Juan Guerrero: Lectura y barbarie

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La barbarie y el salvajismo que cubren la realidad sociopolítica venezolana no nacieron de la nada. Ellos son consecuencia de males quizá ancestrales y muy posiblemente, de una forma escandalosa de analfabetismo funcional en la dirigencia política nacional.





Hay una especie de cretinismo instalado en la mente de los políticos venezolanos. Y esa malformación viene de tanta pedantería, pantallería de un tipo de liderazgo soportado en el desprecio al semejante. Porque si una cosa es cierta, es que en la generalidad de los casos, ser político en la Venezuela del siglo XXI, es pertenecer a un grupo subnormal de seres humanos. Y es que la denominación común en todos ellos, viene de una incapacidad para entender/comprender (leer) la realidad que les circunda.

En la Venezuela del siglo XXI, el acceso al poder se logra en la medida que desciendes en el ejercicio de tu embrutecimiento intelectual y espiritual. Tienes las puertas abiertas al poder pues eres un ser predecible y manipulable. Por tanto, sujeto a ser corrompido,

El embrutecimiento político venezolano es consecuencia de una incapacidad de lectura y análisis de la realidad nacional. Más aun, por más lecturas que un político tenga no será capaz de transformarse ni incidir en la transformación radical de la sociedad venezolana, porque no se pueden generar cambios significativos, ni con marginales ni menos con una mentalidad marginal.

Y tristemente esto es lo que priva en la mente y alma del ser político venezolano. La incapacidad para lograr cambios sociopolíticos significativos, es consecuencia de una mentalidad que ignora los procesos de lectura y escritura como agentes de cambios reales en una sociedad.

Es posible que Venezuela, de generar en el mediano plazo un cambio del actual régimen totalitario a uno democrático, acceda a una inmediata ayuda humanitaria, tanto por alimentos, medicinas y seguridad ciudadanas. Pero eso en modo alguno generará verdaderos cambios en la sociedad. Sobre manera, porque tendría el alto riesgo de verse como paliativos a una crisis mucho más severa, como es la sobrevivencia del mismo Estado y la sociedad.

Porque estamos transitando por espacios de absoluta brutalidad en todas las esferas del liderazgo nacional. Y esto en modo alguno debe verse como derrotismo ni entrega. Es ver la dramática realidad de una población absolutamente enferma en todas sus dimensiones: física, psicológica, espiritual e intelectual. Esta es la verdadera y dantesca miseria humana. Es la desnudez extrema que mantiene a millones de seres humanos deambulando entre las ruinas y comiendo en los basureros.

Esta ya no puede llamarse ni sociedad ni Estado ni gobierno, ni mucho menos calificar a sus pobladores como ciudadanos. Somos un torbellino de malnutridos seres humanos, cada día con menos capacidad para reaccionar de manera lógica y racional. Las manifestaciones de rechazo al régimen totalitario venezolano vienen desde las vísceras, desde la emocionalidad del desamparo y la absoluta desesperación. Por lo tanto, son manifestaciones de efervescencia que en nada contribuyen a clarificar la complejidad de nuestra inmensa crisis que padecemos. Peor aún, teniendo un liderazgo tan mezquino y analfabeta como el que padecemos.

Frente a la descomunal herida abierta infligida al alma de la cultura venezolana. Con millones de muertes innecesarias, entre 1998-2017. Más de 3.5 millones de refugiados en otros países. Y con más de 2.4 millones de niños desnutridos, es imposible seguir razonando con estructuras mentales medievales. Leer el mundo actual. Razonarlo con la crudeza del día a día. Percibir que en la mirada de inocentes niños, de ancianos indígenas, de desdentados y barrigones hambrientos recogelatas, hay una claridad más intensa que la de aquellos políticos faranduleros. Es entender que necesariamente tenemos que redimensionar nuestra lengua.

Y para construir una nueva sociedad y otro Estado, necesariamente tenemos que humanizarnos. Y eso, solo se logra con liderazgos éticos, moralmente sanos, con valores y principios soportados en la práctica de una Educación Idiomática.

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