La Guerra Civil Española, por Luis Eduardo Martínez

La Guerra Civil Española, por Luis Eduardo Martínez

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Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.

Pablo Neruda





Hastiado de la cada vez más baja ralea de las redes sociales y aprovechando las últimas horas del ya largo asueto navideño, me sumerjo en mi biblioteca y antes de releer “Franco” de Paul Preston tomo un pequeño libro de poemas a propósito de la guerra civil española. Me topo primero con “Explico algunas cosas” de Neruda; continúo con “El Crimen fue en Granada” de Machado; sigo con “Oda a los niños muertos por la metralla en Madrid” de Aleixandre.

Fue terrible la guerra civil española. Incapaces de entenderse, dos bandos –republicanos y nacionalistas- se enfrentaron a muerte durante más de tres años. No hay cifras exactas pero se estima en más de un millón los que perecieron, centenares de miles los heridos, incontables los prisioneros. Ciudades arrasadas, familias arruinadas, en una de las mayores tragedias del Siglo XX solo superada poco después por la segunda guerra mundial.

Muchos autores señalan que la intolerancia y al fanatismo pesó mucho en los orígenes de la contienda española y endilgan buena parte de la responsabilidad a los entonces gobernantes por desvirtuar los logros electorales, algunos muy cuestionados, y adelantar un proceso revolucionario amparado por sucesivas y gravísimas irregularidades que liquidaron toda legalidad.

Tras caer Madrid, el 1 de abril de 1939, se inició el largo reinado de Francisco Franco, “Caudillo de España por la gracias de Dios”, que gobernó con mano férrea hasta 1975; el terror se hizo constante y cualquier forma de democracia dejó de existir.

Me asombró como cada vez con más frecuencia tantos sermonean acerca de la inexistencia de salidas pacíficas en Venezuela; cuantos con su lenguaje y sus actitudes conjugan a la violencia; lo hacen oficialistas y opositores; la asoman los de arriba y los de abajo. ¿Tendrán conciencia de los demonios que invocan? ¿Del precio que pagaremos si llegamos a un enfrentamiento fratricida? No somos extraños a una gran desgracia: La guerra federal, que bien podemos calificar como civil, enfrentó a federalistas y centralistas, a liberales y conservadores, duró cinco años y se llevó por delante unas 100,000 vidas en una Venezuela de apenas un millón de habitantes.

Diez por ciento de la población venezolana murió como resultado de la guerra federal; a cifras de hoy, se está hablando de tres millones y algo más de personas. Si se repitiese un conflicto de similar naturaleza, ¿quién respondería por más de tres millones de cadáveres?.

He oído una y otra vez las bravuconadas que esta es una revolución armada; más reciente leí el llamado a una intervención militar extranjera y bastantes de los comentarios que generó. Repudiable lo primero y lo segundo porque seguro que los “hacedores” de una u otra expresión no estarán en el frente si comienzan los tiros.

Hay que cambiar, hay que salir de la crisis cada vez mayor que azota a los venezolanos, pero es necesario esforzarnos para que sea en paz, sin sangre, incluso sin odios. Hoy más que ayer conviene citar a Andrés Eloy Blanco: “Por mí, ni un odio, hijo mío, ni un solo rencor por mí, no derramar ni la sangre que cabe en un colibrí”.