Luis Alberto Buttó: La silla roja

Luis Alberto Buttó: La silla roja

Luis Alberto Buttó @luisbutto3
Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

Un gentil y preocupado seguidor de twitter me escribe que la situación descrita en el artículo de la semana pasada es el día a día de los ciudadanos de bien del país y eso le genera una silla roja en inglés (a red chair). Es comprensible. La rabia es un sentimiento intrínsecamente humano y cada uno de nosotros, irremediablemente, habrá de sentirla miles de veces a lo largo de la existencia, más allá de lo que en contrario pregonen los indigeribles y fantasiosos manuales de new age y autoayuda. Para muchos, es imposible no reaccionar de ese modo frente a las por demás injustas, desproporcionadas, absurdas, evitables, tragedias cotidianas que ocurren en esta tierra cuyo cliché de que es de gracia ya suena desfasado, por no decir sarcástico. Absurdo pedir que por las venas y arterias de los venezolanos circule horchata en vez de sangre. Indignarse es parte de la fiesta. Viene en combo con la alegría y la tristeza. La esperanza se compra por separado.

El problema con la rabia es que es absolutamente inútil en términos creativos, tanto como es estéril, dados los resultados que puede arrojar. En lo colectivo, nada productivo se obtiene con sumergirse y bracear en ella, medido esto en función de las posibilidades de cambio real del sistema político y del modelo económico que hace más de tres lustros aplastan inmisericordemente a la mayoría del pueblo venezolano. La sociedad debería saberlo, pero parece no haberlo comprendido en su justa dimensión. Burdos ejemplos sobran al respecto. Algunos años atrás, a un ex candidato presidencial (vencido en grande y en pequeño) se le ocurrió la genial idea de llamar a golpear ollas para hacer catarsis colectiva frente a cierta derrota electoral en buena medida a él atribuible, pero de la cual fue incapaz de asumir paternidad, como correspondía. Resultado: las cacerolas continuaron vacías, sólo que, luego de rotas, ya la gente no tuvo dinero para reponerlas. Patadas de ahogado. Doble pérdida. Presagio esclarecedor del sin fin de desaciertos que siguieron en cascada.





Nada, absolutamente nada, vamos a lograr rumiando rabia y limitándonos a quejarnos entre conocidos de lo mal que pintan los meses por venir, de la corrupción que cabalga oronda de uno a otro punto cardinal, de la astronómica subida de los precios, de que no conseguimos medicinas por más que busquemos, y pare usted de contar, mientras la pusilanimidad sea el signo característico de nuestro comportamiento. Las zonas de confort no son instrumentos de lucha política, sólo burbujas individuales en las que se encierran aquellos que creen, erróneamente, que el destino no los alcanzará. De hecho, las salidas individuales no son vacuna contra el sufrimiento. La cobardía no espanta la maldad. Por el contrario, la ceba para que actúe sin miramientos. No por callarte tendrás garantizada la bolsa de la infamia. Dejarán de dártela cuando ya no puedan hacerlo, cuando les convenga negártela, o simplemente cuando les dé la gana. Esconderse tras el huevito o el seudónimo del twitter es una infantilidad, sin olvidar a los tarifados que así logran confundir a incautos, ilusos o débiles que se desesperan por seguir las modas instantáneas. Las sonrisas florecen en ciertos rostros de la oscuridad en igual proporción se incrementan los insultos entre abstencionistas y electoralistas, verbigracia. Asumir poses de inoportuna y maleducada irreverencia para vociferar pestes y maldiciones en las redes sociales en contra de tirios y troyanos es seguirle el juego a quienes se benefician con el hecho de que los demócratas se dispersen y, en consecuencia, se alejen de la victoria por un lado anhelada y, por el otro, necesitada. Comportamientos de ese tipo son sólo demostraciones de inteligencia y cultura de las cuales se alardea pero que, en realidad, escasean abrumadoramente. El asunto no es cabrearse. El asunto es activarse.

Con nuestra rabia los otros gozan. Lo que realmente los especula es la templanza que podamos traducir en organización. ¡Cómo nos cuesta aprender la lección!

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3