General Rafael Urdaneta (1788-1845), por Angel Lombardi Boscán

General Rafael Urdaneta (1788-1845), por Angel Lombardi Boscán

Angel Lombardi Boscán @LOMBARDIBOSCAN
Angel Lombardi Boscán @LOMBARDIBOSCAN

Héroes como tales no existen. Creo que Thomas Carlyle (1795-1891) y Ralp Waldo Emerson (1803-1882) pifiaron al sostener la tesis de que la biografía de los grandes hombres bastaría para sostener una historia de la humanidad basada en la virtud. El héroe muchas veces es un bribón con suerte. Básicamente su estela de éxitos se cocina a fuego lento para construir un imaginario como referente de identidad. Los pueblos necesitan de los héroes como el imberbe de su biberón.

Un héroe es un tótem, basado en el mito. Rafael Urdaneta (1788-1845), el General Urdaneta, es la contribución “más ejemplar” de los zulianos a la causa de la Independencia Nacional. Maracaibo, hay que ser sinceros, fue pro monárquica. Su Gobernador, Don Fernando Miyares, luego de los sucesos del 19 de abril de 1810, se erigió en el líder de la contrarrevolución, y por tanto, Capitán General de Venezuela. Por ello, es un error grueso, seguir repitiendo que Don Vicente Emparan fue el último. Al final de la guerra, cuando ya todo estaba perdido, y sin acción gloriosa de por medio, los marabinos nos terminamos de pasar en el año 1821 a la causa de los vencedores. Esa jugarreta del destino devino en oprobio por no estar alineados con los caraqueños, andinos, orientales y llaneros. Esto quiso ser suplido con la exaltación desmesurada del General Rafael Urdaneta por dos razones: una, su nacimiento circunstancial en Maracaibo; y segundo, fue un íntimo del círculo de confianza del Libertador Simón Bolívar, lo cual le acarreó un innegable prestigio, básicamente, por sus dotes como eficiente soldado, o mejor dicho, como el excepcional intendente que fue.

Urdaneta fue para Bolívar una especie de apagafuegos. Su capacidad para organizar la logística precaria de una guerra tropicalizada y salvaje fueron sus principales insignias, y más luego, la lealtad. Muchas comisiones tuvo que acometer, entre ellas, la más relevante, fue la de dirigir al cuerpo del ejército occidental patriota que andaba y desandaba entre la hoy Colombia y Venezuela con dispar fortuna, hasta llegar a Boyacá en 1819, cuando el curso de la guerra cambió definitivamente a favor de los republicanos. En ese trajín intenso, donde los héroes practicaban un canibalismo frenético alrededor de un gusto por la matanza harto sospechoso, agudizado por proclamas como el de la Guerra a Muerte en 1813, los obsequios de cabezas fritas junto a orejas y narices mutiladas, daban la medida de una guerra bastarda y sin gloria. Urdaneta, participó de todo ello compungido, y sospechamos, que al igual que el demencial Coronel Kurtz en “Apocalypse Now” (1979) de Francis Ford Coppola, tuvo que vivir con el miedo en los huesos por ver cara a cara el horror.





La enfermedad y el juego fueron las grandes debilidades de Urdaneta. Es famoso su gigantesco cálculo renal, hoy exhibido como la pieza estelar de todo un museo; padecimiento éste, que le impidió estar presente en la épica de Carabobo en 1821. Y luego, la ludopatía. Sabemos de muy buena fuente que su amor por la baraja le llevó a comprometer, y perder, la paga completa de todo un batallón para infortunio de esos soldados; tanto era su apego al juego, dicen las malas lenguas, que como Presidente de la Junta de Bienes y Secuestro llegó apostar casas y fortunas que ni siquiera le pertenecían. Ambrose Bierce (1842-1914) sostiene que los historiadores “somos chismosos de boca ancha”.

Urdaneta, luego de la muerte de Sucre y Bolívar, se constituyó en el principal líder del partido bolivariano en unos territorios que muy rápidamente renegaron del caraqueño y sus fantasiosos proyectos ilustrados como el de una Gran Colombia (1819-1830) con apenas un “sólo ciudadano” (Germán Carrera Damas). Páez, el mandamás en Venezuela, lo mantuvo cerca y lejos a la vez. En 1842 se le permitió dirigir con toda la solemnidad del caso la repatriación de los restos de Bolívar hasta Caracas. Y más luego, otros cargos menores, hasta que una misión diplomática le llevó a Europa para abrazarse con la muerte.

Bolívar le elogió muchas veces, y quizás sea ello el más grande reconocimiento a su protagonismo en nuestra Independencia: “el mayor general Urdaneta, el más constante y sereno oficial del ejército”, llegó a decir del zuliano. A Urdaneta le sucede igual que a los grandes héroes de la patria: son súper héroes de una “Venezuela Heroica” que como recurso ideológico para escamotear el pasado ya es necesario empezar atajar. El mejor homenaje que les podemos brindar en la hora actual es la de recuperarlos desde una visión más terrenal e inspiradora, y no que sigan siendo las estatuas frías que el poder siempre invoca en sus ritos y ceremonias.

Dr. Angel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ
@LOMBARDIBOSCAN

Rafael_Urdaneta

URDANETA Y BOLIVAR

Urdare