La rebelión no tiene caudillo, por Alfredo Maldonado

La rebelión no tiene caudillo, por Alfredo Maldonado

thumbnailAlfredoMaldonadoPara cerrar el año, estemos claros, hay un estado de protesta popular generalizada, y silenciosa y muy indignada, muy inconforme, en las clases medias. Tengamos esto claro, hay protestas porque todo falla, porque el Gobierno de Maduro, aunque intensamente politizado, con la misma e incluso mayor intensidad es torpe e incapaz, y por politizado mentiroso. Hay protestas porque el Presidente y sus altos funcionarios todo lo prometen y en todo fallan, dejan a la gente con la esperanza de comida, regalos y tranquilidad hechas pedazos, y alegan después necedades como la de los enormes barcos repletos de pernil para el pueblo que Portugal, instigado por la derecha burquesa imperialista, y por el Gobierno de Donald Trump, detuvo.

Hay protestas en todas partes, pero no hay todavía rebelión. Las masas no andan pensando en derrocar a Maduro ni en echar a patadas a la maltrecha revolución chavista –lo de “bolivariana” es sólo un adjetivo pomposo para una población que de historia, y de Simón Bolívar, poco sabe más allá de hechos generales y unas pocas fiestas para ir a la playa o quedarse tranquilos en casa mientras los militares desarrollan otro desfile muy serios, disciplinados y bien alimentados. Y con armas que algún osado les roba con preocupante tranquilidad, eso que llaman “asalto al centinela” y que, cuando el centinela está distraído o medio dormido, debería tener otro nombre.

Hay protestas por incumplimiento de promesas populistas de quienes sólo tienen palabras pero no hechos, y ya se sabe que ni el hambre, ni las enfermedades ni las ilusiones se arreglan con palabras. Pero rebelión no la hay, todavía. Porque la rebelión se hace con personas indignadas y motivadas a la furia, pero siempre enardecidas y conducidas por líderes. Y allí está la diferencia fundamental.





Los que podrían ser líderes unificadores de las protestas, sumadores de indignaciones para integrarlas y transformarlas en rebelión, es decir, en la decisión masiva de echar al Gobierno y poner a alguien diferente al frente del país, no están en las calles, se esfumaron. Ahora son habladores, dialogantes, conversadores de interes propios, buscadores de espacios, pero no conductores de pueblos.

Unos están en Santo Domingo tomando el sol y discutiendo lo que pedirán al Gobierno y lo que éste les pedirá a cambio, otros exiliados implorando comprensiones, escenarios de un día y ayudas para mantener sus niveles de vida, algunos en Florida de compras y disneylandiando, unos pocos todavía en cárceles injustas pero no tan definitivas como las implacables castristas, chinas o siberianas, otros comiendo hallacas en sus casas –aunque, hay que reconocerlo, algunos de ellos con un artefacto electrónico en un tobillo para que el Gobierno de Maduro sepa siempre que se están portando bien.

Con limitadas y no conocidas excepciones, son los mismos que cuando hubo movimientos de rebelión en el primer semestre de este año terrible que culmina para darle paso a otro peor, abandonaron esa movilización para ir a buscar gobernaciones primero y alcaldías después, y en ambas, como el Gobierno sabía que pasaría, salieron con las tablas en la cabeza.

Cerramos el año con protestas por la incompetencia del Gobierno –extremadamente eficaz en la ineficacia- pero sin rebelión. Y no hay rebelión porque no hay líderes capaces y dispuestos y ponerse al frente. La última rebelión que hubo en Venezuela fue la de la noche del 3 al 4 de febrero de 1992, fracasada al nacer y posteriormente legitimada por los dirigentes políticos, empresarios y medios de comunicación que se creyeron que podrían usar a Chávez para ser ellos los dueños del país. Sólo que Fidel Castro, hoy enterrado en una roca, se les adelantó.

Nicolás Maduro y sus cómplices son como los cauchos desgastados tan frecuentes hoy en día, que con un poquito de cuidado siguen rodando hasta, cuando el conductor menos lo espera, estallan. Hasta ese momento, el carro rueda aunque a veces patine un poco.

Si quieren más detalles, pregunten en la Casa Blanca en Washington, en el Kremlin en Moscú y en el como se llame palacio de mando en Pekín. Ellos decidirán si le ponen, y cuando, un clavito al caucho liso. Entretanto, con mucha esperanza pero poco realismo, reciban ustede mis mejores deseos para este 2018.