Ramón Peña: Ascensor para el cadalso

Ramón Peña: Ascensor para el cadalso

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(A la memoria de Jeanne Moreau, 1928-2017)

¿Es posible sentirse honrado de ocupar una curul constituyente, si para lograrlo ha caído un ciudadano muerto en las calles por cada cinco curules y el camino pasa por falsificar grotescamente las cifras de votos necesarios para ser elegido?





La repuesta, aquí y ahora, es afirmativa: existen en nuestro país algo más de quinientos venezolanos, que el viernes pasado fantasearon orgullosos lucir laureles en sus sienes mientras recibían la auctoritas del César y los dioses. No queremos decir que no hayan existido sujetos de plantilla similar en el pasado. Solo que, precisamente, pensábamos que eran cosas del pasado aquellos viejos fantasmas como los cortesanos de Cipriano Castro o los congresantes de Juan Vicente Gómez.

Los de ahora son los vástagos de la contemporaneidad revolucionaria del SXXI, cuyo modelaje evoca fielmente la conocida letra del tango Cambalache de Santos Discépolo. Pertenecen a un modelo de sociedad en el cual la política se ha vuelto un oficio para desclasados, practican la marrullería que establece hábilmente los limites y el canon de la justicia. Para ellos, las funciones públicas no ennoblecen, pero sí enriquecen. La distinción personal vale muy poco y el talento y el ingenio carecen de estima oficial. El Estado que impone esta constituyente es una cátedra de charlatanería, insensible a la suerte de los ciudadanos, pero docta en el arte de la propaganda, la mentira y el terror.

Por sobradas razones nunca antes habíamos visto en el continente un repudio internacional como el suscitado por esta aberración llamada Asamblea Constituyente.

A la usanza del periodo de la terreur de la Revolución Francesa, este engendro está concebido para decapitar cualquier vestigio de democracia, libertad y economía privada. Pero, escríbanlo: también rebanará sus propias cabezas.