Juan Carlos Sosa Azpúrua: Literatura y enfermedad

Juan Carlos Sosa Azpúrua: Literatura y enfermedad

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Literatura y enfermedad pueden englobarse en un solo concepto. Son nociones que se fusionan en una simbiosis perfecta. El acto de crear mundos ficticios, a partir de una realidad psicológica, presupone un viaje al interior de la mente, explorando sus cavernas.





Por Juan Carlos Sosa Azpúrua / @jcsosazpurua

Es una actividad arqueológica, donde la luz es la curiosidad y su sombra el miedo. Este recorrido requiere cierto tipo de ánimo. Abrimos la ventana a las emociones. Palpamos los estados anímicos, que despiertan o se duermen. Luchamos contra obstáculos, que son nuestras resistencias inconscientes.

La Literatura es un tipo de ejercicio, que llevan a cabo los organismos vivos que cohabitan en el alma. Sus dolores son proporcionales a la intensidad que se imprime en el desarrollo de cada una de sus fibras. Al producir Literatura, se le enseña al lector las huellas de una existencia disfrazada, que deja colar olores y matices, ricos en remembranzas que causan empatías en los demás. El lector que se aventura en una historia está penetrando un túnel, que conduce a la psique del escritor. Los personajes, tramas, escenarios, ritmos y tiempos son árboles de un bosque, en donde en cualquier momento descubrimos secretos escondidos; y de pronto se encienden las luces.

Toda Literatura es autobiográfica. Tanto desde la óptica del escritor, como la del lector. Aún en los relatos fantásticos, estamos frente a una Literatura Realista, donde el término “ficción” es una quimera. Una historia parte de un referente existencial: memorias, experiencias, sueños, éxitos y fracasos, esperanzas e ilusiones perdidas. Los ingredientes que se emplean para cocinar la obra creativa son elementos de la vida y de una realidad singular, de la cual es imposible escapar.

El escritor – aunque escriba sobre extraterrestres, viajes al centro de la Tierra, niños magos y vampiros sensuales – siempre está narrando la realidad de alguna de sus cavernas mentales, formada a partir de una referencia vivida. Y el lector no se queda atrás. Al coger un libro e iniciar su viaje, solo puede sobrevivir si encuentra allí una brújula, que le apunte hacia el norte de sus emociones, relaciones empíricas de su propia vida. La fatalidad del Realismo en la Literatura constituye un síntoma: el ansia reprimida de inmortalidad. Consiste en una lucha contra la muerte, el destino de la enfermedad. Ese estado de nihilismo se hunde en un abismo de interrogantes sin respuesta. El hombre sano le rehúye a la muerte, en una obsesiva carrera hacia atrás. Se le ignora, como si fuera algo que solo le pasa al otro, por no haber corrido suficiente o no estar entrenado para la carrera.

La Literatura es enfermedad. Esos cuerpos psíquicos que ejercita el escritor son delirios, trozos del espejo roto. Memorias fraccionadas de su propia vida. Este caleidoscopio refleja una ficción, a partir de una realidad reprimida o distorsionada por el paso del tiempo. Lo virtual del verbo esconde sangre. Las palabras pretenden latir en un corazón artificial. Su intención es esconder la confesión del escritor. Se escriben las letras como gotas febriles del monstruo dormido, hecho de retazos desenterrados de las tumbas del olvido.

¿Quién es el hidalgo Don Quijote? ¿Es el señor Alonso Quijano, luchando contra molinos de viento, transmutado a caballero de la Mancha, salvando doncellas inexistentes, mientras vive aventuras excitantes? ¿Quién delira? ¿El lector de libros de caballería, o el héroe épico que derrota a los dragones imaginarios? ¿Quién es el enfermo? ¿Acaso Cervantes, escapándose de sí mismo, huyendo de un aburrimiento que tanto se asemeja a la muerte? ¿Qué es la locura? ¿Vivir la vida convencional – autómata imitador de modelos – o hacerlo al revés, alejándose de los estereotipos, coqueteando con la fantasía? Sancho sigue a su amo y la cercanía con el delirio le seduce. Al final, la enfermedad del Quijote era contagiosa y el escudero rechaza el regreso a la normalidad, que ahora siente como la auténtica locura.

Algunos astrofísicos afirman la existencia de multiversos, cada uno con once dimensiones. Esta multiplicación de espacios es capaz de duplicar, triplicar y llevar hasta el infinito las alternativas de que en otros universos estemos experimentando vidas paralelas. Efecto Mariposa. Las cosas que no pasaron en esta vida quizás sí sucedieron en alguno de los otros universos. Vidas paralelas, donde quizás sí pasó eso que hubiera ocurrido, si en vez de hacer esto hubiera hecho lo otro. Porque en ese universo, tomé la decisión de no hacer aquello que sí hice en este universo, donde tengo mi conciencia. Cada uno de nosotros experimenta su propio mundo. Aún en el mismo espacio – tiempo, la realidad que percibe Pedro es esencialmente diferente a la que percibe María. No sería descabellado afirmar que la vida es una forma de esquizofrenia. Una enfermedad crónica e incurable que solo termina con la muerte. ¿Y entonces qué le queda a la Literatura? Crear otro universo. Paralelo a la realidad del escritor, pero igual de ficticio. Y esto es lo que hace que toda Literatura sea Realista y también una paradoja.

La Literatura es la vida del escritor en otra parcela del multiverso. Es la teoría de los universos paralelos materializada en el acto creativo. Los personajes, tramas y escenarios son los trozos de un espejo. Fichas incompletas de un rompecabezas que intenta armarse. Emerge una suerte de Frankenstein espiritual. La bestia es creada en las entrañas del escritor. Se desatan los demonios. El escritor intenta maquillarlos para que luzcan hermosos. A veces funciona y el monstruo cubre su desnudez con brillantes ropajes.

Toda Literatura es la racionalización del absurdo, como la vida. El escritor procura darle harmonía a un caos psíquico, provocado por el sinsentido de las cosas. Está afectado por el ansia reprimida de vivir eternamente. No es casual que el tema de la enfermedad tenga como alter ego a la inmortalidad. Es un tema recurrente en la historia de la Literatura, en cualquier espacio – tiempo.

Homero quiso retar a la inmortalidad. Hizo que Odiseo rechazara la oferta de la hermosa Calipso. Glorificando la importancia de la moral – vivir una vida digna – el poeta griego racionalizó el ansia que tenemos por la juventud eterna. Para Homero, el mérito consiste en vivir decentemente, venciendo el temor a la muerte. En la racionalización del miedo a morir, Dante llega más lejos que Homero. Describe al detalle cómo es el mundo de los muertos. Nos insta a darle sentido a la vida, a partir de una conducta que nos salve del infierno. La Biblia también es prolífica en enfermedades. Éstas son causadas por el pecado. El hombre y los pueblos se enferman porque merecen ese castigo divino. Fueron vidas que no cumplían con el dogma prescrito.

Hallamos esas mismas huellas en la Literatura de cualquier época. Es la carrera para atrás. Corriendo contra la muerte. Sombras del alma, proyectadas en los mitos y las leyendas, en sátiras y parodias, en las épicas y epopeyas, en comedias y tragedias. Son los arquetipos del hombre, antropológicamente codificados en el ADN del escritor. La Literatura Clásica, Medieval, Renacentista, Realista, Modernista, Vanguardista y Contemporánea, conforma las ramas de un solo árbol, de frutos variopintos. El núcleo es idéntico: la búsqueda del sentido de la vida. Algo que explique la muerte, que la justifique. Al final, siempre es un demonio maquillado. Se disfraza la angustia de vivir, esa ansiedad por una inmortalidad negada. Uno de los mejores ejemplos de esta afirmación lo encontramos en “La Muerte de Iván Ilich” (1886).

León Tolstoi (1828 – 1910) fue el escritor más universal de su tiempo. Su éxito fue el síntoma de una enfermedad. También fue contraída por sus lectores – como le pasó a Sancho con su señor Alonso–. La enfermedad de Tolstoi fue su existencia. Su vida fue un tormento. El divorcio entre eso que deseaba ser y lo que efectivamente terminaba siendo nunca le dio paz. Deseaba ser humilde, pero nació aristócrata. Amaba la castidad, pero tercamente sucumbía a las tentaciones de la carne. Entendía el valor de la fidelidad, pero engendró hijos bastardos. Pontífice de los valores de la vida, en su hogar marital se respiraba desprecio y abandono. Y al final, la huida definitiva. Todo lo dejó atrás. Éxitos mundanos, esposa, hijos y sociedad se reflejaron en el retrovisor de un automóvil existencial, con rumbo desconocido. Era su alucinante carrera de escape. Tolstoi huyó de los convencionalismos sociales y su pretensión de robotizar al hombre. Esa vida burguesa, en apariencia tan cómoda y envidiada, era el síntoma de una enfermedad incurable. Y en su personaje Iván Ilich, palpamos esa enfermedad llevada al paroxismo. Iván ambiciona el éxito: un cargo encumbrado, la esposa perfecta, una casa con el mobiliario de las clases altas, hijos obedientes, colegas envidiosos y dinero. Todo lo logra. Pero en el cénit de su éxito, aparecen las costuras de una realidad, cosida con la tela de los convencionalismos. Nuestro personaje se enferma. Su mal es esquivo. Los médicos no dan respuestas, solo contestan palabras huecas, salpicadas de prepotencia. La enfermedad va penetrando cada ranura de su existencia, afectando sus percepciones de la realidad. Su persona salta a otro universo. El Efecto Mariposa activa eventos sucesivos, y sus emociones cambian, volviéndose niebla.

Como las arañas, la enfermedad de Iván teje una red. Y allí quedan atrapadas sus frustraciones. La esposa se transforma en una tortura constante. Su hija, solo piensa en sí misma. El niño está en la escuela. Solo Gerasim, su sirviente, le mantiene conectado con el mundo de los vivos. Iván medita sobre su infancia y descubre un secreto: ¿Tuvo sentido su vida?

A medida que recorre los capítulos de su existencia, entiende que su proyecto fracasó. Hizo el depósito de su vida en el Banco equivocado. Los hombres están disfrazados. La sociedad es un baile de máscaras. Las cumbres no eran cumbres. La carrera estaba invertida. Esa montaña de ambiciones, que alguna vez erigió, no lo condujo al cielo. Escaló sí. Pero al infierno. Todo tiene lugar en un teatro de mentiras.

Y así, las existencias del autor y su personaje se fusionan. Es una simbiosis especular. Un espejo donde las ficciones reflejadas nacen en las entrañas de un hombre de carne y hueso. La vida es el síntoma de una enfermedad mortal y paradójica. El hombre se va alejando del niño y lo auténtico se marchita. Los años son hojas secas. Se desprenden de un árbol que nació torcido. El niño sucumbe frente al adolescente. Entonces nace la tragedia. La confusión se reprime con la imitación. Se copian los modelos que dicta el canon social. Y así aparece el adulto. Es un hombre disfrazado. Lleva una máscara, tan fija que deja sin facciones al rostro auténtico.

La carrera de la vida es la lucha por evitar la muerte y todo lo que se le parezca. Y así se engendra la enfermedad. Porque la vida deja de serlo cuando su fin es ser aceptada por los demás. Es el delirio que llaman éxito. Una ilusión, pura esquizofrenia.

El hombre cree que progresa. La gloria y sus aplausos son el objetivo de su lucha. Pero se engaña. Y al final, llega la venganza. El destino es implacable. Todo se vuelve una burla, el quisquilloso sentimiento del fracaso. La enfermedad de Iván Ilich es la conciencia de una vida desperdiciada. El hombre culmina su carrera comprendiendo que, al rehuirle a lo auténtico de su ser, hizo de su vida una muerte.

La vida de Tolstoi nos evidencia la verdad. Literatura y enfermedad son el síntoma de un solo mal, que puede ser original o copiado. La Literatura disfraza la realidad del escritor. Las letras son el febril delirio llamado ficción. Cobran vida los multiversos. Infinitas realidades de un solo ser, que pueden darse en universos paralelos. A veces es la réplica de una realidad. Otras, una gema con brillo propio.
En la enfermedad, la ficción es un combate contra la muerte. La aspiración de inmortalidad haciendo un esfuerzo por conseguir la cura.

Una, dos, hasta tres batallas ganadas podrían proporcionar algo de paz. Pero la historia que cuenta la realidad siempre tiene el mismo final: Es guerra que se pierde, porque la enfermedad es la vida misma. Y toda vida termina en muerte.

@jcsosazpurua