Víctor Maldonado: Su causa es Venezuela

Víctor Maldonado: Su causa es Venezuela

Víctor Maldonado C. @vjmc
Víctor Maldonado C. @vjmc

A veces hay que hacer memoria. Parte de la vorágine que estamos viviendo los venezolanos se nutre de esa amnesia que contradice las esperanzas de Jorge Luis Borges. Es cierto, con un mínimo esfuerzo deberíamos conseguir el escurridizo hilo de Ariadna, esa clave que nos permitiría adentrarnos dentro de los laberintos de los recuerdos que se han perdido, sin obligarnos al recomenzar eterno, el verdadero castigo proporcionado por el cruel minotauro. Es verdad lo que propone Borges, “solo una cosa no hay. Es el olvido”. Eso es cierto, pero también lo es que hay que hacer el esfuerzo de volver a una etapa de nuestra historia que nos provoca el amargo sabor de lo inconcluso. O peor aún, sometidos al escarnio porque terminamos siendo víctimas fatales de las mentiras de otros.

23 de enero de 2013. El estratega J.J. Rendon está siendo entrevistado por Jaime Bayly. En Venezuela se estaban viviendo tiempos cruciales. Había pasado más de un mes desde la última aparición del presidente reelecto, y todo parecía indicar que nunca más volvería a mostrarse. La conversación lleva a lo obvio. Era inminente la convocatoria una segunda elección por vacante absoluta del cargo, cosa que ocurrió ciento ochenta y nueve días después de las que había ganado Hugo Chávez. Como siempre, el régimen administraba convenientemente la información y la desinformación. Ellos sabían perfectamente lo que estaba ocurriendo, mientras el resto del país tenía que lidiar con la propaganda oficial, las medias verdades, y un muro infranqueable de mentiras. Eso solamente les daba ventajas, mientras que la oposición jugaba a una corrección política paralizante. Ninguno quería jugar posición adelantada, ninguno quería parecer el buitre que revoloteaba la agonía del comandante. Por todo eso y más comenzaban a surgir interrogantes sobre cuando, pero sobre todo quién debía ser el abanderado de la oposición.

“Es bastante posible que la gente quiera que Capriles sea el candidato nuevamente” atinó a decir el entrevistado ante las interrogantes del acucioso periodista. Todo un filón informativo del que se deriva una inacabable curiosidad. Por esos recovecos sigue la indagación. La segunda pregunta trata de adentrarse en las turbias aguas de un futuro incierto. Y en ese caso, Capriles contra Maduro, en unas elecciones propuestas para mediados de este año, ¿quién crees que ganaría? La respuesta fue tajante. “Ganará quien tenga la mejor estrategia”. Nadie se lo esperaba. El auditorio, incluido el anfitrión del programa, hubiera preferido una mentira compasiva, una apuesta desde el flanco parcial, un recordatorio a la falacia más popular del mundo político, “porque los malos no pueden ganar. Tienen que ganar los buenos de la película. Deben alcanzar el éxito aquellos que tienen mejores antecedentes, propuestas y capacidades. Pero J.J. Rendón no concedió el más mínimo espacio a la benevolencia. Ganan siempre los que tienen mejor estrategia.





El estratega dejó colar así la esencia de su experticia. El principal problema es “la manera como nosotros pensamos”. Son demasiados años en los que la propaganda ha hecho estragos en el sentido de realidad de los venezolanos. Sin duda, la cercanía con el régimen distorsiona. Mientras más adentro estás, menos ves. Todo luce demasiado sencillo. Esa es la peor de las alucinaciones, la que trae como consecuencia el bajar la guardia, o peor aún, la que conduce a la convicción irrenunciable de que se puede avanzar montados en la agenda propuesta por el gobierno. Por eso mismo hay una tara que luce inextinguible, porque al final, estratégicamente no tenemos diagnóstico, ni tenemos profundidad en el análisis. Obviamos con demasiada facilidad la realidad es un continuo de complejidades, que no se pueden resolver si no se desglosan, para intentar simplificarlas.

Al régimen solo es posible vencerlo si se privilegia el análisis por encima de las ganas y las fantasías proporcionadas por las falsas trochas del realismo mágico. Una campaña política debe partir de una investigación que permita deslindar las aproximaciones parciales y las subjetividades. Hay que estar con la razón, y no con el punto de vista. En términos de aproximación de la realidad, tú tienes que escoger un punto de vista experto. Se necesita “diagnóstico diferencial” basado en la experticia.

El auditorio se percibía nervioso, incómodo, como si se estuvieran interrogando, o pidiéndole al cielo al menos una mínima opción de triunfo, como si eso fuera posible solo por desearlo, o por mantener la mente en positivo. “Pero entonces tú tienes que trabajar con Capriles, para que no ganen los malos en Venezuela. ¿Estás dispuesto a trabajar en Venezuela? ¿Pro bono?”. Las preguntas fueron hechas atropelladamente, reflejando las angustias de quien las hacía. Pero las respuestas no se hicieron esperar. J.J. Rendón contestó afirmativamente, pero quiso dejar claro qué significaba para él “trabajar pro bono”. Dijo “Yo personalmente no tengo ningún interés en ganarme un peso en mi trabajo personal con respecto a la oposición venezolana, pero por supuesto que para hacer una campaña hacen falta recursos. Yo sería feliz en una campaña donde yo pongo mi trabajo, no cobro un peso, pero lo que haya que hacer, encuesta, grupos de enfoque, estudios, hay que pagarlos”. Bayly, asumiéndose como el heraldo de las angustias de todo un país, atajó la oferta y dijo “yo le ruego al señor Henrique Capriles, al señor Aveledo, y a la mesa de la unidad democrática que contraten a este señor”. Un momento incómodo para el invitado, quien seguramente no estaba preparado para esa intervención casi “publicomercial”, y por eso cortó la línea argumental para insistir en las otras condiciones que son indispensables para obtener la victoria. “Otra cosa es la disciplina -dijo- o sea, que hagan efectivamente lo que se convino, porque no soy un consultor alcahueta”. Lo acordado no se cambia. La coyuntura no se puede imponer.  En una campaña corta e intensa no hay otra alternativa que centralizar las decisiones. Es imprescindible recortar los tiempos entre la deliberación y la actuación. Profesionalizar las áreas débiles. Levantar la moral. Hacer el corte entre lo anterior y lo que viene. Eliminar cualquier contradicción. “No se habla de lo que se quiere, sino de lo que se tiene que hablar”. La entrevista concluyó allí, pero el mensaje había sido enviado con claridad, precisión y con suficiente tiempo.

El manual del estratega sigue presente. “Pensar, decidir, actuar. Es un proceso que debe ser articulado, progresivo. Hay que ponerle tiempo a cada uno de los procesos. Si por apuro, se olvida la definición de roles, objetivos y acciones definidas, se pierde el tiempo. Hay que consensuar el plan para que tenga empoderamiento social. No podemos dejar de hacernos preguntas cruciales. Porque nunca comenzamos de cero. Nos insertamos en una trayectoria que a veces hay que reencauzar. ¿Por dónde comenzamos?  ¿Qué estamos haciendo bien? ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué deberíamos hacer, que no estamos haciendo? ¿Qué deberíamos dejar de hacer? Porque ellos si saben lo que quieren (destruirnos a nosotros), pero a veces nosotros no estamos tan clarso. ¿Nosotros sabemos lo que queremos hacer? Si lo sabemos, de igual manera tenemos que construir una estrategia con más músculo. Y hay que hacer un inventario de recursos, más allá de los económicos.

Para los que vivimos de cerca ese período y pudimos ser espectadores cercanos de todo lo que en esa época ocurrió, ese mensaje era un incentivo para componer una campaña que fuera diferente en términos de procesos y resultados. A la maquinaria perversa del oficialismo, que además manejaba con ventaja información y recursos, no se le podía seguir enfrentando desde el diletantismo. Fue por eso por lo que un grupo de amigos, externos a los partidos, y lejanos de la lógica y procedimientos de la plataforma unitaria, comenzaron a tratar de hilvanar los hilos para que esa oferta, por demás muy generosa, pudiese concretarse. No podía dejar de aprovecharse la incorporación “pro bono” de J.J. Rendon. Por eso se hicieron viajes a países diversos, contactos de varios niveles, precisiones sobre la forma de trabajar, largas sesiones de trabajo, y la difícil, casi imposible construcción de la base mínima de confianza que se necesitaba para que se pudiera impulsar una campaña con alguna probabilidad de éxito.

En el transcurso, mis amigos aprendieron que no hay nadie más prepotente que un diletante. Para comenzar a trabajar con una mínima disciplina, uno de los problemas que se debía superar era que todos se suponían a sí mismos como unos grandes estrategas, a los que, por supuesto, no les hacía falta un J.J. Rendón. No importaba si no habían dirigido una campaña en su vida. Tampoco parecía ser relevante que hubiesen participado y perdido. Ninguno de ellos se preguntaba si había una diferencia relevante entre un político profesional y su gabinete de asistentes y promotores, por una parte, y por la otra un especialista en estrategia, estructura y productos políticos, mercadeo político y campañas electorales. No parecían encontrar el deslinde lógico entre el político profesional, aquel que se lanza a la aventura de una candidatura, y aquel que tiene destreza, experiencia y competencias profesionales como para abordar el desafío como un sistema de acciones consistentes, llevadas a cabo con disciplina, y con un uso eficaz de variables críticas como el tiempo, la información, y la necesidad de organizar lo que no está organizado. Y en el medio, esa masa de partidarios y leales al postulante, que se vendían como los imprescindibles. Sin dudas, habíamos retrocedidos a los tiempos de la artesanía política, previos a la década de los 70´s del siglo XX.

Anécdotas hay muchas. Pero la más inolvidable fue cuando por razones inexplicables, una reunión pautada en Bogotá fue cambiada intempestivamente de un sitio a otro, solo para dejar fuera al grupo de promotores que inicialmente había hecho el esfuerzo de coordinar los encuentros entre J.J. Rendón y el equipo del candidato. El carácter del hombre es su destino, y lo refleja en la falta de grandeza, cuando hace falta empinarse, y también en las cosas pequeñas, cuando hay que cuidarse de ser enanos morales. De esa decisión no hubo ninguna notificación, y por eso mismo terminó siendo uno de esos casos tragicómicos donde unos supuestos anfitriones se quedan con el evento montado, habitaciones y salones de reuniones previstos, todo debidamente organizado, salvo que nadie llegó, nadie comunicó las razones, nadie tuvo un mínimo de consideración. A media noche, luego de ocho horas de espera y de expectativas, cayeron en cuenta de lo que era obvio. Habían sido dejados al margen. Al día siguiente fue el mismo J. J. Rendón el que tuvo la gentileza de hacer control de daños. Sabiéndose parte de un equipo en el que el común denominador era el desinterés, todo quedó saldado en un abundante desayuno.

No fue una campaña fácil, de hecho, el presidente terminó siendo Nicolás Maduro, aunque el que obviamente ganó las elecciones fue el otro candidato. En el trascurso, obviamente se notaron las diferencias entre una campaña con dirección y las anteriores, artesanales, erráticas y poco integradas. La noche de la elección fue crucial. Había que elegir entre dos cursos de acción: o reconocer unos resultados falseados, o salir a la calle, demostrar vigor democrático, exigir que se respetaran los verdaderos resultados, y comenzar una escalada de desafío político hasta arrebatar el triunfo de las garras de una tiranía en ciernes. Recordemos todos que la diferencia anunciada fue de 234.935 votos, 1,49 puntos porcentuales. Ya sabemos que ocurrió. El candidato exigió primero un reconteo y al día siguiente propuso un cacerolazo. Dicen que esa noche J.J. Rendón se comunicó con el candidato y le preguntó si se decidía por el coraje o, por el contrario, iba a reconocer. Conocida la respuesta, hasta allí llegó la colaboración, “pro-bono”, entre el estratega y la opción política unitaria.

Todo este recuento viene al caso porque recientemente Jorge Rodríguez, en una de sus intervenciones televisivas, se mofaba de Capriles y le recomendaba que pidiera a J.J. Rendón la devolución de esos millones de dólares que había cobrado por la fallida campaña. Hubiese sido muy noble de parte de Capriles, o de cualquiera de su entorno, que respondieran de inmediato con la verdad. Que J.J. Rendon nunca cobró nada, que fue un aporte al país, como el de tantos otros venezolanos, que suman corazón y voluntades a la causa de la libertad. Eso no ocurrió, nadie salió a resolver el entuerto, ninguno invocó la verdad, como si todo diera lo mismo en este diluvio de mentiras, descalificaciones y odios que ha enchiquerado el país y lo ha vuelto un espacio tan hostil a la confianza y tan revulsivo al agradecimiento. Pero la verdad está allí. J.J. Rendón fue el estratega de la campaña del 2013, lo hizo sin pretender honorarios, porque como él dice, la causa es más grande y más importante que cualquier necesidad o expectativa personal. La causa es Venezuela. Y como bien lo dice Jorge Luis Borges, más allá de hacerle honor a la verdad, nada cabe esperar del asunto porque “el olvido es la única venganza y el único perdón”.

Por: Víctor Maldonado C.

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