Lo que hoy resta del chavismo ya ni siquiera razona políticamente. Por elemental sentido común de la política, una retirada a tiempo le hubiese abierto posibilidades de vida futura al PSUV. Dejarles a la oposición mayoritaria las dificultades de administrar este terrible caos económico y social y las durezas de un obligado periodo de ajustes, habría sido su senda para la sobrevivencia, con posibilidades ciertas de un comeback.
Pero sus capitostes tienen otros motivos que los impulsan a rechazar una conveniente renuncia al poder: los asalta el fantasma de la justicia que los aguarda cuando pierdan su investidura. Miraflores y Fuerte Tiuna, más que centros de poder son refugios donde se guarecen, prisioneros de sí mismos, de su propios miedos. Se presumen fuertes, pero ni siquiera gozan de la libertad de salir a las calles, de asistir a un estadio, de compartir públicamente. Solo se reúnen con sus alabarderos para proyectarse en unas cámaras de TV controladas. No pueden disfrutan ni de la sensualidad del poder.
Es el poder de unas bayonetas sin capital político ni económico: 8 de cada 10 venezolanos los adversa, la mayoría ni les ama ni les teme, los desprecia; quedaron sin recursos más allá de sus propios cálculos, es un gobierno mendicante, endeudado, sin crédito en los mercados internacionales para atender las carencias de la capacidad productiva destruida por ellos mismos. Nunca en tiempo de paz se juntó tanta miseria, nunca gobierno alguno fue tan desprestigiado y condenado internacionalmente, nunca presidió alguien que se mostrase orgulloso de su propia ignorancia…
Sentarnos a aguardar que esto termine por una imaginada implosión implica cada día un costo social de crueldad para todos. ¿Qué autoridad que no dimane de nuestra propia fortaleza –claramente superior a la del esperpento gobernante- estamos esperando para trazar la ruta de liberación de esta satrapía? ¿Qué hace hoy concretamente nuestro liderazgo democrático…? ¡Estamos al límite!