William Anseume: Hacia la muerte, sí, pero no así

William Anseume: Hacia la muerte, sí, pero no así

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Una canción de fondos bajos, rutinaria ahora entre vagos, maleantes y otros especímenes del mal vivir, de esos abundantes en todas las zonas del país ahora, se torna honda, filosófica y señala profunda: “el que tenga miedo a morir que no nazca”.





En Venezuela, ahora, no se trata del miedo a la muerte, ¿cómo temerle si nos acosa la parca con mayor énfasis que en cualquier otra latitud del orbe? Basta una mirada sin mucha circunspección a cualquier ambiente nacional para sentir cercano el revoloteo de rebullones, zamuros, o como se les quiera decir a las diversas aves carroñeras que suele haber rondando nubes y ventoleras, algunas de ellas como representantes gubernamentales en disfraz. Todos andamos permanentemente bailando esta Danza de la Muerte con temor, sí, pero sin freno mientras se viva, hacia adelante en la vida. Estamos en un período inaudito de sobrevivencia diaria. Como toros de lidia frente a una espada que no es de Damocles justamente, aunque parezca; es nuestra.

El acoso rutinario a la vida humana se ha hecho recurrente, nos sentimos perseguidos constantemente: las medicinas en sus ausencias, los hospitales en calamitosa ruina, los seguros médicos, los delincuentes en su presencia, las balas perdidas, los policías, los guardias nacionales, los arrollamientos, los accidentes automovilísticos, los desplomes de estructuras mal calculadas, el hurgar en la basura en busca de nutrientes. Todo nos amenaza. Desprotegidos hasta en los hogares. Parecemos cada vez más ciudadanos de inframundos, espantos. Enflaquecidos, esmirriados.

No es la primera dictadura que nos hace sentir estos padecimientos orgánicos, físicos y mentales como sociedad. Todas parecen destinadas al saqueo del ánima y del ánimo de sus congéneres, como impregnadas de una sevicia febril contra el disfrute, contra el vivir. En Casas muertas nos lo hace percibir Miguel Otero Silva con claridad en otros tiempos dictatoriales, en aquella otra pre-modernidad de país militarizado. “Ninguna diferencia existía entre un martes y un domingo para ellos. Ambos eran días para tiritar de fiebre, para mirarse la úlcera, para escuchar frases aciagas”. Mucho antes, cuando la Guerra de Independencia un venezolano, detractor de Bolívar, José Domingo Díaz, nos sitúa en sus críticas a aquél en Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, con imágenes similares a nuestras vivencias actuales: “… no restando de la antigua opulencia sino escombros y cenizas en nuestros pueblos, malezas en nuestros campos, luto y llanto en nuestras familias”. Así, lucimos, o deslucimos, todos como vivientes de ultratumba de tanto que nos han y nos hemos dejado achicar la vida, como expresa un personaje de Pedro Páramo: “… no estoy acostado sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta”.

Precisamos disfrutar, cuanto antes, uno de esos populares “vuelve a la vida”, porque este socialismo del siglo XXI ha demostrado su constitución como legado de la muerte. Así, con esta forma política y económica no se vive, no se puede crecer cuando todo ha sido un continuo retroceso, un desvivir, un hondo hundimiento cruel. ¿Cómo alientan los jóvenes una forma no amarga de andar ahora y de vislumbrar su futuro? ¿Cómo celebrar, todos, la belleza continua de la vida, así? Pero claro que la vida es bella, aunque no aquí, no de este tan mal modo.

El camino es hacia la muerte, sí, sin duda. Necesitamos rescatar de la manera más inmediata posible un modo de respirar dignamente, sin esta imposición continua de todo, sin este ahondamiento en el sometimiento, en el sojuzgamiento, en el arrinconamiento hasta el acabose; padecimiento continuo en el que este gobierno de la infelicidad nos tiene. Al día siguiente, del que tanto hablan algunos políticos retóricos continuamente, no sólo cantaremos el himno, como recordación política de la libertad, también recordaremos a La Billos y entonaremos aquella canción que dice así: “Hoy todo me parece más bonito…”

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