Luis Alberto Buttó: Dos países

Luis Alberto Buttó: Dos países

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

La mayoría de los venezolanos vivimos atrapados en dos países paralelos, no opuestos e incluyentes entre sí. En el espacio delineado por ambos transcurre el paso amargo de la cotidianidad que conduce a la calle ciega de la angustia. Uno es el país de la depresión. El otro el del temor. Nos deprimimos un día sí y el otro igual. Sentimos miedo a cualquier hora de cualquier día. En ese vaivén absurdo, exasperante, inmerecido, malgastamos la existencia preguntándonos afanados cuál es la razón de ser de tanto sinsentido, en vista de lo demasiado que ya dura la nube negra que oscurece el futuro. Nubarrón que nos persigue doquiera que vamos. Nubarrón con el que nos tropezamos constantemente en la calle, en vídeos y fotos transmitidas por redes sociales, o a través de los poquísimos medios de comunicación que se atreven a mostrar el país de veras, no el de la propaganda mentirosa que construye el poder para ocultar la desventura en que sumió a esta sociedad.

Nos deprimimos por nuestros semejantes. Aquellos más desgraciados que en este momento están hurgando en los basurales lo que no encuentran en ninguna otra parte. Aquellos que desperdician la vida en infinitas colas por lo que necesitan desesperadamente, desde medicinas hasta un par de billetes inservibles por insuficientes. Aquellos con los cuales coincidimos frente al mostrador y captamos la tristeza de su rostro cuando escuchan el precio de lo que buscan y comprenden con desaliento que más nunca podrán comprarlo. Aquellos que de antemano saben que no encontrarán lo que requieren con urgencia desmedida. Mas el relato no termina allí. No hay invulnerabilidad de este lado. No hay escudo protector que alcance. La depresión es, además, por nosotros. También nosotros frente al mostrador comprendemos con acritud que esto o aquello no volveremos a adquirirlo porque el dinero no nos alcanzará para ello. También nosotros soportamos las colas para proveernos de lo que se supone tenemos derecho a conseguir sin sufrimiento. También nosotros servimos escasez creciente en el plato. También a nosotros nos deprime el desperfecto del carro, de la lavadora, de la nevera: sabemos se esfumarán los ahorros (en caso de tenerlos) en reparaciones que muy poco durarán y, a la corta, no repondremos nada de eso. También nosotros caminamos arrastrando frustraciones.

El temor, por su parte, es rabiosamente personal. Nos aterra descubrir cualquier enfermedad en nuestros seres queridos pues entendemos el inevitable calvario que se nos viene encima; Gólgota que como nunca antes puede terminar inexorablemente en la muerte. Nos aterra descubrir nuestra propia enfermedad pues igualmente entendemos que el dolor por la pérdida antes evitable puede tocar la puerta de los que nos quieren. Nos aterran las calles, las camionetas por puesto, el metro, porque en cualquier recodo se agazapa el atraco artero que nos arranca la vida por nada, tanto como podemos perderla por la violencia fútil proveniente de aquel crispado al cual tropezamos sin intención. Nos aterra despertar una mañana para darnos cuenta que el destino nacional nos alcanzó. El terror se erigió en nuestro signo particular de cada día.

El asunto no cambia porque a muchos les conviene permanezca como está. Son los que se rumbean el país. Algunos, desde hermosas playas caribeñas.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3

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