Luis Alberto Buttó: Un país, una consulta

Luis Alberto Buttó: Un país, una consulta

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

Amable lector: me encantaría sobremanera que cuando estés leyendo este artículo sea el momento después. El momento después en que hayas respondido al llamado angustioso y esperanzando de tu país para que fueses algo más, un pelín más, que simple habitante de esta tierra bendecida y dieras el paso honroso de demostrar, de nuevo y sin descanso, como siempre debe ser, como jamás debe dejar de serlo, la inmensa capacidad y el irrenunciable compromiso que te anima a ejercer la ciudadanía. En tal sentido, era poco y a la vez un universo lo que tu país esperaba de ti en este momento estelar: disposición serena pero firme de acudir a la gran consulta nacional convocada por los sectores democráticos para expresar tu invalorable y sagrada opinión acerca del destino inmediato de esta sociedad que, inspirada en los mejores valores de la humanidad y en las demostraciones de altura política de sus antecesores, se niega a aceptar tres expresiones de la maldad y la irracionalidad impuestas y/o avaladas desde el poder: primero, que la violencia sea el método y el sostén de una camarilla huérfana de fervor popular; segundo, que la deshonestidad y la rapacidad sean los motivos rastreros que animan a oscuros personeros a mancillar la condición de funcionarios; y, tercero, que el desmontaje del presente y el secuestro del futuro sean los miserables resultados de la gestión de gobierno.

Si te sumaste hoy a las colas dispuestas para la votación algo ciertamente aleccionador le habrás dejado en claro a tus compatriotas: el país te duele, el país te importa, el país te pertenece, el país cuenta contigo. Indudablemente, habrás hecho caso omiso a todas las infelices y/o equivocadas voces que trataron de sugestionarte para que te quedaras en casa, sumido en la inmovilidad. Voces arteras que trataron de sembrar miedo en tu ánimo anunciándote peligros acechando en dos ruedas. Voces comprometidas con lo inexcusable, ignorantes hasta la saciedad de la forma en que se desenvuelven los procesos políticos o producto de la infantil malcriadez de aquellos que gustan hacerse pasar por ungidos mesías que pretenden monopolizar toda claridad intelectual y política. Voces que te gritaron que nada de lo que hicieses tendría sentido porque todo estaba negociado de antemano o que era una estupidez preguntarte lo que supuestamente ya habías respondido una y mil veces. Nada de eso te amilanó. Nada de eso te desorientó. Nada de eso te desmovilizó. Comprendiste, como era seguro lo harías, que la organización, la disciplina, la templanza demostrada en millones de personas formándose en interminables colas, es la herramienta más poderosa para demostrarle al mundo y a los que por desgracia desgobiernan este maravilloso país, que decir mayoría no es recurrir a figuras tramposas por retóricas, sino una verdad incuestionable de esas que se construyen con aquello que se tiene a mano; en este caso, un lapicero que sirvió para emitir tres simples pero poderosas respuestas, dado el mensaje aportado para hacer saber lo que realmente piensa, desea y sueña nuestra sociedad. ¡Muy bien por ti!

A veces, como hoy, la historia se escribe en las calles. ¡Qué honroso, hermano, que estuviste allí!

Historiador

Universidad Simón Bolívar

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