Luis Alberto Buttó: Salario indigente

Luis Alberto Buttó @luisbutto3
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En cualquier país del mundo, en cualquier época histórica, el más atroz de los escenarios que enfrenta un trabajador (manual o intelectual, del campo o la ciudad) es aquel en el cual el salario que obtiene como contraprestación de su jornada laboral diaria apenas le alcanza para reponer la fuerza física que consume en la realización de tales actividades cotidianas. Es decir, cuando recibe un salario tan bajo que sólo le sirve para proveerse de los alimentos indispensables que le permiten estar vivo ese día, de manera que pueda salir a trabajar la mañana siguiente y así sucesivamente, ganando no más que la suma de lo que él como  individuo requiere en términos de calorías mínimas para mantenerse en pie la cantidad de horas que debe permanecer en su puesto de trabajo. Esas condiciones pintan el dantesco cuadro de la sobreexplotación del trabajo que caracterizó el momento de mayor salvajismo de la era capitalista. En Venezuela, hoy en día, la realidad supera en dramatismo ese escenario espantoso. El trabajador venezolano está atrapado en el mayor de los infiernos imaginables: no gana lo suficiente ni siquiera para poder comer él como persona. El resto de su familia está excluido de todo cálculo posible.

Los estudios nutricionales indican que el consumo de una empanada de queso aporta 363 calorías. Es decir, con la ingesta de tal fritanga se satisface 18% de las 2.000 calorías que, en promedio, requiere un ser humano cada día. En el más rudimentario tarantín montado en cualquier calle de la geografía nacional, el precio mínimo de esa empanada es de 25.000 bolívares. Claro está, hay que tener muchísima suerte para encontrar la bendita empanada a tal precio. Una ganga, diría el menos de los avispados. Obviando los decimales, pues no hay manera alguna de que se materialice su manejo al momento de realizar la transacción, el salario mínimo de un trabajador en Venezuela es de 8.283 bolívares diarios. Es decir, alcanza tan sólo para comprar la cuarta parte de una empanada. La cantidad diaria que cada trabajador recibe como bono de alimentación (cesta ticket socialista lo llaman; asaltan las dudas si burlonamente) es 18.300 bolívares. Léase, no va más allá de la compra de la mitad de esa empanada. Sumando el mentado salario mínimo y el cacareado bono de alimentación, el resultado se define como salario mínimo integral (de nuevo, no se sabe si está presente la burla), que en total es de 26.583 bolívares diarios. O sea, el estipendio que recibe la mayoría abrumadora de los trabajadores venezolanos por la realización de su jornada laboral diaria sólo sirve para comprar una empanada. Hambre a cuestas, indudablemente.

Por supuesto, hay trabajadores que ganan más que eso. Afortunados o elitistas, podrían ser llamados, apelando al sarcasmo como herramienta de comunicación. Los maestros de educación básica, por ejemplo. El docente mejor pagado en este nivel (como mínimo, debe tener estudios de maestría culminados y más de 20 años de servicio) gana diariamente lo suficiente para comprar dos empanadas. Para decirlo con exactitud: el maestro con el sueldo más elevado en este país gana cada día no más que para consumir 36% de las calorías que requiere cada 24 horas. Entrando en otro terreno de mayor complejidad: ¿cabe alguna duda acerca de las razones por las cuales la educación venezolana se ha deteriorado tan profunda y rápidamente? Cualquier respuesta es ociosa.





¿Salario mínimo integral? No compañerito. La definición es otra. Salario indigente calza mejor para conceptualizar el drama del trabajador en Venezuela. Usted me dirá.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3