A 100 años de la Revolución Rusa sólo quedan mafiosos, millonarios y Lenin en su tumba

A 100 años de la Revolución Rusa sólo quedan mafiosos, millonarios y Lenin en su tumba

Vladimir Lenin da un discurso en la Plaza Rosa en el primer aniversario de la Revolución Rusa.
Vladimir Lenin da un discurso en la Plaza Rosa en el primer aniversario de la Revolución Rusa.

 

Ekaterimburgo, Rusia, muy cerca de los Montes Urales, noche del 17 de julio de 1918. Soldados de la cheka, policía secreta de la triunfante revolución bolchevique, obligan al zar Nicolás II, su familia, un médico y un cocinero a bajar al sótano de la casa en la que fueron confinados después de los disturbios de octubre de 1917 con la excusa de la seguridad… y una vez allí, los masacran a balazos. La que más tarda en morir es la mujer del zar, Aleksandra Fiodorovna Románova: las joyas que ha escondido, cosidas a su vestido, amortiguan algunas balas.

Por: Alfredo Serra / Infobae

Ha caído el último zar de Rusia, y con él, además de la zarina, sus hijas Olga, Tatiana, María y Anastasia, y su hijo Alexei, el zarévich y heredero de la dinastía, de apenas 14 años (el más frágil: hemofílico de nacimiento), Botkin, el médico de la familia, y el cocinero mayor.





El fusilamiento tiene un claro y doble sentido: el Domingo Sangriento (o Domingo Rojo) del 22 de enero de 1905 –9 de enero según el calendario juliano vigente entonces en Rusia–, y los diez días que conmovieron al mundo –según el famoso título de la crónica del periodista norteamericano John Reed–: los primeros de la Revolución Bolchevique del 25 de octubre de 1917.

Nicholas Alexandrovich Romanov (1868-1918), antes de convertirse en el zar Nicolás II , junto a su esposa Alix of Hesse (1872-1918), luego Alexandra Fiodorovna).
Nicholas Alexandrovich Romanov (1868-1918), antes de convertirse en el zar Nicolás II , junto a su esposa Alix of Hesse (1872-1918), luego Alexandra Fiodorovna).

“1905 volverá”, dijo Vladimir Ilych Ulyanov (Lenin) en su primer discurso: clara alusión y abierta venganza a la masacre del Domingo Sangriento sucedido en San Petersburgo el 22 de enero de ese año.

Esa mañana, con el sacerdote ortodoxo Gueorgui Gapón a la cabeza, una muchedumbre marchó hasta las puertas del Palacio de Invierno, la residencia del zar Nicolás II, para pedirle aumento de salario y mejores condiciones laborales, que eran inhumanas: más de quince horas por día…
Llevaban íconos religiosos y retratos del zar: su silenciosa manera de decir que no era una manifestación hostil. Pero el zar no estaba. Fiel a sus hábitos y sordo y ciego ante la tensión política y social ya demostrada en varias huelgas, pasaba un plácido fin de semana en Tsárskoye Seló, la villa de los zares. Un conjunto de palacios y parques dignos de otro mundo.

Desde una ventana, su tío, el gran duque Vladimir Aleksándrovich, le ordenó a la guardia imperial… ¡tirar a matar! Fue una masacre. Doscientos muertos, 800 heridos, contando mujeres y niños.

El zar Nicolas II, su esposa y sus cinco hijos, en el años 1910. (Photo by Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)
El zar Nicolas II, su esposa y sus cinco hijos, en el años 1910. (Photo by Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)

La mecha encendida tardó en apagarse y llegó a casi todo el país. Miles de campesinos se sublevaron, y estallaron huelgas obreras y hasta motines en las fuerzas armadas durante un largo año.

Aunque faltaban doce años para la revolución, uno de los terremotos humanos más grandes de la historia además de las dos grandes guerras, la marea fue imparable, y nada hizo el poder para detenerla. Al contrario, dinastía despótica sin remedio, le puso el viento a favor…

Porque, ¿qué era Rusia desde principios del siglo XIX?
Un monstruo de 22 millones de kilómetros cuadrados, 170 millones de almas, 146 lenguas, incontables religiones, más de 300 años de monarquía, y una desigualdad social más cerca del crimen que de la injusticia: cero protección legal y mínimos derechos para obreros y campesinos, mientras los Romanov –el zar Nicolás II y su familia– vivían en palacios y aislados no sólo de las llagas de su pueblo: también en anacrónico feudalismo imperial, a espaldas del progreso que explotó en casi toda Europa a partir de la revolución industrial generada por el vapor como fuente de energía.

Recién en 1861 el poder zarista decretó la liberación de los siervos (esclavos) y de algunas tierras que llegaron a manos de los mujiks, campesinos que apenas sobrevivían con lo poco que nacía del suelo, y para peor enfrentados con los kulaks, campesinos de mejores tierras, vida y economía, que alcanzaron el rango de burguesía rural.

Esa diferencia, otras, y el atraso del estado ruso, carente de industria y luego endeudado en dinero extranjero para iniciarla, ahondó el clima prerrevolucionario, dividido en mencheviques, moderados, que intentaban una revolución burguesa, y bolcheviques, liderados por Lenin y dispuestos a desatar una revolución proletaria.

La cadena de huelgas, protestas y sublevaciones (incluso militares) encendió todo el país. Con un episodio emblemático que Serguéi Einsestein llevó al cine, en 1925, con su célebre film Acorazado Potemkin, no sólo mítico por su decisiva innovación técnica, el montaje, sino por su síntesis histórica: marineros amotinados contra el zarismo como protesta –los obligaban a comer carne podrida–, y reprimidos por tropas de infantería del zar. Sucedió el 13 de junio de 1905: el mismo año de la matanza frente al Palacio de Invierno de Nicolás II.

Como coincide la mayoría de los historiadores, octubre de 1917 fue un gigantesco salto desde la Edad Media hasta el siglo XX. Pero tardío: 128 años antes, en 1789, la Revolución Francesa sucedió por el mismo motivo: un pueblo en la miseria, harto de reyes estúpidos, frívolos y corruptos.

HECHOS Y PENURIAS

Octubre de 1917: Soldados del Ejérctio rojo avanzan sobre Moscú.
Octubre de 1917: Soldados del Ejérctio rojo avanzan sobre Moscú.

Octubre de 1917 era inevitable. Rusia, aliada a Francia y al Reino Unido, luchaba en la Primera Guerra Mundial a un costo atroz: dos millones de muertos, cinco millones de heridos, y una tropa castigada por todo tipo de carencias y bajo un frío glacial.

¿Por qué se plegó Rusia a esa guerra? Para que el país formara parte del concierto internacional, que hasta entonces no lo tenía en cuenta. Y en un punto, por necesidad de defensa: Alemania, el enemigo, estaba cada vez más cerca…

Sin embargo, fue una decisión catastrófica. Se movilizaron catorce millones de hombres, incluidos obreros y campesinos. La economía –por cierto, escasa– se congeló, junto con las vías de comunicación y el giro de muchas empresas. Por algo Lenin dijo:
–¡Qué regalo a la revolución le hizo el zar!

En las ciudades, sobre todo en Petrogrado, centro del polvorín revolucionario, se oían gritos cada vez más fuertes y encendidos:
–¡Todo el poder a los Soviets! ¡Todo el poder a los obreros, soldados y campesinos! ¡Tierra y pan! ¡Que termine esta guerra insensata!

Mientras algunos especulaban con víveres –pan blanco, carne, azúcar, té, pasteles–, la gleba pasaba hambre: su cartilla de racionamiento, por ejemplo extremo, fijaba 115 gramos de pan… negro, por día. Leche, apenas para la mitad de los niños. Y para conseguir esas escuálidas raciones, colas desde antes del alba. Y allí, durante horas, mujeres con sus hijos en brazos…

Petrogrado era una ciudad fantasma: la noche duraba desde las tres de la tarde hasta las diez de la mañana. Lluvia y frío constantes. Calles alfombradas de barro. Robos y asaltos a toda hora.
Y contrastes profundos. Los teatros abrían todas las noches. Una elite consumía ballet y ópera. Cada tanto se inauguraba una exposición de pintura. Y nadie entre ellos pronunciaba la palabra clave del huracán que se acercaba: “revolución”.

Octubre de 1917: tropas femeninas avanzan sobre Moscú durante la Revolución Rusa.
Octubre de 1917: tropas femeninas avanzan sobre Moscú durante la Revolución Rusa.
El palacio de invierno de los Romanov en Petrogrado, tras la revolución de octubre.
El palacio de invierno de los Romanov en Petrogrado, tras la revolución de octubre.