Quizás ello se debe a que la historia solemos analizarla superficialmente, destacando hechos que resuenan poéticamente, pero que dicen poco sobre las tendencias sociales subyacentes.

Por ejemplo, muchos creen que la Revolución Francesa empezó con la toma de La Bastilla. Esto no es cierto. Comenzó cuando el Tercer Estado (la burguesía) decidió retirarse de los Estados Generales, la desacreditada Asamblea Constituyente convocada por Luis XVI, e instalar la Asamblea Nacional el 17 de junio de 1789. A partir de ese momento, los Estados Generales de Luis XVI, desaparecieron del mapa y la Asamblea Nacional tomó el liderazgo del proceso revolucionario.





Tampoco la Revolución Rusa comenzó con el asalto al Palacio de Invierno en octubre de 1917, sino con la decisión del líder comunista Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), de abandonar la Duma, el Congreso liderado por Kerenski deslegitimado por su insistencia en continuar la guerra contra Alemania. Por supuesto, Kerenski se resistió, pero su impopularidad pudo más y por ello triunfaron los bolcheviques de Lenin. Sin dudarlo, Lenin disolvió el Gobierno de Kerenski, a través de un golpe de estado. El resto fue historia.

Tanto los burgueses creadores de la Asamblea Nacional francesa como los bolcheviques forjadores de los Soviets, impusieron una nueva realidad política, ante el descrédito de los enemigos. Lo lograron porque tenían un claro propósito, auspiciado por la impopularidad de los defensores del status quo.

En el caso venezolano, la pregunta obvia es ¿Por qué la Asamblea Nacional se resiste a asumir ese liderazgo haciendo uso de las funciones para las cuales fueron designados por amplísima mayoría popular? La Asamblea podría tomar varias iniciativas dirigidas a ejercer su soberanía constitucional: podría destituir los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia; podría elegir un nuevo Consejo Nacional Electoral; podría instruir (aunque no decidir) los juicios por corrupción contra funcionarios venales. Sin embargo, he aquí que decide no hacer nada de esto, guiado por una especie de reacción similar a la de un venado encandilado por las luces de un autobús que se le viene encima.

La revolución venezolana que ha iniciado corre el riesgo de detenerse, de no cuajar, de morir en el parto, por la indecisión de los diputados de nuestra Asamblea Nacional, algunos de los cuales han llegado hasta considerar la posibilidad de participar en la Asamblea Constituyente de Maduro. Es como si los burgueses franceses, en lugar de atrincherarse en Juramento del Juego de Pelota (llamado así por el lugar donde fue hecho este juramento colectivo) hubieran aceptado la indigna propuesta de Luis XVI, o si Lenin, en lugar de disolver el Consejo de la República o Preparlamento (especie de Asamblea creada por Kerenski en anticipación a una Asamblea Constituyente), hubiera aceptado continuar “dialogando” sobre cómo atenuar la participación rusa en la guerra contra Alemania. La historia sería otra, desde luego.

La ciencia natural nos enseña que el órgano que no se usa se atrofia. Lo mismo sucede con el poder que no se ejerce.